Ya casi había oscurecido. Me acercaba con paso decidido intentando
llegar antes de que cerraran, cuando las vi allí, abrazadas, en las puertas del
tanatorio. Y me detuve gradualmente sin poder evitar observarlas. Porque ese
abrazo transmitía tantas cosas… lo decía todo. Ninguna hablaba. Las cinco
primas se abrazaban con fuerza, formando un círculo, como queriendo proteger a
una de ellas. Sólo alcanzaba a ver sus espaldas y sus melenas largas. De manera
absurda pensé en el bonito contraste que ofrecían los cabellos rubios con los
morenos, los cabellos rizados con los perfectamente lisos. Permanecieron así
tres o cuatro minutos que a mí me parecieron una eternidad. A su alrededor el
tiempo se había detenido. No había necesidad de palabras. Sus brazos
entrelazados y sus cabezas inclinadas tenían más fuerza que el mejor de los
discursos.
Decidí
retroceder. Sentí que en ese momento estaba de más. Ya regresaría al día
siguiente. Volví sobre mis pasos hasta el fondo del aparcamiento donde me
esperaba mi coche. Empezaba a lloviznar en aquella noche de octubre. Durante el
breve trayecto a casa, no podía dejar de pensar en ellas. Su imagen se había
quedado grabada en mi retina. Ni siquiera conecté la radio. La imagen de aquel
abrazo me perseguía.
Al llegar a
casa, sentí enormes deseos de que alguien me estuviera esperando y me diera un
gran abrazo. Sólo me esperaba mi gato que, por supuesto, no me abrazó. De hecho,
apenas me hizo caso cuando abrí la puerta. Hay veces que viene a recibirme y,
cariñoso, se me acerca para que le coja en brazos. Pero hoy no, justo hoy
decide pasar de mí. Que le den.
Abrí la
nevera, sabiendo que no iba a encontrar mucho. Se suponía que ayer debía haber
hecho la compra. No la hice. Así que debería haber parado ahora, de regreso a
casa, pero se me había olvidado completamente. Sonreí victoriosa. Quedaba un
trozo de queso y me serví una copa de vino. Me senté en el salón y puse los
pies en alto. Me disponía a llevarme la copa a los labios mientras observaba
por la ventana las luces de la noche, que brillaban a través de las gotas de
lluvia, cuando sonó el teléfono. Por un momento observé con disgusto el aparato
que había interrumpido mi momento de paz. A pesar de mi mirada, aquello seguía
sonando insistentemente. Miré el reloj. «Las diez… No creo que a esta hora sea algún pesado intentado venderme
algo». Así que suspiré y descolgué el auricular.
-
¿Sí?
–dije con voz de pocos amigos.
-
¿Marta?
–Dejé la copa con cuidado encima de la mesa. La mano me temblaba ligeramente. A
través del aparato me llegaba una voz del pasado.
-
¿Charlie?
–pregunté, aunque podría haber afirmado. Hacía años que no la escuchaba pero
aquella voz era inconfundible.
-
Sí…
sí, soy yo –la voz se hizo silencio unos instantes-. Estoy en la ciudad.
-
¿Ah
sí? –acerté a decir.
-
Me
preguntaba…. –titubeó-. Menos mal, que no has cambiado el número de teléfono
fijo, porque tu móvil no lo tengo... Bueno, me preguntaba si te apetecería que
fuéramos a cenar.
-
¿A
cenar? –repetí. Alargué la mano hacia la copa y vacié la mitad de golpe.
-
Ya
sé que ha pasado mucho tiempo pero, no sé, de repente me he acordado de ti y me
gustaría verte. No me preguntes por qué pero es así.
-
Está
lloviendo –dije por decir algo.
-
Ya…
bueno, pensaba pasar a recogerte con el coche, claro.
-
Está
lloviendo –repetí-. Y estoy cansada. ¿Por qué no vienes a cenar aquí? –no sé ni
cómo se me ocurrió decirle algo así. Lo dije sin pensar, pero ya estaba dicho.
-
¿En
tu casa? Pues sí, por mí encantado. Claro que sí –dijo esbozando una sonrisa
que imaginé. ¿Y por qué sonreía? ¿Después de todos estos años?-. ¿Te parece
bien que vaya ahora?
-
Ahora,
sí. Pero Charlie…
-
Dime.
-
Se
me ha olvidado hacer la compra.
Al otro lado del teléfono sonó una carcajada.
-
No
te preocupes. Paro de camino en algún restaurante y llevo la cena ¿te parece?
Colgué y me
incorporé de un salto. De golpe se me había pasado el cansancio. Corrí a
mirarme al espejo del baño y no me gustó lo que vi. Me mojé la cara con agua
fría y abrí el armario en busca de potingues milagrosos. «Han pasado muchos años, seguro que tengo
arrugas que antes no tenía», pensé observándome con poca
indulgencia. Empecé a abrir botes y tubos como una posesa. Me eché a reír. «¿Qué más da? Pues estoy como estoy y si no le gusta, que no me mire», exclamé dirigiéndome
al gato que se había dignado en seguirme hasta el baño. «Un poco de crema con color es
suficiente». Me cepillé el pelo, me rocié un poco de colonia y volví a
mirarme al espejo. «Mejor, mucho mejor». Regresé al salón y puse un mantel
blanco sobre la mesa. Rectifiqué. Lo volví a coger y esta vez lo puse sobre la
mesa de café. «Mejor así, más informal», me dije satisfecha,
retrocediendo para ver el efecto. Fui a la cocina a por un par de platos,
cubiertos y copas para el agua y el vino. Rebusqué dentro de un armario hasta
que encontré las servilletas y dos platos pequeños para el pan. Volví a abrir
la nevera. Saqué la botella de plástico del agua y la vertí en una jarra de
cristal.
Veinte
minutos más tarde el zumbido del telefonillo me sobresaltó. E instantes después
allí lo tenía, delante de mí. Con el pelo mojado por la lluvia, sosteniendo un
par de bolsas voluminosas que goteaban sobre el suelo. No tenía mal aspecto.
Algunas canas, sí, pero no había perdido el cabello. Tampoco había engordado.
¿Para qué engañarme? Seguía tan atractivo como lo recordaba.
-
¿He
pasado el examen? –preguntó sonriendo-. ¿Puedo entrar?
-
Sí,
claro. Adelante –tartamudeé un poco haciéndome a un lado.
-
Dime
dónde dejo las bolsas y así puedo quitarme la chaqueta. No había sitio en tu
calle y he tenido que aparcar a cinco minutos de aquí. Los suficientes para
empaparme y no quiero manchar el suelo.
-
Ni
coger un resfriado. A la cocina –dije haciendo ademán de que me siguiera.
Dejó las bolsas en la encimera y se quitó la chaqueta que
colgué en el respaldo de una silla.
-
¿Has
invitado a más gente? ¡Aquí hay comida para un regimiento! –empecé a sacar contenedores
plateados. Tenía que estar ocupada para ocultar mi nerviosismo.
-
Marta…
Despacio levanté los ojos de los contenedores y le miré.
-
Cuando
venía hacia aquí, me preguntaba por qué dejamos de vernos. ¿Y sabes? No me
acuerdo. Sólo recuerdo que dejaste de contestar mis llamadas y desapareciste.
Sin ninguna explicación.
Le dirigí una media sonrisa y contesté muy digna.
-
A
ver, Charlie. La explicación fue una morena estupenda. De esa seguro que te
acuerdas.
-
¿Una
morena? ¿Qué morena? –preguntó sorprendido.
-
Ahora
no te hagas el tonto. La prima de los Casús. ¿Ahora sí?
-
¿La
prima de los …? Venga, hombre… Si no me acuerdo ni de cómo se llamaba… Marta
¿me estás diciendo de verdad que desapareciste por una chica cero importante en
mi vida?
-
Me
dijeron que estabas saliendo con ella –añadí en voz baja.
-
Pero
si no es verdad. ¿Quién te pudo decir eso? Te prometo que no es verdad. ¡Si yo
sólo tenía ojos para ti!
-
¿No
era verdad? -susurré.
-
No.
Por unos
instantes no supimos qué decir, cada uno perdido en sus recuerdos. Hasta que
Charlie interrumpió el silencio, a la vez que abría los brazos.
-
¿Te
parece que esta es la forma de saludarnos después de tanto tiempo?
Creo que
dudé un segundo y medio. Abrí mis brazos y me dejé atrapar por los suyos. Me
abrazó con fuerza. Y volví a ver el abrazo de las cinco primas. Mi boca y mis
ojos esbozaron una enorme sonrisa. Había conseguido el abrazo enorme que había
anhelado hacía tan sólo un par de horas. Noté que mi gato se sentaba encima de
mi pie. A veces los milagros ocurren.
Noviembre 2017