viernes, 13 de septiembre de 2019

DEJA YA DE PERSEGUIRME



Doy vueltas en la cama. Me abrazo a la almohada. Tengo calor. Aparto la sábana con una patada. Estiro el brazo. Miro la pantalla del móvil. Las cuatro de la mañana. Otra vuelta. Veo tu cara. No quiero verla pero allí está.

Vuelvo a mirar el móvil. Son las cinco. He debido de quedarme dormida. Ahora tengo frío. Me vuelvo a tapar. Más vueltas. Tu rostro sigue allí. Resoplo. Meto el brazo debajo de la almohada. Sigo dando vueltas y más vueltas. Tu imagen me persigue. Me coloco boca arriba. Abro los ojos en medio de la oscuridad. Lo último que veo antes de volver a coger un sueño inquieto es tu imagen.

Suena el despertador. Lo primero que viene a mi mente es tu imagen. Otra vez. La aparto de un manotazo, me estiro, bostezo después de otra noche intranquila. Me levanto y como sonámbula llego hasta la cocina. Enciendo la máquina de café y meto una rebanada de pan en la tostadora.

En medio del atasco diario me sorprendo con una sonrisa en los labios. Recuerdo aquel día en que nos pilló la lluvia en medio del campo. Cogidos de la mano echamos a correr buscando algún lugar donde guarecernos. Ningún refugio a la vista. Seguimos corriendo hasta llegar al coche. Completamente empapados, riendo sin que hubiera motivo de risa. O quizás sí. Estábamos felices sólo por estar juntos. ¿Sólo? Es un  mundo. Encontrar a alguien con quien puedes correr bajo la lluvia entre carcajadas es como buscar una aguja en un pajar. Y encontrarla. Nos besamos mientras las gotas golpean con fuerza los cristales y acaricias mi cabello empapado.

Pero desapareciste de mi vida. Y yo de la tuya. El ruido estridente de un claxon borra la sonrisa de mis labios y meto primera, lanzando una mirada fulminante por el retrovisor al conductor impaciente. ¿Habrá tenido él la fortuna de encontrar su aguja? Enciendo la radio. Me concentro en la tertulia política de la mañana, intentando borrar por unos instantes tu imagen que me persigue. ¿Me habré vuelto idiota?

Me pregunto qué estarás haciendo ahora. Seguro que mi imagen no te persigue incansable. Siempre fuiste un hombre muy práctico. Quizás en algún momento mi recuerdo te alcance, incluso te torture. Ojalá, pienso sacando lo peor de mí. Claro que nunca fuiste un sentimental. Yo lo sigo siguiendo. Aparco y bajo con prisas. Me zambullo en el trabajo y por unas horas, dos o tres, desapareces de mi vida entre números, emails, teléfonos y reuniones. Me voy a comer. Miro el móvil. Sigues sin estar, por supuesto.

Respiro hondo y recupero la concentración en mis tareas, todas urgentes, todas para ayer. Ayer… cuando estabas conmigo. Es como un mal sueño. Mi vida sigue sin ti. Y quiero creer que algún día sentirás pequeños alfileres hiriendo tu corazón de piedra. Pero no lo sé, no tengo modo de leer tu mente. Probablemente me hayas olvidado del todo. Podría mandarte un conjuro, pero he olvidado cómo hacerlo.

Creo que te borraré del todo. Llevará su tiempo. Ya hemos pasado antes por esto y sí, este mal se cura. Pero de momento tu imagen me sigue persiguiendo implacable. Un momento... Esperanzada, me doy cuenta de que llevo varias horas sin pensar en ti. Estupendo, vamos mejorando. Me siento con fuerzas y tomo una decisión arriesgada. Voy a aceptar la invitación del jefe de contabilidad. Le acompañaré al cumpleaños de no sé qué amigo. Es simpático. Incluso parece interesante. No sé si llegaré a correr con él bajo la lluvia entre carcajadas, pero es un primer paso. Tu imagen se empieza a difuminar.



Septiembre 2019