miércoles, 30 de septiembre de 2020

ESTUPENDO... ¿ALGO MÁS?

 

-          Me dijiste que te esperara.

-          Sí –asintió él escuetamente.

-          Pero no te he esperado.

-          No, ya veo que no.

Ella se pasó la mano, retirándose el cabello que le caía sobre la frente. Repitió el movimiento, mientras él no dejaba de observarla.

-          Siempre que estás nerviosa haces eso.

-          ¿El qué? –preguntó a la defensiva.

Se quedó mirándolo, con la mano inmóvil sobre la cabeza, pero al momento sus ojos se apartaron, incapaz de aguantar su mirada. Sentía que el corazón comenzaba a latir con más prisa de lo normal. Y él se iba a dar cuenta. Siempre se daba cuenta.

-          Lo de pasarte la mano por el pelo. Te ha crecido mucho, por cierto –murmuró a la vez que sacaba una pitillera plateada de la chaqueta.

-          Es que ha pasado mucho tiempo –replicó. Se miró la mano, como no sabiendo qué hacer con ella, y optó por meterla en el bolsillo del pantalón.

-          Antes lo llevabas más corto –dijo con un cigarrillo entre los labios-. Te queda bien.

-          Las cosas cambian. Las personas cambian –contestó sin mirarlo-. O no. Veo que sigues usando pitillera. Ya nadie la usa.

-          Yo sí. Yo no he cambiado.

-          Pues me alegro por ti.

Lara levantó la cabeza y miró alrededor, buscando al resto del grupo. Buscando un salvavidas.

-          Ya deberían estar aquí –dijo, después de un silencio incómodo.

-          ¿Quién?

-          Quién va a ser. Luis y Javier dijeron que vendrían, seguro. Me voy a buscarlos.

-          Ya vendrán. Tienen que pasar por aquí por fuerza. ¿O es que vuelves a huir?

Se giró bruscamente, con el corazón, ahora sí, completamente acelerado.

-          ¿Perdona? ¿Ahora vamos de víctima? –le soltó con rabia.

 Ya no estaba nerviosa, sólo sentía rabia. Sus ojos verdes se entornaron y esta vez no dudó en sostenerle la mirada. Allí lo tenía, delante de ella, erguido, como siempre impecable, con ese aire un tanto retro, como de película en blanco negro. Una mezcla de Cary Grant y de Humphrey Bogart. Los años le habían tratado bien. Conservaba su pelo oscuro y tupido, con algunas canas. Pero ella no se quedaba atrás. Había ganado en seguridad y la genética estaba de su parte. Instintivamente, echó los hombros hacia atrás y sacudió la cabeza, de modo que su melena castaña se movió suavemente, enmarcando un rostro en el que destacaban sus ojos grandes. Un rostro que, sin llegar a ser de una belleza arrebatadora, hacía girar más cabezas ahora que veinte años atrás.

 -          Lo que me faltaba. ¿El señor se siente abandonado? No me fastidies.

-          Antes eras más dulce –dijo sorprendido.

-          Antes era tonta. Gracias a Dios he madurado. ¿Algo más que quieras decir? Porque voy a entrar en la iglesia y preferiría llegar a un lugar sagrado con el alma en paz.

Por un instante, él no encontró las palabras. Y no le gustó experimentar esa sensación tan ajena. Pero enseguida se recompuso y disparó.

-          Cuando me enteré de que te casaste, seguí con mi vida. ¿Qué iba a hacer?

-          Estupendo. ¿Algo más?

-          ¿Tienes niños?

-          Sí, dos ángeles –respondió con una sonrisa sarcástica-. Bueno, pues ya que nos hemos puesto al día voy a entrar, porque la misa va a empezar y no es cuestión de llegar tarde al funeral de Enrique.

Siguió con la mirada cómo se perdía entre los grupos que se dirigían con prisa hacia el interior del templo.

-          Hombre, Ignacio. No sabía que ibas a venir –exclamó una voz a sus espaldas.

Se giró y automáticamente estrechó una mano tendida hacia él.

-          ¿Qué te pasa? Estás muy serio. Bueno ya, claro. Pobre Enrique… pero me alegro de verte. Ha pasado demasiado tiempo.

-          Yo también me alegro, a pesar de las circunstancias… Acabo de ver a Lara.

-          ¿Ya ha llegado? Pues entremos para sentarnos con ella. Javier ya debe de estar dentro.

-          Me preguntaba… ¿Cómo es que no la acompaña su marido? Enrique y Lara eran muy amigos.

Luis le miró extrañado.

-          ¿Su marido? Pues sí que ha pasado tiempo. Se separó hace años.

Volvió a quedarse sin palabras. Otra vez. Dio una última calada al cigarrillo y exhaló con fuerza, como si le acabaran de quitar una losa de encima. Aplastó la colilla a conciencia.

-          Después vamos a cenar algo, con Lara y Javier, y si se apunta algún conocido más. Para recordar batallitas de tiempos más felices. Así que si te apetece… –le dijo, cogiéndole del brazo para entrar en la iglesia.

-          Sí, por supuesto que me apetece –dijo sonriendo por primera vez.

-          Tiene dos niños ¿no?

-          ¿Quién?

-          Lara.

-          Desde luego, tienes que ponerte al día urgentemente –exclamó moviendo la cabeza.

 

Septiembre 2020

 

 


domingo, 13 de septiembre de 2020

EL PRINCIPIO DE UNA HISTORIA

 


- Pues no lo entiendo. Debería estar aquí –afirmó mientras seguía sacando papeles del cajón.

- ¿Estás segura?

Asintió con la cabeza, como queriendo dar así más contundencia a sus palabras.

- Sí, segura. A ver… La vi hace unos meses, un año como mucho. Estaba aquí, me acuerdo perfectamente.

Se detuvo un momento para girarse y mirar a su hermana a los ojos.

- Estaba en un sobre grueso, cuadrado, algo amarillento pero bien conservado.

Cruzó las piernas, apoyó sobre ellas los codos y metió la cabeza entre las manos. Resopló para retirarse de la cara un mechón de pelo. Al momento volvió a caerle sobre los ojos y se lo retiró con el dorso de la mano, para no llenarse la cara del polvo que tenía en las manos. Se notó el pelo húmedo por el sudor.

- ¿Cuándo vas a arreglar el aire acondicionado?

- No sé ni a dónde tengo que llamar. Esta instalación es de hace mil años, como todo lo de esta casa es antiguo. Seguro que ya no existe la empresa.

- Aquí hay una etiqueta –dijo María acercándose al aparato de aire-. Y espera… Sí, hay un teléfono. Voy a mirar en el móvil si existe… A ver… No te lo vas a creer –exclamó sonriente-. ¡Existe!

- ¿De verdad?

- Bueno, te lleva automáticamente a otra página, pero aquí sale una empresa de aire acondicionado, con un nombre parecido al de la etiqueta. Voy a llamar.

Tecleó el número y salió del salón con el teléfono pegado a la oreja. Blanca aprovechó para seguir vaciando lo poco que quedaba todavía dentro del cajón, mirando con detenimiento papel por papel, aunque sabía que con un simple vistazo reconocería lo que estaba buscando, una carta que un amigo de su abuelo le había escrito hacía setenta años, para agradecerle lo que había hecho por él. Y lo que, por lo visto, su abuelo había hecho en los años cuarenta había sido salvarle la vida. Ni más ni menos. En la familia desconocían por completo esa historia, pero Blanca la había descubierto y ahora necesitaba encontrar la prueba para demostrar su veracidad y que el episodio no era producto de su imaginación, a veces un poco desbocada. Quería leer la carta con más detenimiento y, ahora que por fin había decidido poner en orden los papeles y fotos familiares, le parecía que esa carta merecía ocupar un lugar de honor en la memoria. Además, tenía la intención de reproducir con detalle los hechos. Quizás en el archivo de la ciudad podría encontrar más información, pero con lo poco que recordaba no tenía pistas suficientes para comenzar ninguna búsqueda. Se lo debía su abuelo, a ese abuelo bueno y cariñoso que alegró su infancia como nadie. A ese abuelo que se marchó demasiado pronto, aunque a lo largo de su vida, en innumerables ocasiones, había sentido su presencia y su protección. ¿Por qué no le había dado la importancia que merecía cuando por casualidad, en una ojeada superficial al cajón, la encontró el año pasado?

- Da igual, no es cuestión de auto flagelarse. No era el momento y ahora lo es. Ya está. Pero la carta estaba aquí. La leí y la volví a guardar. Seguro –exclamó exasperada.

A lo lejos le llegaba el murmullo de la conversación de su hermana. Con un poco de suerte conseguiría que alguien viniera a arreglar el aire. Los casi cuarenta grados se estaban haciendo realmente insoportables. «Siempre postponiéndolo todo», se reprochó. «Nunca encuentro el momento para tantas cosas pendientes». 

El cajón estaba lleno de polvo acumulado durante años, así que agarró un trapo que había dejado sobre el mueble, precisamente con la intención de limpiarlo cuando estuviera vacío. Cogió con las dos manos los lados del cajón y tiró. Aquello no se movía, así que tiró con más fuerza.

- ¿Quieres salir de una vez?

- Blanca ¿qué haces? –preguntó su hermana desde la puerta-. Por cierto, ¡buenas noticias! Mañana imposible, pero pasado estarán aquí a las once para arreglar el aire.

- ¿De verdad? Qué maravilla. Ahora me cuentas cómo les has localizado pero anda, primero ayúdame por favor que tú eres la manitas de la familia y no consigo sacar el cajón.

- Tampoco hace falta que lo saques ¿no?

- Sí, sí, que ya que me pongo a limpiar, lo hago bien.

- A ver, déjame –pidió, sentándose a su lado.

María sacudió el cajón con destreza. Se resistía pero con un golpe seco lo consiguió.

- Venga, ya puedes limpiar.

Blanca se agachó, metió el trapo hasta el fondo y al pasarlo sobre la superficie polvorienta, chocó con algo.

- ¡Un bicho! –gritó retirando la mano a toda prisa.

María se inclinó, miró dentro del hueco y sonriendo sacó un papel amarillento.

- Aquí está tu bicho.

- ¡Es la carta! Dame, dame –exclamó excitada.

Efectivamente, era la carta desaparecida. Un poco más arrugada, pero sin lugar a dudas era la carta que llevaba buscando toda la tarde. Muy despacio sacó la cuartilla del sobre. Recordó la letra y la tinta violeta, ya desvaída. Las dos hermanas se sentaron en el sofá sin necesidad de palabras y, con las cabezas pegadas, comenzaron a leer con emoción.


                                                            Septiembre 2020