viernes, 15 de febrero de 2019

REBAJAS Y SAN VALENTÍN


Me miró con cara de no creérselo.

-          ¿Dices que tiene cuarenta y tantos, no se ha casado nunca y es majo? Imposible. Tendrá algún secreto oscuro.

-          A ver, Ana. Que yo también tengo cuarenta y tantos, no me he casado y soy maja. ¿O no?

-          Pero eso es diferente –respondió tajante.

-          ¿Cómo que diferente? –le pregunté acercando un poco más la silla al borde la mesa.

Se llevó la taza a los labios, yo creo que para ganar un poco de tiempo antes de contestar.

-          Pues sí, diferente. Porque en una mujer no es lo mismo.

-          Ya estamos con el feminismo exacerbado –exclamé cruzando los brazos.

-          No es cuestión de feminismo. Es que una mujer… pues eso, que no es lo mismo. Para nosotras es cuestión de suerte pero ellos… -se encogió de hombros.

Me quedé mirando a mi amiga unos instantes. Era la imagen de la mujer triunfadora. Guapa, atractiva, con una melena estupenda, tirando a rubia. Casada, claro, felizmente. Madre de dos niños, bueno, ya no tan niños. Con un buen trabajo y el mismo marido desde hacía veinte años.

-          Tú no has tenido y ya está.

-          Oye, que yo me considero una mujer muy afortunada –exclamé un poco indignada.

-          Sí, claro que sí –concedió-. Me refiero a la cuestión de hombres. Que ahí no has tenido mucha suerte. Si es que te tenías que haber casado con Paco, que estaba loco por ti. Y este otro chico… el de Teruel… ¿cómo se llamaba?

-          Alfredo –respondí arqueando las cejas.

-          ¡Eso! Alfredo… Me gustaba mucho para ti.

-          Ya, el problema es que a mí no tanto. ¿Quieres dejar ya de hacer repaso de mi pasado amoroso anterior a la fatídica barrera de los treinta?

-          En fin…No has encontrado a tu príncipe azul –sentenció mientras se echaba más azúcar al café.

La miré con cara de no entender nada.

-          El príncipe azul no existe. Siento ser portadora de malas noticias –dije con ironía-. Blanca Nieves y la Bella Durmiente son cuentos, historias, leyendas de la tradición europea que encierran una serie de símbolos…

-          Vale, vale. No empieces con tu vena intelectual –me interrumpió-. ¿Más café?

Asentí distraída y se apresuró a llamar al camarero.

-          Pues a mí me ha parecido muy agradable y muy normal. ¡A ver si a partir de los cuarenta no se puede ser normal!

-          ¿Dónde lo has conocido?

-          En una librería.

-          Ya… ¿No podrías conocer hombres en el gimnasio, o en un bar de opas como hace la gente normal? En una librería, ni más ni menos –y se echó a reír.

En ese momento, trajeron el café y aproveché para respirar hondo antes de contestar a mi querida Ana. Es mi amiga de toda la vida pero nunca le ha gustado leer. Y a pesar de eso nuestra amistad ha permanecido intacta a lo largo de los años, lo cual es un mérito por parte de las dos.

-          ¿Y qué tienes en contra de los libros?

-          No tengo nada en contra, cielo. Si Luis me tiene la casa llena de libros y no digo nada. Mientras él se encargue de limpiar el polvo de las estanterías, no hay problema. Pero digo yo, que conocer a alguien en una librería, da un poco de grima.

Me eché a reír. Ana no tenía remedio y a estas alturas de la vida, no pretendía cambiarla.

-          Bueno, a ver, pero cómo ha sido la cosa. ¿Habéis hablado?

-          Sí, claro. Hemos comprado el mismo libro, y ahí es cuando hemos empezado a hablar. Y nos hemos tomado un café porque en la librería hay una pequeña cafetería. Y al final me ha pedido el número de teléfono.

Ana se me quedó mirando unos instantes antes de seguir.

-          ¿Cómo se apellida?

-          No lo sé.

-          ¿Ves? Oculta algo –sentenció agitando la cucharilla.

-          O sea, que según tú, si no se ha encontrado al hombre o la mujer de tu vida antes de los treinta, no hay nada que hacer ¿no?

-          A ver, no digo que no pueda haber excepciones pero yo diría que estadísticamente es así.

-          ¿Y quién ha hecho esa estadística?

-          No te lo tomes al pie de la letra. Tú ya entiendes lo que quiero decir.

-          Si lo he entendido. Que están todos pillados, casados, con cinco hijos, una amante por lo menos y varios oscuros secretos.

Miré a mi alrededor. Efectivamente, las mesas estaban ocupadas por parejas, de todas las edades, y por grupos de mujeres. Ya, esa era la estadística de mi amiga. Quizá no estuviera tan desencaminada.

-          ¿Y esa bolsa? –pregunté señalando la silla que estaba junto a ella.

-          Ah sí, he estado en las rebajas y he encontrado dos chollos. Mira qué monada –me dijo orgullosa sacando de la bolsa un par de camisas.

Las contemplé, alabé su buen gusto, agarré mi bolso y me puse en pie.

-          ¿A dónde vas?

-          Me voy a El Corte Inglés.

-          ¿Ahora? ¿Así de repente? –preguntó sorprendida.

-          ¿No dicen que si no está en El Corte Inglés es que no existe? Pues me voy  a ver si encuentro un chollo de cuarenta y tantos, soltero, sin hijos, buena gente y sin esqueletos en el armario. Y encima, si no me gusta, lo puedo devolver y me reembolsan el dinero.

Ana volvió a meter las camisas en la bolsa y se puso el abrigo.

-          Pues te acompaño porque no me fío un pelo de ti.

Y cogidas del brazo, salimos de la cafetería dispuestas a fundir la tarjeta. 


Febrero 2019