Dicen que en las noches de verano, sobre todo si hay luna
llena, se dispara la imaginación. Hay algo de embrujo en esas noches cálidas,
que te envuelve y te atrapa en su telaraña de aromas y sonidos desconocidos, mientras
a lo lejos te parece distinguir el rumor de las olas al romper en la orilla.
Aunque el mar está lejos, así que ese sonido acompasado debe de ser otra cosa.
Lo único que se distingue con claridad es el omnipresente concierto diario de
los grillos, que te recuerda que, sin lugar a dudas, es agosto.
Quizás fue eso lo que me pasó aquella noche. Había bajado al
bar cercano a la casa que alquilábamos en aquel pueblo recóndito del norte de
España, cumpliendo el ritual diario. En esta ocasión me había adelantado al
resto del grupo. Mis hermanos y mis primas se retrasaban. Uno estaba contestando
wasaps, otra terminando de
arreglarse, la otra leía un cuento a los niños… Como yo ya estaba lista, decidí
esperarlos en el bar. Como todas las noches, saludé a los parroquianos
habituales que me devolvieron el saludo con una especie de gruñido a coro. Me
da la impresión de que no les entusiasma demasiado tener gente extraña en sus
dominios. Quizás el único que se alegra es el dueño del bar, que me recibe con
una media sonrisa. Le pido una cerveza fría y me siento en la mesa habitual, la
que está más apartada de la entrada, que parece que es la que se suele quedar
libre y así nos da la impresión de que no interferimos en la vida cotidiana del
pueblo.
Los parroquianos dejan de mirarme -parece que ya han pasado
revista- y siguen con sus conversaciones y partidas de dominó. Yo me pongo cómoda,
me arrellano en la silla, estiro las piernas y miro al cielo, dispuesta a
disfrutar de la paz de este momento. Aquí se ven las estrellas con claridad.
Distingo la Osa Mayor y Venus. De repente, noto a alguien a mi lado, que se ha
acercado sin hacer ruido.
-
¿Quieres
que te lea la mano?
Miro sobresaltada a la sombra que me ha hablado.
-
¿Disculpe?
–acierto a decir.
-
La
mano. Que si quieres que te la lea.
Se mueve a un lado y ahora la luz de una farola próxima la
ilumina. Es una mujer de mediana edad, morena, que no había visto antes.
-
No,
gracias –digo uniendo las dos manos sobre mi regazo, boca abajo, de manera
instintiva.
Me siento incómoda. Ha desaparecido mi momento de paz. Me
incorporo un poco y miro hacia atrás. «¿Dónde se habrán metido? Sí que tardan».
-
No
te voy a pedir dinero, no te preocupes. Vivo aquí. Me ha parecido que lo
necesitabas y a mí me gusta leer la mano. Suelo acertar ¿sabes?
-
No,
de verdad. Se lo agradezco pero no lo necesito. Prefiero que la vida me
sorprenda.
-
Tienes
que tomar una decisión. Quizás esto te ayudaría a escoger tu camino.
-
Siempre
tenemos que tomar una decisión –señalo con un tono un tanto impertinente.
-
Pero esta decisión es más importante de lo
habitual. Un hombre… lo que decidas puede cambiar totalmente el rumbo de tu
vida –añade mirándome fijamente.
Sonrío y me encojo de hombros.
-
Siempre
hay un hombre. Para eso no es necesario leer la mano.
-
Percibo
amor. Os queréis. Aunque… hay muchos obstáculos –se detiene por unos instantes
y entorna los ojos-. Mar… veo el mar.
-
Mire,
de verdad, que no quiero saber nada.
-
No
lo habéis hablado ¿verdad?
-
¿El
qué? –pregunto casi con agresividad.
-
Que
os queréis.
Estiro la mano y cojo mi cerveza. Le doy un trago largo y me
enciendo un cigarrillo. Exhalo el humo y ahora soy yo quien la mira con los
ojos entreabiertos.
-
Así
que vive aquí, en el pueblo.
Asiente con la cabeza.
-
Pues
no la había visto antes.
-
He
estado unos días fuera. De vez en cuando es necesario salir de este pueblo y
ver otros horizontes. Aquella es mi casa –señala con la mano.
-
Quizás
otro día ¿de acuerdo? –no quiero resultar más maleducada y antipática de lo que
ya he sido.
-
Aquí
estaré si me necesitas. Adiós… Mira, por ahí llegan tus hermanos.
Miro hacia donde señala y, efectivamente, por fin se acercan
los cinco.
-
¿Con
quién hablabas? –pregunta mi hermana.
-
Yo
que sé. Con una que me quería leer la mano.
-
¿Cómo
que leerte la mano? –pregunta sorprendida una de mis primas.
Sigo con la mirada a la mujer. Al llegar a la puerta de su casa,
se gira y levanta la mano en señal de saludo.
En los siguientes días, me crucé con ella un par de veces e
intercambiamos un saludo apresurado. La última noche, bajamos a tomar la última
copa de aquel agosto. El verano llegaba a su fin, aunque los grillos seguían
cantando como el primer día. Una luna inmensa iluminaba el pueblo. Entre risas
recordamos varias anécdotas. Ya nos echábamos de menos. Del interior del bar salió
la mujer morena. Por unos instantes, su silueta esbelta quedó enmarcada en la
puerta. Con paso resuelto se acercó a nuestra mesa.
-
Espero
que hayáis pasado un buen verano y que volváis el año que viene. Para entonces
ya habrás tomado tu decisión- dijo mirándome -. Sigue a tu corazón. Por una
vez, piensa sólo en ti.
No me dio tiempo de contestar. Se giró y se marchó hacia su
casa. Miré a las estrellas. Un hombre, el mar, una conversación pendiente, el
corazón, mi decisión y su decisión... ¿Una decisión? ¿Para qué?Es verano y hay luna llena ¡Que la vida
me sorprenda! Total, siempre acaba sorprendiéndome.
Agosto 2017