Al principio no le llamó la
atención. No era su tipo. Era el típico guaperas, un malote con un toque
bohemio. A ella le gustaba el orden, la tranquilidad y, desde luego, él desprendía
cualquier cosa menos paz y seguridad.
-
Una niña mona, con cara angelical -pensó él-. Aburrida.
Nada que hacer.
Tenían amigos comunes y
compartían gustos y aficiones, así que sus caminos se terminaban cruzando
frecuentemente. Y él era simpático y divertido. Le hacía reír.
-
Tiene encanto y un algo de misterio- reconoció él.
Y resultó que ni ella era tan
angelical ni él tan malote. Y así, cruce tras cruce, sus caminos se
encontraron. Aquel día, un sábado de diciembre, un grupo de amigos con
inquietudes literarias se había reunido con la intención de fundar una
asociación cultural. Allí estaban los dos. Al terminar la reunión se quedaron varios
rezagados charlando, dos chicas y cuatro chicos, y decidieron ir a tomar algo.
Bajaron caminando hacia la Castellana buscando una parada. Unos minutos
después, el grupo subió al autobús y se dirigió hacia el fondo, que estaba
vacío. Blanca iba la primera y se sentó junto a la ventanilla. A su lado su
amiga y en el asiento justo delante ¿quién si no? Él. Qué detalle, así podría
observarle tranquilamente. Entre anécdotas y risas, protagonizadas sobre todo
por él, llegaron a su destino. Alguien
había dicho que por allí conocía un bar de moda. Entraron. De fondo sonaba una
canción de Gabinete Caligari. Estaba
lleno pero encontraron mesa en el piso de abajo. Juan se adelantó y se sentó
con prisas al lado de Blanca, pero ella ya sólo tenía ojos para él, para Julio.
No podía creerlo. Después de casi un año desde que se habían conocido, por fin detectaba
señales claras. Él no paraba de mirarla, aunque desviaba la mirada cuando se
daba cuenta de que ella lo notaba. Y cuando contaba sus historias, parecía que
lo hiciera sólo para ella, como esperando su aprobación. De hecho, parecía que
cada uno intentara contar una gracia mayor que la anterior para impresionar a
las chicas.
Estaban relajados. Hasta ese día
sólo habían tenido confianza cuando hablaban por teléfono, cuando no había
nadie más delante. En esos momentos parecía como si se conocieran de toda la
vida. Pero por alguna extraña reacción, cuando había gente se esquivaban. Hasta
ese día.
-
La verdad es que un gran contador de historias.
Nadie me hace reír como él –tuvo que reconocerse a sí misma.
Llegó el momento de la despedida
y de desearse feliz Navidad. Blanca estaría unos días fuera. Él le prometió que
la llamaría a la vuelta de vacaciones. «No me llamará, lo sé», pensó con
pesimismo. Pero llamó. Tardó más de lo que había dicho, pero llamó.
-
Perdona, estaba con exámenes.
-
No, si no tienes que disculparte. No tienes
ninguna obligación de llamarme – dijo ella en plan digno.
-
Quería invitarte a cenar.
-
No tienes por qué hacerlo – más digna todavía. A
ver si se iba a pensar que no tenía nada mejor que hacer... Pero ¿por qué le
salía ponerse borde??
-
Quiero hacerlo, déjate de tonterías.
Silencio. «¿Me estará tomando el
pelo?», pensó ella desconfiada. Y él, «¿estaré haciendo el ridículo y está
saliendo con otro?».
-
Claro que si no quieres verme…- empezó él.
-
No, no es eso. Es que yo también tengo exámenes.
Pero bueno, me puedo organizar.
Y se organizó, por supuesto. Dos
días después, mientras le esperaba en la Plaza de Castilla, intentaba calmarse.
Tampoco había motivo para estar nerviosa, qué va. Simplemente había quedado con
el chico que le gustaba, al que no veía desde hacía casi dos meses, con el
malote que seguro que tenía alguna novia por ahí, aunque había resultado que no
era tan malote. A los cinco minutos llegó corriendo y pidiendo disculpas. Le
puso un paquete envuelto en papel brillante en las manos antes de que ella
pudiera decir nada.
-
¿Y esto qué es? – preguntó sorprendida.
-
Un regalo. Para ti –contestó con timidez.
Una enorme sonrisa iluminó su
rostro angelical. Y sin parar de hablar y reír bajaron por la Castellana.
-
¿Que Julio y Blanca están saliendo? –comentó
extrañado uno de sus amigos.- ¡Si no pegan nada!
-
Al contrario. Están hechos el uno para el otro,
aunque no sé si llegarán a darse cuenta –vaticinó otro que conocía bien a ambos.
De aquel grupo, de aquellos cinco
universitarios que fueron al bar de moda donde ponían música de Gabinete, a dos de ellos los perdería de
vista al cabo de un tiempo. Otros dos seguirían siendo sus amigos muchos años
después. Y el quinto… pues seguiría siendo él. Apareciendo y desapareciendo de
su vida intermitentemente, como todo lo bueno en esta vida. Porque si te
acostumbras a lo bueno a lo mejor no lo valoras ¿no?... ¿o sí?... Quién sabe…
Mayo 2016