sábado, 18 de marzo de 2017

¿SIN TI NO SOY NADA?


«Sin ti no soy nada»…. subo el volumen de la radio. Piso el acelerador y me vengo arriba cantando con Amaral.

«Los días que pasan

Las luces del alba

Mi alma, mi cuerpo, mi voz

No sirven de nada

Porque yo sin ti no soy nada».

De repente interiorizo las palabras. Levanto el pie. ¿Cómo que sin ti no soy nada? Sí, hombre. Faltaría más. Vale, de cuerdo. Lo confieso. También yo alguna vez he sentido esas puñeteras mariposas en el estómago que parece que no te dejan ni respirar. Te duele el estómago y el causante a por uvas. Si él supiera… Pero claro, la vida no es un cuento de Disney y, por suerte, las mariposas van desapareciendo. Y vuelves a respirar con normalidad.

Cambio de emisora.

«Agua que no bebas, penas y tristezas déjalas correr.

 No vale la pena cuando no te quieren llorar un querer».

Esta me gusta más. A ver. A estas alturas de la vida no me voy a poner la camiseta de que todas deberíamos ser feministas, no. Pero ¿sin ti no soy nada? Tampoco. A pesar de ti, soy todo. Y seguro que muchas de las feministas esas también alguna vez se sintieron una princesa de Disney. Y seguro que muchos de los machitos que pululan nuestra geografía vital alguna vez sintieron que se les cortaba la respiración cuando ella se dignaba a mirarles. Y en ese momento,  no pudieron evitar lanzar un suspiro entrecortado.

Sigo conduciendo. La emisora empieza a perderse y toco el mando buscando otra. Entonces me asalta una pregunta para la que no tengo respuesta. ¿Ellos también sienten mariposas en el estómago? Ni idea. ¿Seremos iguales en eso? ¿O no? Mi escaso conocimiento de la mentalidad masculina no llega a tanto. Empieza a oscurecer y piso el acelerador porque no me gusta conducir de noche. Por fin parece que mi vieja radio capta una emisora. ¡Aleluya! Tiene que ser una señal….

«Now I’ve Heard there was a secret chord

That David played, and it pleased the Lord

But you really don’t care for music, do you?

Hallelujah, hallelujah, hallelujah, hallelujah…»

Ya estoy desvariando ¿Qué señal? Ninguna señal, pero cada vez que oigo la canción de Cohen, con esa voz tan suya, se me pone la carne de gallina y vuelvo a sentir algo parecido a mariposas en el estómago.

Y ahora sí que elevo mi voz en un aleluya, mientras las primeras estrellas van apareciendo. Y ya no tengo miedo.

Marzo 2017

viernes, 10 de marzo de 2017

MI AMOR ¿TE PASA ALGO?


-          Mi amor… ¿te pasa algo?

-          No sé. Tú sabrás.

               (El Apocalipsis, cap.1)

Me llega esto por el whatsapp y me río. Sin embargo, estas dos frases aparentemente tontas me hacen reflexionar que, quizás, no sean tan tontas. Indican una falta de comunicación que tantas veces nos lleva a sufrir situaciones de incomprensión o a creernos que el otro ha decidido hacer –o no hacer- algo para fastidiarnos.

¿Tú sabrás? Pues no, probablemente él no tenga ni idea. Le has dicho que era el cumpleaños de tu madre, o que comprara tal marca de zumo, o que te llamara al salir de la oficina. ¡Y no lo ha hecho!

-          Le importo un carajo. Pasa de todo. ¡Pues se va a enterar! –piensa ella poniendo las manos en jarras como reafirmándose.

Y conforme avanza la tarde se va retroalimentando, jurando por sus muertos odiarle para la eternidad. Hasta que por fin se oye el ruido de las llaves en la cerradura.

-          ¡Ahí está! –piensa ella-. Que se prepare.-Y respira hondo.

Y él, pobre inocente, que no sabe la tormenta que está a punto de caerle encima, entra como un elefante en una cacharrería, armando el ruido de mil demonios de todos los días.
-          Hola! Ya estoy en casa.

Va soltando con estruendo todo lo que lleva encima de la mesa de la cocina: las llaves de casa, las llaves del coche, el móvil, unas cuantas monedas, un puñado de caramelos… Repite el saludo un poco más alto. Nada. Silencio. Ya un poco mosqueado abre la puerta del salón y allí está ella, de espaldas, mirando por la ventana. Se gira lentamente hasta clavarle la mirada. Y es entonces cuando él pregunta:
-          Mi amor… ¿te pasa algo?
Y ella:
-          No sé. Tú sabrás.

Un minuto de silencio tenso, hasta que él dice, con ese tono impertinente que le sale tan bien:
-          Perdona, que no tengo bola de cristal. Tú me dirás…

Y entonces estalla la tormenta. A lo mejor ella tiene razón, o no, o probablemente en parte. Porque lo que para ella es importante, quizás para él sea una chorrada. Pero si él hubiera puesto atención a esa chorrada, la habría hecho muy feliz con muy poco. Y si ella no presupusiera que él tenía ganas de fastidiar y le pidiera, con serenidad, que hiciera un esfuerzo por ponerse en el lugar del otro, los dos se habrían ahorrado un mal rato. Viva la igualdad.

Hace unos días tuve la inmensa suerte de asistir a un seminario estupendo. Iba con mucha pereza y refunfuñando al pensar en el montón de trabajo que se iría acumulando mientras escuchaba una sarta de tonterías. Sin embargo, pasé dos de los mejores días del año. Sí, ya sé que el año no ha hecho más que empezar, pero probablemente será de lo mejorcito. Aprendí, una vez más, lo importante que es la escucha, no prejuzgar y el valor de la mirada. De cómo miramos al otro, al prójimo. De mirar más allá.  Durante dos días me sentí yo. Opinando en libertad, sin ser juzgada. Me sentí querida y respetada. Fue un soplo de aire fresco en medio de mi tormenta diaria. Sé que esos días estaba dentro de una burbuja, dentro de una preciosa burbuja en la que yo también me liberé de mis estúpidos prejuicios. Y entendí al otro, a mi prójimo. Y pensé, quizás inocentemente, que un mundo mejor es posible. Vislumbré la luz al final del túnel. Entendí que las tormentas, por largas que sean, al final pasan y que el mundo no se ha confabulado contra mi humilde persona. Entendí que mi ombligo no es el centro del mundo. Se trata de empezar por ahí. Y salir corriendo de las personas tóxicas. Eso no lo dijeron en el curso pero, después de hacer un trabajo de introspección, lo añado yo de mi cosecha, Así que, compañías tóxicas, me piro vampiro. Y a mi mochila tóxica le digo: «Ahí te quedas».

Claro, ahora tengo que ver cómo se hace eso de manera práctica pero, digo yo, que una vez diagnosticada la cuestión, sabré encontrar el cómo.

En fin, que estaba yo en estas meditaciones cuando mi querido y viejo Golf me ha dejado tirada. Tal cual. Pero el pobre lo ha hecho sin querer. Y como me ha pillado con un pie todavía dentro de la burbuja, no me he cabreado con el mundo ni con la Volkswagen. Le he dicho al tipo de la grúa que, por favor, lo tratara con cariño. Y con una sonrisa nostálgica en los labios, he visto cómo se iba alejando mi compañero fiel, recordando tantos momentos compartidos. Suspiro. Quizás haya llegado el momento del cambio.



Marzo 2017