sábado, 27 de enero de 2018

TENGO UN PODER MÁGICO


A esta hora nuestra cafetería preferida está tranquila. Mi amiga me ha citado un sábado a una hora un tanto intempestiva porque tiene algo importante que contarme. Son las cuatro de la tarde y hasta dentro de una hora por lo menos la mayoría de los mortales estará de sobremesa o durmiendo plácidamente la siesta, precisamente lo que a mí me gustaría estar haciendo en  estos momentos. Cualquiera de las dos cosas. Pero soy incapaz de resistirme a las llamadas de Marta. Quedar con ella es sinónimo de risas y después de una semana un tanto gris, sé que su última ocurrencia resultará más efectiva que una sesión en el psicólogo.

-          ¿Sabes qué te digo? –exclama inclinándose sobre la mesa de mármol con los ojos muy abiertos.  

-          Dime.

-          He descubierto que tengo poderes mágicos.

            Levanto los ojos de mi taza de té y la miro. Como siempre, está perfecta. No importa el día o la hora pero Marta tiene esa habilidad innata de ponerse cualquier cosa y estar ideal de la muerte. Sus mechas claras que nunca se ponen de color pollo, ni un pelo fuera de sitio. La blusa de seda que cae impecable sobre sus hombros, como hecha a medida. El colgante que lleva le queda justo en el centro del cuello y nunca se mueve de su sitio. Ya hace tiempo que renuncié a estar a su altura. Aun así, en un acto reflejo me llevo la mano al flequillo y miro mi imagen en el espejo que está a su espalda. Por supuesto, se ha rebelado. Prometo que me he peinado y me he pasado la plancha alisadora veinte veces antes de salir de casa.

-          ¿Cómo dices? –Esto sí que no me lo esperaba. Siempre termina sorprendiéndome, a pesar de que nos conocemos desde hace tropecientos años.  

-          Sí, sí. Soy capaz de convertir a príncipes en ranas. Como lo oyes.

Ahora soy yo la que se inclina sobre la mesa de mármol.

-          Explícate mejor.

-          Pues verás. Es muy sencillo. Tengo la facultad de besar a un príncipe y al cabo de poco tiempo se convierte en una rana. ¡Es infalible!

-          Ya…

-          Y como me doy cuenta de que esto ha sucedido en varias ocasiones, he llegado a la conclusión de que tengo ese poder mágico.

Nos miramos y nos echamos a reír.

-          O sea, al revés que en el cuento ¿no? Te recuerdo que lo habitual es justamente lo contrario. La princesa besa a una rana y ésta, por arte de magia, se convierte en príncipe.

-          Exactamente. Pues a mí me pasa al revés –sentencia volviéndose a apoyar en el respaldo de la silla y cruzando los brazos.


Yo imito su movimiento y mantengo una media sonrisa.


-          A ver ¿qué ha pasado con Fernando? Porque hablamos de Fernando ¿no?

-          Pues claro. Es que me encanta que seas mi amiga porque eres la más inteligente de todas las personas que me rodean.

-          Déjate de tonterías y al grano.

-          Pues ya sabes que me gustaba mucho.

-          ¿Te gustaba? ¿En pasado?… ¡Pero si estabas superenamorada y era el hombre de tu vida!

-          Pues ya ves. Una decepción enorme. También Fernando se ha convertido en rana –dice agitando su espectacular melena. Instintivamente,  vuelvo a llevarme la mano al flequillo y peleo sin éxito con mi mechón rebelde.

-          ¿No será que esperas demasiado? A ver, Marta. Que ya tenemos una edad, que ya deberías saber que los príncipes no existen.

            Se me queda mirando, abre mucho los ojos y ladea la cabeza. El colgante, por supuesto, no se mueve de su sitio.

-          Chiqui ¿y me lo dices tú? Que ya vas por el tercer marido… –me dice señalándome con un dedo acusador entre risas.

-          Bueno, yo al menos lo intento –me defiendo.

-          ¿Lo intentas? ¡Tú te tiras en plancha a una piscina vacía!

-          En el caso del segundo te doy la razón. Me tiré en plancha, de acuerdo. Pero con Víctor mira, la cosa va bien.

-          Eso es verdad –concede magnánima.

            En ese momento se abre la puerta de la cafetería y entra un grupo de amigos. Cuatro hombres. El local sigue prácticamente vacío pero después de otear unos segundos el horizonte, toman posiciones justo en la mesa de al lado. Les miro con fastidio, pero Marta les sonríe con su sonrisa encantadora. Es infalible. Y saludan. Yo aprovecho para seguir hablando, a ver si captan que esto es una conversación entre amigas y no son bienvenidos.

-          El rubio se parece un poco a Fernando. Es del estilo ¿verdad? –me dice en voz baja.

Con disimulo miro al grupo a través del espejo.

-          No se parece en nada... Anda ¿por qué no quedas con él y hacéis las paces? Fernando es muy buen tío. Y te quiere. Pues ya está. Deja de besar a príncipes. ¿Para qué? Si todos se convierten en ranas.

            Las dos nos quedamos en silencio. Parece que mis palabras le hacen reflexionar. Apoyo la cabeza en mi brazo y sigo mirando a través del espejo. Contemplo los reflejos de los cientos de cristalitos brillantes que cuelgan de las lámparas de araña y pienso que habrán sido testigos de un sinfín de conversaciones como esta. Y por un momento quisiera ser Alicia y sumergirme en su interior y vivir aventuras absurdas. Hasta que el sonido del móvil me saca de mi ensoñación.

-          Es mi rana –digo sonriendo-. Dice que por qué no os venís tú y tu rana a cenar esta noche. ¿Te apetece?

-          Qué cielo. La verdad es que los cuatro juntos lo pasamos bien… Entonces ¿qué hago?

-          Esa decisión sólo la puedes tomar tú. Yo no te quiero influir. Si no estás bien, tampoco se trata de aguantar. –Ahora me siento un poco culpable.

            Marta vuelve a agitar su melena de anuncio y automáticamente cuatro cabezas se giran hacia nosotras. Ella sonríe complacida.

-          La verdad es que tienes razón. Con eso de las ranas, quiero decir.

Saca el móvil del bolso y sonríe con dulzura.

-          Mensaje de Fernando –se detiene unos segundos mientras lo lee. Y levanta la mirada con seguridad-. De acuerdo. Dile a tu rana que mi rana y yo aceptamos encantados la invitación.

            Entonces se levanta de repente y me envuelve en un abrazo, a la vez que exclama: «¡No sé qué haría sin ti, chiqui!».



Enero 2018

sábado, 13 de enero de 2018

DIME ALGO...



-          Dime algo…

-          ¿Algo? -pregunta él torciendo el gesto.

-          Sí, algo. Alguna palabra, un vocablo, una exclamación.

Él mira con cara de no entender. Ella sacude los brazos dejando las palmas hacia arriba, como queriendo animarle con ese gesto.

-          Perdón, pero no te entiendo. ¿Qué se supone que tengo que decir? Porque por la forma en que me estás mirando, ya sé que voy a meter la pata fijo.

Ella vuelve a agitar los brazos. Él sigue sin entender. Entonces se lleva las manos a la cabeza.

-          ¿Te gusta o no te gusta?

-          No, si la voy a liar –calla unos instantes y luego se lanza-. Claro que me gusta.

-          ¿El qué te gusta? –pregunta expectante.

-          Pues, pues…. –se aclara la garganta-. Pues eso, que me gusta.

-          ¿Podrías ser más explícito?

-          Pues lo que se supone que me tenga que gustar. Si a ti te gusta, a mí me gusta.

Sonríe satisfecho, seguro de haber acertado en la respuesta.

-          Hombre, Luis. Eso es muy vago.

-          A ver, que tú siempre has tenido buen gusto.

-          Bueno, eso no te lo discuto –asiente con una media sonrisa-. Pero me gustaría saber tu opinión.

Él resopla, mira a su alrededor en un intento desesperado hasta que sus ojos se detienen en el periódico que hay sobre la mesa. Se aferra a él como un clavo ardiendo.

-          Vamos a ver qué película hay esta noche en la tele ¿te parece? –dice pasando las páginas hasta llegar a la programación-. A ver… mira, aquí hay una de suspense que seguro que te gusta.

-          Ya, precisamente de eso hablábamos. De gustar. Ahora no cambies de tema. ¡Que me ha costado casi cincuenta euros!

Respira hondo, levanta despacio la mirada del periódico y la mira fijamente.

-          ¿Cincuenta euros?

-          ¿Te parece mucho? Si tienes en cuenta que me han cortado y aclarado un poco el tono, tampoco es tanto.

Entonces sus ojos se iluminan y sus labios dibujan una gran sonrisa.

-          ¡Pues claro que me gusta! Estás guapísima –exclama acercándose a ella y acariciándole el cabello.

-          No te habías dado cuenta –dice agitando un dedo acusador entre carcajadas-. Eres un desastre. ¿Tú crees que si me pusiera un loro en la cabeza te darías cuenta?

-          No exageres. Yo te veo igual de estupenda que esta mañana. O sea, igual de guapa que siempre.

-          No sé si tomármelo como un cumplido.

-          Es un cumplido. Te lo aseguro –afirma con vehemencia.

En sus ojos lee con claridad que se trata de un cumplido. «De acuerdo, no se ha dado cuenta de que he ido a la peluquería, pero sólo él es capaz de mirarme así y conseguir que se me haga un nudo en el estómago».

-          Entonces ¿qué peli has dicho que podíamos ver?



Enero 2018