Siempre he pensado que los trenes tienen algo de romántico.
Siempre que me subo a un tren –y tengo la suerte de que me toca una ventanilla
completa y el viaje es de día- me envuelve una extraña sensación, como si estuviera
expectante. Luego no pasa nada, claro, pero me asomo a la ventana, mientras me
alejo feliz del asfalto gris, y contemplo el paisaje que pasa rápidamente ante
mis ojos. Y observo con expectación. E imagino mil historias. Veo casas
abandonadas en medio de la nada e imagino las vidas que se vivieron entre sus
cuatro paredes. Pienso que esos montones de piedra una vez fueron un hogar y que
esas paredes fueron importantes para las personas que las habitaban. ¿Dónde
estarán ahora? ¿Cuándo se abandonó? ¿y por qué? Luego siguen campos extensos,
un cielo azul, olivos, encinas, la tierra roja… Un castillo derruido, un pueblo
a lo lejos, una pequeña carretera secundaria, un caminante con su perro… Y me
imagino yo recorriendo esos caminos solitarios, respirando aire puro –y no ese
aire contaminado que respiro cada día.
Y mientras el paisaje sigue su carrera veloz y me invade más
y más esa mezcla contradictoria entre paz y anticipación, recuerdo tantas
historias que he leído con un tren como escenario. Ante mis ojos un anuncio de
los trenes de lujo que recrean el pasado. Agatha Christie era muy aficionada a
ellos. Varias de sus novelas tienen como escenario los vagones de un tren. Y lo
relata maravillosamente. Y me imagino la heroína de una de sus historias. Pura
contradicción. Tengo muy inculcado eso de no hablar con desconocidos.
Poco más de dos horas después llego a mi lugar preferido en
el mundo. A lo lejos se vislumbra el mar, que brilla bajo un sol radiante de
otoño. He llegado. Desciendo del tren. No ha pasado nada, claro. No me he convertido
en la heroína de ninguna novela misteriosa. Pero me gusta mi realidad. Ya me
veo junto al mar con una cerveza en la mano rodeada de la gente que quiero.
Oigo mi nombre, salgo de mi ensoñación. Mi nombre suena más alto y dos
torbellinos se me lanzan al cuello entre risas. Y escondo tu recuerdo en el
lugar más recóndito de mi mente. Encerrado y enterrado para que no pueda
difuminar mi alegría. Ahí te quedas, porque me siento bendecida por tantas
cosas que he recibido. ¿Quién necesita ser la heroína de la novela si los tengo
a ellos? Mi ensoñación queda atrás. Prefiero disfrutar plenamente del presente.