sábado, 23 de noviembre de 2019

LA CARTA DE JOSÉ ANTONIO




-          Quiero bailar, bailar y bailar –exclamó dando vueltas por el salón. La joven movía los brazos arriba y abajo, dejándose acariciar por la luz brillante de aquella fría mañana de diciembre que se filtraba a través de las ventanas.

-          Marta, para ya –protestó Victoria entre risas-. Pareces una peonza.

-          Es que me siento una peonza.

Marta se acercó a su hermana que estaba sentada en el suelo junto a un mueble del que asomaban varias cajas entreabiertas. Estaba rodeada de fotos y de muchos papeles. Algunos estaban apilados en pequeños montones y otros estaban desparramados por el suelo sin ningún orden. Además sujetaba otros entre las manos.

-          ¿Se puede saber qué haces? –preguntó sentándose junto a ella, después de apartar con un pie un montón de sobres.

-          Estoy buscando la carta de José Antonio, una que escribió a Fernando. Tiene que estar por aquí –exclamó dejando las cartas que tenía en las manos en otro montoncito.

-          ¿Qué carta? –preguntó cogiendo en un acto reflejo un puñado de papeles.

Victoria detuvo un momento su búsqueda, se retiró un mechón de cabello castaño que le caía sobre la cara y se giró hacia ella.

-          Fue hace unos meses, un año quizás. José le escribió algunas de sus ideas. Ahora que ha muerto y que Fernando ha desaparecido, tengo miedo de que vengan a buscar cualquier cosa que tenga relación con él. Y esa carta era importante. Es parte de su legado –suspiró volviéndose a llevar una mano a la cara esta vez para detener una lágrima que había comenzado a surcar su rostro.

-          José Antonio muerto… Pero ¿tú crees que es verdad?

Victoria dejó escapar un suspiro hondo.

-          Las noticias que llegan de Alicante son confusas pero eso parece. Fernando y los demás que intentaron rescatarle han desaparecido y a José lo han fusilado. Y nosotras estamos aquí sin saber qué va a pasar. Y esta incertidumbre va a acabar conmigo –exclamó arrugando con fuerza el papel que tenía entre sus manos.

Marta soltó los papeles y abrazó a su hermana. Durante unos instantes quedaron las dos en silencio, abrazadas.

-          Tu marido y los otros han desaparecido y yo diciendo que quiero bailar… Pensarás que soy la persona más frívola del universo. Lo siento… -murmuró apesadumbrada, deshaciendo el abrazo.

Victoria contempló el rostro de su hermana pequeña, cabizbaja ahora, con sus ojos azules humedecidos.

-          Gracias a Dios, tienes ganas de bailar. Aportas cordura a esta pesadilla. Me encanta verte bailar y cómo tus preciosos tirabuzones rojizos se mueven al compás. Cuando todo esto acabe, te prometo que yo también bailaré.

-          He quedado esta tarde en el Hispania, con la pandilla, o lo que queda de ella. Pero no voy a ir. Me quedo aquí contigo buscando esa carta –dijo cogiendo un puñado de sobres de una de las cajas.

-          Pues claro que vas a ir. Hasta la tarde tenemos tiempo. Te agradezco que me ayudes, entre las dos iremos más rápido. –Una sonrisa iluminó su rostro-. ¿Sabes? He estado leyendo algunas de las cartas que me escribió Fernando cuando éramos novios.

-          Quién iba a decirlo ¿verdad? Que Fernando y tú acabaríais juntos. La descarada de Araceli no se separaba de él ni a sol ni a sombra. Como una lapa se le pegaba cada vez que se presentaba en alguna de las reuniones ¿te acuerdas? Y al principio él no parecía hacerle ascos. Y cuando lo destinaron a África ¿a quién le escribió? No a ella, no, sino a  ti, a mi hermanita, la más guapa, inteligente y encantadora –exclamó triunfante.

-          Jajaja…. Pobre Araceli. Yo creo que sí estaba enamorada de él.

-          Qué va –exclamó a la vez que dejaba los sobres en el montón de papeles descartados y volvía a meter la mano en una de las cajas-. Lo que pasa es que quería quedarse con el guapo de la pandilla. Y ni todos sus apellidos sirvieron para hacerle cambiar de opinión.

-          Al principio no le respondí… -murmuró.

-          Hiciste bien. No te había dicho ni mú. Mucha miradita y tal pero nada de nada. Siempre con Araceli al lado. Y de repente recibes esa primera carta. Me acuerdo que me la leíste y nos reímos juntas.

Victoria comenzó a guardar todos los papeles descartados en la caja que había quedado vacía. Marta sacó la segunda caja del mueble y la vació sobre el suelo. Una cascada de papeles y sobres volvió a cubrir el suelo. Siguieron trabajando un rato en silencio.

-          ¿De verdad crees que podrían venir a registrar la casa? Sólo de pensarlo me dan escalofríos…

-          No lo sé –dijo encogiendo los hombros-. Obviamente, nunca ocultamos nuestra amistad con José. Pueden pensar que estoy en contacto con Fernando, yo qué sé…

-          Pero no sabes nada de él.

-          No, no sé nada. Nadie sabe nada. Pero… te diré que después de releer sus cartas, algo me dice que está vivo. No sabría explicarte pero lo siento aquí –dijo llevándose la mano al corazón.

Marta volvió a abrazar a su hermana. Por unos instantes pasó por su mente el día que su marido le había contado retazos de su descabellado plan. Y cómo ella, llorando, había golpeado su pecho llamándole loco. «Volveré, nena –le había susurrado al oído-. Cuando desesperes piensa en mí, intensamente, y sabrás que yo sigo en este mundo y que volveré junto a ti. No lo olvides».

-          Si tú lo sientes así, es que está vivo. Y Fernando volverá. Después de todo lo que tuvo que luchar para estar a tu lado, ni todas las Aracelis del mundo podrían apartarle de tu lado. Sólo tienes que tener paciencia y rezar.

Sonrieron cómplices, se secaron las lágrimas y siguieron revisando las cartas una tras otra. Una hora más tarde, Victoria se dio por vencida. Se levantó despacio y sacudió las piernas entumecidas. Tiró del brazo de su hermana.

-          ¡Arriba! Aquí no está. Vamos a comer.

-          ¿Y no hay más sitios de la casa donde pueda estar? Me gustaría mucho leer esa carta. Yo no tenía tanta amistad como tú pero le echo de menos –susurró con tristeza.

-          He revisado todos los sitios posibles –respondió moviendo la cabeza.

-          Mejor así. Si no la hemos encontrado nosotras, nadie la encontrará… Oye… -se detuvo unos instantes arrugando la frente-. Estoy pensando… Quizás se la llevó Fernando. Y por eso no la encontramos. ¿Podría ser?

-          Sí, claro, tienes razón –asintió Victoria-. Sí que podría ser…

Pasaron los meses y los años. Victoria tuvo que abandonar su casa. La carta nunca apareció. Muchas cosas quedaron atrás para no volver pero el final de la contienda le devolvió a Fernando.



Noviembre 2019






sábado, 9 de noviembre de 2019

REFLEXIONANDO




Camino por Wilhemstrasse. Por una de esas casualidades de la vida, esta vez el trabajo me ha llevado a Berlín, por primera vez, justo cuatro días antes de que se cumplan treinta años de la caída del muro. He terminado el trabajo por hoy, son las dos de la tarde y me quedan tres horas para coger un tren a Colonia. Así que me calo un gorro de lana, subo la cremallera del abrigo y, mapa en mano, comienzo a recorrer los treinta minutos que me separan de la puerta de Brandemburgo. Es línea recta, así que no debería perderme. No me he preparado la visita. Como tengo poco tiempo, sólo quiero ver la Puerta y algunos edificios próximos que he señalado en el mapa. Y de repente me cruzo con unos restos del muro que no aparecen en mi mapa esquemático. Me paro de golpe. Contemplo los hierros retorcidos que asoman entre los restos de un muro esperpéntico. Es fino. Me sorprende. Un muro tan fino separaba la barbarie de la libertad.


Sigo caminando y a los pocos pasos veo un cartel junto a un edificio lúgubre, enorme, de hormigón gris. Me detengo a leerlo. Indica que allí había un ministerio nazi. Unas fotos antiguas reproducen la imagen de algún gerifalte. Continúo mi camino hasta que paso junto a otro cartel y edificio similares. Y así uno tras otro. Moles tristes y amenazadoras. Entonces descubro que Wilhemstrasse albergaba varios ministerios y oficinas de la época de Hitler. Paso junto a un memorial judío. Un escalofrío recorre mi cuerpo y decido no detenerme hasta llegar a mi meta. 


La Puerta de Brandemburgo está rodeada de andamios y máquinas que trabajan en los  preparativos de la celebración. El ambiente es festivo, hay mucha gente y atrás queda la avenida con sus recuerdos escalofriantes. Empieza a llover con fuerza. Es la excusa perfecta para parar un taxi. No me apetece volver a recorrer a pie esa avenida triste. A esta parte de Berlín luego llegó el comunismo, con los mismos horrores.


A través de las gotas que resbalan por el cristal distingo a lo lejos ese muro fino, con alambres retorcidos. Y me pregunto cómo todavía hoy en día puede haber quien defienda el comunismo. Flipo. No se me ocurre una palabra que defina mejor lo que quiero decir. Y mañana volvemos a votar. Y van dos elecciones en un año. En fin, reflexionando…



Noviembre 2019