Con gran sorpresa compruebo que
mi última entrada en el blog, que titulé El
príncipe azul, es la que ha tenido más lecturas. Si el contador no engaña,
supera con mucho, concretamente triplica, la entrada anterior que había sido a
su vez una de las más vistas. Y como digo me sorprende. Muy gratamente, claro.
Aprovecho para agradecer a mis lectores su apoyo. Si algo he aprendido en estos
meses desde que inicié el blog, es que el título debe ser provocador para que
nos animemos a leerlo. Estamos bombardeados de información y la mayoría de
nosotros pasamos el día corriendo de un lado para otro, sin tiempo para nada.
Lo más curioso es que El príncipe azul
se me ocurrió en cosa de minutos, mientras caminaba una tarde hace unos días,
intentando ser fiel a mi propósito de practicar un poco de ejercicio al menos
tres o cuatro veces a la semana. Así que me calcé las zapatillas y eché a
andar, sin imaginarme que a los pocos pasos mi cabeza empezaría a darle vueltas
a unas palabras y éstas se convertirían en una nueva entrada.
Cuando regresé a casa, me
abalancé al ordenador para escribir aquellas frases deshilachadas que me habían
acompañado durante mi paseo. Cuando terminé, le di unas cuantas vueltas al
título. ¿Quizás lo de príncipe azul sonara un poco cursi? Da igual, al final me
decidí por ese título y, por lo que parece, con acierto. Lo cual me hace pensar
que al final todos somos unos románticos –un poco al menos-, aunque no siempre lo
reconozcamos. Si no, ¿cómo es posible que una frase tan repetida sea la
causante de que se triplique el número habitual de visitas?
Y todo esto me lleva a otra
reflexión… ¿habrá princesas azules? ¿O habría que decir rosas? El caso es que
creo que no existe ese término. Pero dado que muchos de mis lectores han sido
hombres, me pregunto si también ellos tienen un modelo de princesa azul. Como
mi mente es femenina, me decido a preguntar sin pudor a los hombres que me
rodean.
-
Hola ¿qué tal? Verás, quizás te suene raro pero
querría preguntarte si existen las princesas azules. Quiero decir, igual que
hay príncipes azules, ¿vosotros tenéis princesas azules? -¿o rosas?-. Miro a mi
interlocutor con curiosidad, a la vez que abro mi Moleskine bolígrafo en mano. Él me mira y carraspea.
-
¿Princesas azules? ¿A qué te refieres
exactamente?
Yo le miro abriendo mucho los
ojos, con expresión inocente.
-
Pues eso, princesas azules. O a lo mejor las llamáis
de otra manera, no sé. A ver, quiero decir, igual que se dice que una chica
espera a su príncipe azul, ¿a vosotros también os pasa?
Mi amigo me mira raro y no
responde, así que amplío la explicación.
-
Por ejemplo, hay chicas que te dirían que su
príncipe azul es rubio, atractivo, generoso, divertido e inteligente. Otra te
puede decir que para ella su príncipe azul es un hombre moreno, osado, valiente
y protector. U otra te podría decir que para ella su príncipe es un hombre
culto, intelectual y que le haga reír. Y para algunas pues sería un hombre que
dedica su vida a los demás trabajando en una ONG, por ejemplo. ¿Me explico?-
pregunto volviendo a abrir mucho los ojos y con la mano ya nerviosa sobre el
papel del cuaderno.
-
Ya… ¿tú quieres decir si tenemos estereotipos?
¿Si tenemos condiciones predeterminadas sobre cómo debe ser la chica de
nuestros sueños?
-
¡La chica de nuestros sueños! – exclamo
embelesada escribiendo con entusiasmo.- Claro, chica de nuestros sueños sería el equivalente a príncipe azul ¿verdad?
Me mira un tanto desconcertado,
intentando salvar su ego masculino.
-
Bueno, equivalente, equivalente… no es
exactamente lo mismo. Nosotros no somos tan románticos como vosotras, ni
tenemos tantos pajaritos en la cabeza.
-
Sí, puede que tengas razón –admito-. A veces más
que románticos sois pesadísimos y cuando una chica os gusta no aceptáis un no
por respuesta. Y eso no es nada romántico. Pero a ver –me apresuro a añadir
antes de que proteste-, ¿cómo es la chica de tus sueños?
-
Bueno, no te sabría decir…
-
Por favor, por favor… venga, que nos conocemos
de toda la vida y no lo sé.
-
No irás a escribir esto en tu blog ¿verdad?
–dice mirándome con desconfianza-. ¿Por qué estás tomando notas?
-
Hombre, digamos que quizás me sirvas de
inspiración, pero por supuesto nadie sabrá que eres tú. De verdad, por favor,
por favor….. Se trata sólo de una inocente encuesta.
Él calla unos instantes,
reflexiona, mira al infinito, vuelve a mirarme a mí y se ríe. Abre la boca para
inmediatamente volver a cerrarla. Me giro y averiguo el motivo. Acaba de llegar
su novia, a quien saludo afectuosamente a la vez que me apresuro a cerrar el
cuaderno negro. Mi encuesta deberá esperar.
Y la paciencia encuentra su
recompensa. Pocos días después cené con unos amigos. Con premeditación y
alevosía metí la Moleskine en el
bolso. Cuando me había asegurado de que las copas de vino se habían rellenado,
disparé mi pregunta. Los tres se miraron entre ellos y Juan preguntó
tímidamente:
-
¿Te refieres a la canción de Sabina? Hay una que
habla de princesas ¿no?
-
No, no. Esa canción no va por ahí. Tú te
refieres a la mujer ideal ¿verdad? –dice Alfonso.
-
Sí, sí, exactamente –afirmo moviendo la cabeza
con entusiasmo.
-
Bueno, eso del príncipe azul es de cuento. A lo
mejor al hombre no le hace falta el concepto de mujer ideal.
-
Cuando hablas de princesas, fundamentalmente
estás pensando en la belleza –interviene Lucas.
-
O sea, que para vosotros lo importante es el
físico. ¿Es eso?
-
No exactamente. Yo diría que cuando encuentras a
la princesa lo primero que te atrae es su forma de ser, aunque
inconscientemente te sientes atraído por lo físico –afirma Alfonso, el
intelectual del grupo.
-
Tengo un amigo para quien el olfato es
fundamental. Es verdad que el olor juega un papel importante, aunque eso suena
un tanto primitivo.
-
Eso suena a pensamiento de macho alfa al cubo
–dice Juan entre risas a las que nos unimos los demás. Bien, de la timidez
pasamos a la diversión. Vamos por buen camino.
-
La química es importante –concede mi amigo
intelectual- pero yo diría que hablamos del alma gemela. –Me apresuro a
escribir alma gemela como nuevo
concepto de la conversación-. Se trata de la proyección de un ideal.
Juan niega con la cabeza.
-
Eso no me lo creo. De ahí vienen los
desencantos.
-
Cuando encuentras una personalidad que te
encandila, a partir de ahí se construye la princesa –insiste Alfonso-. Lo
físico, lo estético no deja de ser complementario.
Durante unos segundos se hace el
silencio, momentos que aprovecho para seguir tomando notas a toda velocidad. Lucas
interviene:
-
El concepto cambia con la edad. Probablemente si
preguntas a un chico de veinticinco años te diga que es más físico. Nuestra
visión la da los cuarenta, diría yo.
-
¿Habéis visto la película Del rosa al amarillo? –pregunta Alfonso-. Lo explica todo muy
claramente-. El desastre, el sufrimiento, el horror… -Le miro con cara de no
entender-. El ideal del amor termina a menudo en sufrimiento. Las mujeres son
como flores que exhiben su belleza y te van atrayendo… atrapando.
-
Pero no siempre es así –intervengo yo-. Se
supone que el amor es bonito.
-
Tengo dos amigas que por separado y en distintos
momentos me contaron que salían con un chico que no era su príncipe azul
–cuenta Lucas-. Ellos estaban enamorados pero ellas estaban frustradas porque
no respondían a su idea de príncipe azul y les trataban mal. Estaban con ellos
porque hay gente que no sabe estar sola.
-
Si os dais cuenta, en el subconsciente colectivo
está el príncipe azul: caballeroso, educado, valiente, protector… -enumera
Juan- pero ese mito no existe al revés. En el caso del hombre es más
personalizado, ¿no os parece?
Creo que esta aportación es
interesante. En esos cuentos que leímos todos en la infancia siempre había
príncipes azules que protegían a sus princesas. Hay quien pasa la vida
esperando su llegada y nunca llega porque, efectivamente, es un mito.
Simplemente, no existe. Sigo escribiendo. Lucas se ríe y dice:
-
Tengo amigos que dicen que tienen «amores de
metro», que ves a una chica que te gusta mucho, unos momentos, y no la vuelves
a ver.
-
¿Y no te vale la pena volver a verla? ¿No haces
nada?
-
No, porque cuando ya has besado a muchas
ranitas, como tú dices, ya no vale la pena. Quizás en esos momentos construyas
tu propio mito de la princesa azul, pero dura poco, se desvanece.
Este comentario de Alfonso me
lleva a recordar ese poema maravilloso de Baudelaire,
en el que se enamora de una visión fugaz. Al día siguiente, paseando por las calles
de Zamora, nos encontramos de frente con el muro de una vieja casa derruida que
exhibe en todo su esplendor otro maravilloso poema, esta vez de Lope de Vega:
«Creer que un cielo
en un infierno cabe,
Dar la vida y el alma
a un desengaño,
Esto es amor,
quien lo probó lo sabe».
Realmente no era mi intención que
la conversación terminara hablando de amores imposibles. ¡Lo prometo! ¿Será que
me persiguen?… Para quitarnos el sabor agridulce, y dado que es la hora del
aperitivo, decidimos entrar en una pequeña taberna. Llenamos una vez más
nuestras copas y brindamos… ¿por los príncipes y princesas? ¡No! ¡Por nosotros
y por mis gentiles lectores!
Septiembre 2016