viernes, 23 de diciembre de 2016

¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!


José alzó la mirada al cielo, preocupado. La noche se acercaba y ya brillaban las primeras estrellas. Había una que brillaba con más intensidad, una estrella desconocida. Era extraño. Parecía como si llevara todo el día persiguiéndolos. O quizás guiándolos. Movió la cabeza como queriendo apartar esa idea absurda de su cabeza. Y siguió caminando, a la vez que tiraba con suavidad de la mula. Se giró un momento y su mirada acarició el rostro dulce de María. No se había quejado ni una sola vez. Él sonrió, intentando disimular su preocupación. Sabía que el momento se acercaba. Había perdido la cuenta de las puertas a las que había llamado pidiendo cobijo para esa noche. Pero ninguna se había abierto para acogerles.

De pronto, la estrella extraña se hizo más brillante, o eso le pareció. Se había detenido justo encima de otra puerta. Una casa sencilla. «No puedo perder nada por volver a intentarlo. María necesita descansar» pensó. José era un hombre de fe, había superado muchos momentos difíciles y no se iba a rendir ahora, cuando ella más le necesitaba.

Levantó la mano y antes de llegar a golpearla, la puerta se abrió. La sombra de una mujer de mediana edad se proyectó sobre el suelo.

-          ¿Qué deseas? –preguntó con amabilidad.

-          Buscamos un lugar para pasar la noche. Mi esposa necesita descansar. ¿Tendrías lugar para nosotros? Puedo pagarte… por favor…

-          El niño está en camino –dijo observándola.

-          No causaremos problemas.

-          En mi casa no hay sitio. Se alojan unos parientes pero ¡espera! –se apresuró a decir al ver que el hombre se giraba para marchar. –Puedo ofreceros lo que tengo, un pesebre. No es el mejor lugar pero la paja está limpia y el buey os dará calor. Es muy viejo e inofensivo. Se alegrará de tener compañía –añadió sonriendo.

José y María miraron hacia el lugar que les indicaba la mujer. Efectivamente no era el mejor alojamiento pero la noche ya estaba encima. José miró a María y ésta asintió.

-          Te lo agradecemos. Para una noche es suficiente.

-          Id a instalaros y ahora os llevaré algo de comer.

La estrella seguía detenida sobre el pesebre. Era ya como una vieja amiga y José sintió una gran paz. Ayudó con cuidado a descender a María. El buey, que dormitaba al fondo del pesebre, se desperezó al verlos llegar. Se acomodaron y aquel lugar cálido, iluminado por la estrella, les pareció un lugar precioso después del largo día. Y muy poco después llegó el Niño. Un niño que cambiaría la Historia y se quedaría para siempre. Él puede convertir en posibles las historias más imposibles.

¡FELIZ NAVIDAD!!!

24 diciembre 2016

martes, 6 de diciembre de 2016

A UN DESCONOCIDO


Sonaba una música de fondo que la muchedumbre coreaba. Miles de personas caminaban por la gran avenida entre banderas y pancartas. Más parecía una fiesta que una manifestación. Grupos de amigos y familias se iban uniendo desde las calles aledañas que desembocaban en la avenida principal. Clara, su hermana Carmen y dos amigos habían decidido acercarse. Una decisión de último momento pero allí estaban. Avanzaban entre la multitud y, de vez en cuando, comentaban entre ellos algo que les había llamado la atención.

-          ¿Aquel de allí no es Luis Tudela? –preguntó Javier, el más alto de los dos.

-          ¿Dónde? –dijo Fernando estirando el cuello.

-          Sí, hombre, allí –dijo señalando hacia un punto indefinido entre la multitud-. Debajo de la bandera aquella enorme.

-          Ah, sí. Pues desde aquí no te sabría decir… Podría ser, sí –añadió estirando aún más el cuello.

-          ¿Quién es Luis Tudela? –quiso saber Carmen.

-          Un compañero del colegio. No lo conocéis.

-          Pues desde aquí no os va a ver.

-          La verdad es que es raro que no nos hayamos encontrado todavía con nadie. Es curioso, pero en las manifestaciones, a pesar del gentío, siempre acabamos viendo a un montón de gente conocida –añadió Clara-. Y eso es parte del encanto de las manifestaciones, que ves a gente que no veías hacía mucho tiempo y acabamos por ahí de cañas recordando batallitas.

Siguieron caminado un tramo en silencio, entre el bullicio.

-          Estaba pensando… ¿qué os parece si nos quedamos a un lado? En el lateral de la avenida a partir de este punto hay una especie de pequeña ladera y desde ahí podemos ver pasar a la gente –sugirió Javier.

Los cuatro amigos se miraron y asintieron a la vez. Javier fue abriendo paso, mientras los otros le seguían en fila. Sin demasiada dificultad llegaron al punto que éste había señalado. Efectivamente, en el lado derecho de la avenida discurría paralela una zona ajardinada que se elevaba ligeramente hasta formar una especie de repisa, sobre la que se situaron. Desde ese punto se podía apreciar claramente la riada de gente, las pancartas y las banderas. Los cuatro observaban sonrientes, contagiados del ambiente festivo. Las dos hermanas se balanceaban suavemente al ritmo de la música hasta que de pronto… fue como si la música se hubiera detenido. Clara se quedó inmóvil. Contuvo la respiración, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. A la cabecera de una de las pancartas iba él, un absoluto desconocido pero… ¡qué sensación tan rara! Era como si lo conociera, aunque estaba segura de no haberlo visto nunca antes. Aquel joven alto, con el cabello claro y ligeramente largo… No podía ser….

-          Pero ¿estoy idiota o qué me pasa? Es como si me hubiera flechado de repente de un tipo que veo allá a lo lejos… -pensó, a la vez que instintivamente se cambiaba de sitio y se ponía en un extremo, al lado de Carmen, como si no quisiera que él pudiera pensar que uno de los dos podía ser su novio.

Entonces él giró de pronto la cabeza y se quedó mirándola, al mismo tiempo que enmudecía una consigna que pocos segundos antes había empezado a corear. Sus miradas se cruzaron y se quedaron clavadas unos segundos, unos minutos tal vez. Porque el ralentizó el paso, obligando a todos los que transportaban la pancarta a aminorar el ritmo.

-          ¿Qué pasa, Clara? –preguntó su hermana, al ver su expresión.
-          No sé –logró balbucir-. ¿Lo ves? ¿El chico alto de la pancarta?

Carmen miró hacia donde intuyó que su hermana miraba y enseguida entendió de quién hablaba.

-          ¿El que te está mirando? ¿Lo conoces?
-          No… -susurró mientras veía cómo se alejaba inexorablemente. Todavía él giró la cabeza un par de veces y sus miradas volvieron a encontrarse hasta que se perdió entre la multitud, dejándola con una sensación de vacío.
-          ¿Qué ha pasado?
-          No lo sé, una cosa extrañísima. Es como si me hubiera enamorado en cinco segundos de alguien que no conozco y a quien nunca conoceré…

Carmen la miró con cara rara un momento, luego se quedó pensativa y exclamó:

-          ¡Baudelaire!
-          ¿Cómo?
-          Bueno, a lo mejor no es tan raro. A Baudelaire le pasó.

Ahora era Clara quien la miraba extrañada.

-          No entiendo nada.
-          ¿No conoces el poema de Baudelaire?

Su hermana negó con la cabeza.

-          A una transeúnte, se llama. Dice algo así:

La calle aturdidora en torno de mí aullaba.
alta, fina, de luto dolor majestuoso,
una mujer pasó que con gesto fastuoso
recogía las blondas que su andar balanceaba.

Ágil y noble, con sus piernas de escultura.
Por mi parte bebí, como un loco crispado
en su pupila, cielo de huracán preñado,
placer mortal y a un tiempo fascinante dulzura.

¡Un relámpago…y noche! Fugitiva beldad
cuya mirada me ha vuelto de golpe renacer.
¿No he de volver a verte sino en la eternidad?

¡Lejos de aquí! ¡O muy tarde! ¡O jamás ha de ser!
Pues donde voy no sabes, yo ignoro adónde huiste.
¡Tú, a quien yo hubiese amado, tú, que lo comprendiste!


-          Te ha pasado lo mismo que le pasó a Baudelaire... Al chico de la pancarta también le ha pasado.

Clara permaneció en silencio unos instantes, asimilando los versos que su hermana acaba de recitar.

-          ¿Por qué dices que también le ha pasado?
-          Por cómo te miraba… Él lo supo, como la transeúnte.
-          ¿Y ahora qué?
-          Ahora nada, me temo. Otra de tus historias imposibles. A lo mejor te puede servir de inspiración.
-          ¿Te puedo decir una tontería?
-          ¡Dispara! –dijo entre risas.
-          ¿Sabes que me reconfortan mucho esos versos? ¿Me los puedes volver a repetir?

Carmen comenzó a recitarlos hasta que la voz de Fernando la interrumpió:

-          Baudelaire ¿no?
-          ¿Conoces el poema?
-          Sí… -y añadió mirando al suelo-. No os lo vais a creer, pero a mí me pasó una vez.
-          ¿Ah sí? –exclamó Carmen, burlona-. Cuenta, cuenta…

De pronto, Javier levantó la mano a la vez que exclamaba:

-          ¡Mira! Es Luis Tudela. Nos hace señas para que vayamos. Vamos, chicas, que os va a caer bien y es la hora del aperitivo.

Efectivamente, acabaron tomando cañas y rememorando batallitas. Incluso Fernando, en un aparte, se armó de valor y relató la historia de su transeúnte a las chicas. Y del desconocido nunca más se supo.



Diciembre 2016

viernes, 25 de noviembre de 2016

SI... KIPLING Y UNOS VERSOS IMPOSIBLES


¿Por qué será…? Que desde ayer me persiguen los versos del famoso poema de Kipling, If, y hoy va y me salta el mensajito del facebook de que tienes un recuerdo. Voy a ver el recuerdo y resulta que es una entrada del blog que publiqué hace un año. Y en esa entrada mencionaba, precisamente, el poema de Kipling. Ya estamos con las casualidades dichosas…

Así que releo los versos por enésima vez y algunos encajan con cómo me siento hoy. Eso no es casualidad. Son muchos versos, así que entra dentro de lo normal que alguno se adapte a mí. O a cualquiera de nosotros.

Si tienes en ti mismo una fe que te niegan

Y no desprecias nunca las dudas que ellos tengan.

Si esperas en tu puesto sin fatiga en la espera;

Si engañado, no engañas; (…)


A pesar de que algunos de mis principios puedan ser discutidos por el pensamiento único, sigo fiel a ellos. Aunque me puedan suponer situaciones complicadas. Aunque haya quien me mire por encima del hombro, con aire de superioridad moral.


Si sueñas y los sueños no te hacen su esclavo;

Si piensas y rechazas lo que piensas en vano.

Bueno, esto ya es más complicado, lo confieso. No he perdido la mala costumbre de soñar despierta, aunque es cierto que cada vez menos. La vida te vuelve realista. Y los pajaritos cada vez son menos. Pero ahí están, de vez en cuando los oigo piar y me uno con entusiasmo a su coro. Hasta que una voz sube por encima de los piopíos y me dice que ya vale, aterriza guapa. Y yo obediente aterrizo. En esos casos –no falla- suelo correr al ordenador y me pongo a escribir lo primero que se me pasa por la cabeza. Como ahora. ¡Es una liberación con la que disfruto tanto!


Si llenas el minuto inexorable y cierto

De sesenta segundos que te lleven al cielo…

Lo que yo decía. Un minuto de felicidad, el cielo, la cabeza en las nubes… esos sesenta segundos  metafóricos que van llenando una vida. Pero estos «si» encadenados me llevan a revivir situaciones que quizás habría cambiado. Y añado por mi cuenta un interrogante ¿Y si en vez de…? Lo cual no es inteligente, porque el pasado está donde tiene que estar. Y no se puede cambiar. Pero a veces, los sueños me hacen su esclava... Hasta que el móvil vibra y regreso a la tierra. Y ahí estoy un rato tranquilita hasta que otro «si» me vuelve a perseguir y me lanza hacia el cielo en busca de un sueño imposible.



Noviembre 2016

viernes, 4 de noviembre de 2016

¡QARAQOSH HA SIDO LIBERADO!



¡Qaraqosh ha sido liberado! Estas cuatro palabras me persiguen desde que las leí hace unos días en el periódico. Qaraqosh ha sido liberado…. Suena como una frase que hubiera escuchado en una de esas películas clásicas de los años cincuenta… Podría imaginarla incluso en una viñeta cualquiera de Tintín. Pero no. Es real. Una buena noticia en medio del horror que viven Siria e Iraq. Según leo, el Estado Islámico ha sido expulsado de esta ciudad -y otras- cercana a Mosul. ¡Por fin! Paso las páginas buscando información de una ciudad de la que nunca había oído hablar. Leo las crónicas de los reporteros de guerra. Y descubro que Qaraqosh está cerca de la legendaria Nínive, la ciudad asiria que aparece mencionada en la Biblia, junto al Tigris. El Tigris y el Éufrates, Babilonia, Mesopotamia… la cuna de la civilización, eso que estudiamos en el cole de pequeños. El principio de todo, así de importante es esta zona que ahora me suena tan lejana, pero que me atrae enormemente.

Qaraqosh tiene una particularidad. Fue cristiana desde el siglo II, según la wiki. No pretendo realizar ahora una investigación ni una disertación histórica. Quiero decir, que no voy a contrastar los datos de la wiki. Sea como sea, es cristiana desde hace siglos, y los bárbaros han pretendido borrar la libertad en sus calles. Pero han sido expulsados. Ojalá que para siempre. Dejan tras de sí la destrucción, la marca de la casa, pero el domingo se volvió a celebrar misa entre las ruinas de una iglesia de Qaraqosh.

No quiero imaginar el horror que han sufrido las personas que allí vivían. Y en medio de la barbarie una imagen me golpea. Es la fotografía de un soldado limpiando una imagen de la Virgen. Ese soldado habrá sido testigo de escenas terribles, pero le quedan ánimos para tratar con cariño esa estatua de la Virgen. Entonces me doy cuenta de la tibieza de mi fe que contrasta con los colores de la escena. Una cinta verde rodea el cabello oscuro del soldado. Con un trapo rojo limpia el manto azul. Yo me siento como una imagen borrosa, desvaída, pero al mismo tiempo, me invade un sentimiento de pertenencia, de orgullo al compartir las creencias de ese soldado sin nombre.
Cuando hace un año comencé este blog, lo hice precisamente hablando de Palmira, de mis sensaciones cuando la visité hace ya muchos años. Y justo un año después vuelvo a viajar, esta vez virtualmente, a Mesopotamia. Entonces el detonante fue una foto en la que yo aparecía feliz rodeada por la grandeza de Palmira. Ahora ha sido esa fotografía del soldado y la Virgen. Me siento impotente. ¿Qué puedo hacer yo? Sólo puedo rezar por mis hermanos cristianos de Qaraqosh. Veo su grandeza y mi pequeñez.



Noviembre 2016

viernes, 21 de octubre de 2016

LA BOLA DE CRISTAL


-          No sabría qué decirte… -responde bajando la mirada y rascándose la cabeza, como en las películas.

-          Bueno, algo se te ocurrirá –dice ella. No piensa terminar aquí la conversación cuando, por fin, veinte años después, se ha atrevido a hacerle la pregunta.

-          Pues… supongo que no era el momento, o quizás no surgió la oportunidad –. Reflexiona unos instantes-. Claro que en esa época nos veíamos bastante ¿no?

-          Yo diría que al menos cada dos fines de semana. Ya hace mucho tiempo, pero sí, quedábamos habitualmente.

Él rasga el sobre de azúcar, con su parsimonia habitual, y con la cucharilla comienza a dar vueltas al café.

-          ¡Es que menuda preguntita! –se ríe.

-          Sí, ya sé que te ha cogido por sorpresa. Te aseguro que no ha sido premeditado, pero no sé. Nos hemos puesto a contar batallitas del pasado y de repente he recordado que nunca supe por qué… Y además has sido tú el que ha empezado a hacer arqueología –le dice apuntándole con su cucharilla.

La preguntita había sido muy breve: «¿Por qué ella y no yo?».

Luis y Sara se habían conocido veintitantos años antes a través de amigos comunes, en la época de la universidad. Desde el primer momento congeniaron. El grupo quedaba muchos fines de semana y, a los pocos meses, ellos empezaron a salir también por su cuenta. Salir en el sentido literal. Iban al cine, a una exposición, a la presentación de un libro… Tenían muchas aficiones en común que superaban la salida de copas del sábado del resto del grupo. Ella siempre creyó que su relación de amistad iría a algo más. Hubo varias ocasiones en que parecía que Luis se iba decidir por fin, pero no fue así.

Recordaba aquel día de principios de verano que él la invitó a cenar. Hacía unos días había sido su cumpleaños, así que Sara le llevó un regalo. Él lo recibió con un gran abrazo, del que se desprendió bruscamente a la vez que soltaba a bocajarro:

-          El mes que viene me marcho a Australia. A hacer un Master… Dos años.

-          ¿Dos años? –repitió ella, como sin entender.

Entonces él empezó a hablar rápidamente, explicando detalles del Master que Sara oía sin asimilar. Hasta que le interrumpió.

-          ¿Desde cuándo lo sabes?

-          Desde hace varios meses… un año quizás. Cuando te conocí, más o menos.




-          ¿Ves? Ahí es cuando tú me tenías que haber dicho: «Te esperaré» -dice señalándola con la cucharilla  acusadora.

-          ¿Qué yo te tenía que haber dicho qué? –pregunta ella un tanto indignada.

-          Claro. Es lo que yo esperaba.

-          ¿Me tomas el pelo?

-          No, te lo digo muy seriamente.

Ella se le queda mirando y apoya un codo sobre la mesa. Su cucharilla sale disparada sin que ninguno de los dos se dé cuenta.

-          ¿Y por qué no me lo pediste?

-          ¿El qué?

-          Que te esperara.

-          No me atreví.

-          Ya… Y yo ese día me dejé en casa la bola de cristal.

Misterio resuelto. Veintitantos años después.

-          Y esos dos años estuvimos en contacto. Nos escribimos.

-          Recuerdo que incluso alguna vez me llamaste por teléfono –sonríe Sara -. Y cuando por fin regresaste tú salías con alguien y yo también.

-          Exacto. Fin de la historia.

-          Sí, fin de la historia. Luego te casaste y yo fui a tu boda. En la que me lo pasé muy bien, por cierto.

-          Ya, ligaste con mi primo el guapo.

-          ¡Jaja!!… ¡Es verdad!

-          Pero seguimos siendo amigos.

-          Efectivamente. El tiempo pasa y seguimos siendo amigos.

Luis hace una seña al camarero para pagar los cafés.

-          ¿Nos vamos ya? Va a empezar la conferencia en diez minutos.

Sara se levanta y él la ayuda a ponerse el abrigo. Siempre fue muy caballero. Ella se coge de su brazo y le mira con cariño.

-          Te han salido canas.

-          Vete a la porra –dice él soltando una gran carcajada.



            Octubre 2016


sábado, 1 de octubre de 2016

LA PRINCESA ¿AZUL?


Con gran sorpresa compruebo que mi última entrada en el blog, que titulé El príncipe azul, es la que ha tenido más lecturas. Si el contador no engaña, supera con mucho, concretamente triplica, la entrada anterior que había sido a su vez una de las más vistas. Y como digo me sorprende. Muy gratamente, claro. Aprovecho para agradecer a mis lectores su apoyo. Si algo he aprendido en estos meses desde que inicié el blog, es que el título debe ser provocador para que nos animemos a leerlo. Estamos bombardeados de información y la mayoría de nosotros pasamos el día corriendo de un lado para otro, sin tiempo para nada. Lo más curioso es que El príncipe azul se me ocurrió en cosa de minutos, mientras caminaba una tarde hace unos días, intentando ser fiel a mi propósito de practicar un poco de ejercicio al menos tres o cuatro veces a la semana. Así que me calcé las zapatillas y eché a andar, sin imaginarme que a los pocos pasos mi cabeza empezaría a darle vueltas a unas palabras y éstas se convertirían en una nueva entrada.

Cuando regresé a casa, me abalancé al ordenador para escribir aquellas frases deshilachadas que me habían acompañado durante mi paseo. Cuando terminé, le di unas cuantas vueltas al título. ¿Quizás lo de príncipe azul sonara un poco cursi? Da igual, al final me decidí por ese título y, por lo que parece, con acierto. Lo cual me hace pensar que al final todos somos unos románticos –un poco al menos-, aunque no siempre lo reconozcamos. Si no, ¿cómo es posible que una frase tan repetida sea la causante de que se triplique el número habitual de visitas?

Y todo esto me lleva a otra reflexión… ¿habrá princesas azules? ¿O habría que decir rosas? El caso es que creo que no existe ese término. Pero dado que muchos de mis lectores han sido hombres, me pregunto si también ellos tienen un modelo de princesa azul. Como mi mente es femenina, me decido a preguntar sin pudor a los hombres que me rodean.

-          Hola ¿qué tal? Verás, quizás te suene raro pero querría preguntarte si existen las princesas azules. Quiero decir, igual que hay príncipes azules, ¿vosotros tenéis princesas azules? -¿o rosas?-. Miro a mi interlocutor con curiosidad, a la vez que abro mi Moleskine bolígrafo en mano. Él me mira y carraspea.

-          ¿Princesas azules? ¿A qué te refieres exactamente?

Yo le miro abriendo mucho los ojos, con expresión inocente.

-          Pues eso, princesas azules. O a lo mejor las llamáis de otra manera, no sé. A ver, quiero decir, igual que se dice que una chica espera a su príncipe azul, ¿a vosotros también os pasa?

Mi amigo me mira raro y no responde, así que amplío la explicación.

-          Por ejemplo, hay chicas que te dirían que su príncipe azul es rubio, atractivo, generoso, divertido e inteligente. Otra te puede decir que para ella su príncipe azul es un hombre moreno, osado, valiente y protector. U otra te podría decir que para ella su príncipe es un hombre culto, intelectual y que le haga reír. Y para algunas pues sería un hombre que dedica su vida a los demás trabajando en una ONG, por ejemplo. ¿Me explico?- pregunto volviendo a abrir mucho los ojos y con la mano ya nerviosa sobre el papel del cuaderno.

-          Ya… ¿tú quieres decir si tenemos estereotipos? ¿Si tenemos condiciones predeterminadas sobre cómo debe ser la chica de nuestros sueños?

-          ¡La chica de nuestros sueños! – exclamo embelesada escribiendo con entusiasmo.- Claro, chica de nuestros sueños sería el equivalente a príncipe azul ¿verdad?

Me mira un tanto desconcertado, intentando salvar su ego masculino.

-          Bueno, equivalente, equivalente… no es exactamente lo mismo. Nosotros no somos tan románticos como vosotras, ni tenemos tantos pajaritos en la cabeza.

-          Sí, puede que tengas razón –admito-. A veces más que románticos sois pesadísimos y cuando una chica os gusta no aceptáis un no por respuesta. Y eso no es nada romántico. Pero a ver –me apresuro a añadir antes de que proteste-, ¿cómo es la chica de tus sueños?

-          Bueno, no te sabría decir…

-          Por favor, por favor… venga, que nos conocemos de toda la vida y no lo sé.

-          No irás a escribir esto en tu blog ¿verdad? –dice mirándome con desconfianza-. ¿Por qué estás tomando notas?

-          Hombre, digamos que quizás me sirvas de inspiración, pero por supuesto nadie sabrá que eres tú. De verdad, por favor, por favor….. Se trata sólo de una inocente encuesta.

Él calla unos instantes, reflexiona, mira al infinito, vuelve a mirarme a mí y se ríe. Abre la boca para inmediatamente volver a cerrarla. Me giro y averiguo el motivo. Acaba de llegar su novia, a quien saludo afectuosamente a la vez que me apresuro a cerrar el cuaderno negro. Mi encuesta deberá esperar.

Y la paciencia encuentra su recompensa. Pocos días después cené con unos amigos. Con premeditación y alevosía metí la Moleskine en el bolso. Cuando me había asegurado de que las copas de vino se habían rellenado, disparé mi pregunta. Los tres se miraron entre ellos y Juan preguntó tímidamente:

-          ¿Te refieres a la canción de Sabina? Hay una que habla de princesas ¿no?

-          No, no. Esa canción no va por ahí. Tú te refieres a la mujer ideal ¿verdad? –dice Alfonso.

-          Sí, sí, exactamente –afirmo moviendo la cabeza con entusiasmo.

-          Bueno, eso del príncipe azul es de cuento. A lo mejor al hombre no le hace falta el concepto de mujer ideal.

-          Cuando hablas de princesas, fundamentalmente estás pensando en la belleza –interviene Lucas.

-          O sea, que para vosotros lo importante es el físico. ¿Es eso?

-          No exactamente. Yo diría que cuando encuentras a la princesa lo primero que te atrae es su forma de ser, aunque inconscientemente te sientes atraído por lo físico –afirma Alfonso, el intelectual del grupo.

-          Tengo un amigo para quien el olfato es fundamental. Es verdad que el olor juega un papel importante, aunque eso suena un tanto primitivo.

-          Eso suena a pensamiento de macho alfa al cubo –dice Juan entre risas a las que nos unimos los demás. Bien, de la timidez pasamos a la diversión. Vamos por buen camino.

-          La química es importante –concede mi amigo intelectual- pero yo diría que hablamos del alma gemela. –Me apresuro a escribir alma gemela como nuevo concepto de la conversación-. Se trata de la proyección de un ideal.

Juan niega con la cabeza.

-          Eso no me lo creo. De ahí vienen los desencantos.

-          Cuando encuentras una personalidad que te encandila, a partir de ahí se construye la princesa –insiste Alfonso-. Lo físico, lo estético no deja de ser complementario.

Durante unos segundos se hace el silencio, momentos que aprovecho para seguir tomando notas a toda velocidad. Lucas interviene:

-          El concepto cambia con la edad. Probablemente si preguntas a un chico de veinticinco años te diga que es más físico. Nuestra visión la da los cuarenta, diría yo.

-          ¿Habéis visto la película Del rosa al amarillo? –pregunta Alfonso-. Lo explica todo muy claramente-. El desastre, el sufrimiento, el horror… -Le miro con cara de no entender-. El ideal del amor termina a menudo en sufrimiento. Las mujeres son como flores que exhiben su belleza y te van atrayendo… atrapando.

-          Pero no siempre es así –intervengo yo-. Se supone que el amor es bonito.

-          Tengo dos amigas que por separado y en distintos momentos me contaron que salían con un chico que no era su príncipe azul –cuenta Lucas-. Ellos estaban enamorados pero ellas estaban frustradas porque no respondían a su idea de príncipe azul y les trataban mal. Estaban con ellos porque hay gente que no sabe estar sola.

-          Si os dais cuenta, en el subconsciente colectivo está el príncipe azul: caballeroso, educado, valiente, protector… -enumera Juan- pero ese mito no existe al revés. En el caso del hombre es más personalizado, ¿no os parece?

Creo que esta aportación es interesante. En esos cuentos que leímos todos en la infancia siempre había príncipes azules que protegían a sus princesas. Hay quien pasa la vida esperando su llegada y nunca llega porque, efectivamente, es un mito. Simplemente, no existe. Sigo escribiendo. Lucas se ríe y dice:

-          Tengo amigos que dicen que tienen «amores de metro», que ves a una chica que te gusta mucho, unos momentos, y no la vuelves a ver.

-          ¿Y no te vale la pena volver a verla? ¿No haces nada?

-          No, porque cuando ya has besado a muchas ranitas, como tú dices, ya no vale la pena. Quizás en esos momentos construyas tu propio mito de la princesa azul, pero dura poco, se desvanece.

Este comentario de Alfonso me lleva a recordar ese poema maravilloso de Baudelaire, en el que se enamora de una visión fugaz. Al día siguiente, paseando por las calles de Zamora, nos encontramos de frente con el muro de una vieja casa derruida que exhibe en todo su esplendor otro maravilloso poema, esta vez de Lope de Vega:

                «Creer que un cielo en un infierno cabe,
                Dar la vida y el alma a un desengaño,
                Esto es amor, quien lo probó lo sabe».

Realmente no era mi intención que la conversación terminara hablando de amores imposibles. ¡Lo prometo! ¿Será que me persiguen?… Para quitarnos el sabor agridulce, y dado que es la hora del aperitivo, decidimos entrar en una pequeña taberna. Llenamos una vez más nuestras copas y brindamos… ¿por los príncipes y princesas? ¡No! ¡Por nosotros y por mis gentiles lectores!


Septiembre 2016

viernes, 9 de septiembre de 2016

EL PRÍNCIPE AZUL


Y fueron felices y comieron perdices. Así terminaban todos los cuentos que leyó en su infancia. Ya desde pequeña era frecuente verla con un libro en la mano. Aquellos relatos con ilustraciones que hablaban de príncipes y princesas, castillos, dragones y lobos. A éstos siguieron las aventuras de Los Cinco y muy pronto se sumergió en el mundo de los «clásicos». Pasaba las tardes de verano devorando las historias escritas por Walter Scott, Emilio Salgari y Julio Verne. También le gustaba escribir y cuando no tenía un libro de aventuras a mano, entonces lo escribía ella. Se sentaba debajo del árbol enorme que había en medio del jardín con un cuaderno en blanco sobre las piernas y empezaba a escribir. Luego, cuando el relato iba tomando forma, reunía a sus hermanos y a sus primos y les iba contando las historias que se amontonaban en su cabeza. Sus padres y sus tíos estaban encantados. Esas tardes no se oían los habituales gritos de toda la panda y podían dormir la siesta sin interrupciones. Desde la terraza observaban con una sonrisa a los pequeños que escuchaban embelesados a la joven contadora de aventuras emocionantes.

Con dieciséis años leyó a escondidas Lo que el viento se llevó. «Eres demasiado joven para leerlo. Se te llenará la cabeza de pájaros»- le dijo, confiscándolo. Pero aquel libro gordísimo le atraía como un imán, así que se las arregló para encontrarlo y leerlo sin que su madre se diera cuenta. Mientras sus amigas hablaban del tal Borja o el tal  Gonzalo que habían conocido en la fiesta del colegio, ella pensaba en héroes como Ivanhoe, o antihéroes como Rhett Butler. Pasaron los años y en vista de que éstos no llegaban, besó a unas cuantas ranas que, para su sorpresa, no se convirtieron en príncipes. Una vez conoció a un tipo que a primera vista le pareció D’Artagnan, pero unos meses después se dio cuenta de que no se le parecía en nada. Incluso le presentaron a un Sandokan, que tampoco resultó serlo.

Cuando cumplió los cuarenta, en vez de sufrir la típica crisis, experimentó una gran liberación. Ni más ni menos se dio cuenta de que Ivanhoe, D’Artagnan y Rhett sólo existían en la mente de sus autores. Fue como una revelación… ¡De repente se hizo la luz! Entonces miró hacia atrás e hizo un recuento de sus ranas. Ya, quizás ninguna había resultado ser un príncipe pero algunas podrían haber llegado a ser protagonistas de una historia interesante. Condicional y pasado, o sea, irrecuperable. Además, por alguna extraña razón, en un mundo en el que aumenta vertiginosamente el número de rupturas matrimoniales, ninguna de sus ranas se separaba, así que allí estaban, en el pasado para siempre, comiendo perdices.

Afortunadamente, esta especie de síndrome del héroe falso no le había pasado solo a ella. No, no. A Christina Rosenvinge también le pasó:

«El día que yo fui feliz, nadie tocaba el violín.
Ni una maldita florecilla ni arcoíris sobre mí.
El día que yo fui feliz no me di cuenta y me dormí
 y como nadie me avisó no me di cuenta y me dormí»… Algo así decía…

La canción termina y se gira hacia la enorme estantería de su habitación, ya casi al límite de su capacidad. Revisa los estantes, con los libros perfectamente ordenados por autores, y sus dedos se posan en los lomos amarillos de tela de la colección de Tintín. Elige uno al azar y lo abre por enésima vez. Un cosquilleo de adrenalina le recorre la espalda, anticipando el placer de la lectura. Y se dispone a viajar hasta Sildavia… Sildavia… Ya el nombre lo dice todo, hace evocar aventuras… En el fondo, ella tiene mucho que ver con Tintín. Modelo de soltero, con una idea muy clara de dónde está la raya que separa a los malos de los buenos…. Mientras abre sus páginas, le asalta un pensamiento: Quizás no debería haber conocido a Rhett Butler con dieciséis años… Al final las madres suelen tener razón. ¡Rayos y truenos!



Septiembre 2016