miércoles, 24 de julio de 2019

YO VINO Y TÚ, CERVEZA



Se quedó observándolo sin que él se diera cuenta. Le daba la espalda, inclinándose levemente sobre el fuego, preparando la cena. Sus brazos fuertes cortaban en trozos pequeños tomates y cebollas que iba vertiendo en la sartén. De vez en cuando, interrumpía la acción para llevarse a los labios un botellín de cerveza. Era alto, era fuerte, y allí estaba ella observándolo desde el sofá, sin perder detalle de todos sus movimientos elegantes. Hubiera querido levantarse de un salto, rodearle la cintura con los brazos y apoyar la cabeza sobre su espalda. Pero no lo hizo. Había algo hosco en su actitud, algo que le obligaba a quedarse anclada en aquel sofá. Cómo explicarlo. Era como si él hubiera levantado una barrera.

Lo que debería haber sido un gesto natural, un abrazo cargado de amor, se quedó dentro de ella para siempre. Visto desde fuera podría parecer la típica escena doméstica de una pareja unida por el tiempo y el cariño. Él preparaba la cena, mientras ella charlaba con él desde el sofá. De qué había pasado desde la última vez que se habían visto, qué habían hecho ese día, qué iban a hacer mañana. Juntos. Sin embargo, cada vez que ella intentaba comenzar una conversación, recibía un monosílabo como respuesta. Al tercer intento, se dio por vencida y echó hacia atrás la cabeza, apoyándola contra el sofá, no contra su espalda. Pero le siguió observando. Eso no se lo podía quitar. Sus ojos recorrieron lentamente su cuerpo esbelto, su cabello moreno algo despeinado, sus hombros anchos, sus brazos fuertes, sus piernas largas enfundadas en unos vaqueros desgastados. De repente, él se giró y ella fingió seguir con atención la película. Dio un sorbo a la copa de vino que tenía entre las manos. Y otro sorbo, y otro, hasta que se acabó. Se levantó a rellenar la copa y tuvo que detenerse unos segundos porque el vino debía de ser más fuerte de lo que se había imaginado. O quizás es que había bebido demasiado rápido. Suspiró.

-          ¿Y ese suspiro? –preguntó él decidiéndose a despegar los labios.

-          Nada –respondió sonriente.

Se acercó a él porque la maldita botella estaba justo al lado de su botellín de cerveza. Sin mirarle, se sirvió otra copa. Hasta arriba. Ya que no se hablaba, bebería. Y vería la película. Y a lo mejor, hasta cenaba. Se armó de valor.

-          Estás muy serio.

-          No, qué va. Sólo un poco cansado.

-          Ya. Será eso.

Él se quedó mirándola, con esa mirada profunda tan suya, tan cargada de… de qué. ¿De misterio? No, eso sonaba a folletín barato. Pero esos ojos hablaban más que sus labios. A veces la miraba de una manera que le hacía estremecerse. Incluso a veces su sonrisa alcanzaba sus ojos y ella se sentía feliz, por un momento siquiera. Adivinando la felicidad que pugnaba por abrirse paso a través de esa barrera invisible y silenciosa.

Muchas veces ella recordaría esa escena y sus emociones. Las noches de insomnio eran cada vez más frecuentes. Las noches cálidas de verano invitaban a regodearse en el pasado, en lo que pudo haber sido y no fue. O a lo mejor nunca habría podido ser. Quizás todo fueron imaginaciones suyas. Había algo que se escapaba, que no había logrado entender. Entonces, suspirando profundamente, vuelve a ver sus ojos, vuelve a sentir su mirada profunda como si la tuviera delante. Y por un instante, sólo un instante, se atrevería a decir que no lo soñó.



Julio 2019

lunes, 22 de julio de 2019

¿SERÁ EL JET LAG?


Estoy sin estar… Tumbada en la hierba, con los ojos entreabiertos, sobre mi cabeza las ramas de un árbol altísimo se mecen contra un cielo muy azul. Ni una sola nube. El sonido de una chicharra, o de un grillo, o del bicho que sea que hace ese sonido característico de las tardes cálidas de verano.

Mi mirada somnolienta se pierde en el cielo. Y así me quedo un rato, no sé cuánto, mucho, imagino…  Disfrutando de la paz del momento, antes de que la piscina se llene de niños gritones. Paz. Suspiro profundamente. Mi cabeza dolorida se deja abrazar por el sol, el murmullo del viento y el goteo rítmico de la ducha.

Estoy pero no estoy. Lo intenté, o quizás no. Tampoco había planeado nada. No era capaz de imaginar, a pesar de mi imaginación normalmente desbordante. Sólo quería verle. Sólo quería estar. Sin más. Y, sin embargo, un trozo de mí ya no está. Noto que se me escapa, intento retenerlo… Me rindo, tiro la toalla, no lo vuelvo a intentar.

Me llegan los ecos de voces y carreras cada vez más próximos. Son las risas de los niños. Abro los ojos y vuelvo a la realidad. Ahora que lo pienso, a lo mejor es sólo el jet lag. Y yo dándomelas de poeta. Me incorporo con lentitud y sacudo una hormiga que me sube por la pierna. Hay amigas que me dicen que la época de los sueños quedó atrás y que lo que hay que hacer es apuntarse a una plataforma de esas de buscar pareja. Sólo de pensarlo me dan escalofríos. Conociéndome, qué desgaste emocional. Iría dejando trocitos de mi alma esparcidos por los bares de Madrid. Y luego ponte a buscarlos uno por uno, a recomponerlos y a que queden igual que antes. Que nunca quedan igual. Porque siempre hay un trozo que se pierde, o que se deforma, no sé. El caso es que siempre hay un pedacito que no encaja.

Aunque, como dice un amigo muy querido, sigues adelante, con la mochila más cargada, pero sigues, y además, eres feliz. Sin algunos trocitos que has ido perdiendo por el camino, es cierto,  pero feliz. Como para no serlo. Cómo no vas a ser feliz cuando recibes las llamadas de las personas que más quieres, sinceras y desinteresadas, llenas de cariño, e incluso te dicen que lo dejan todo y van a estar contigo. Sólo para estar.



Julio 2019