- Me dijiste que te esperara.
-
Sí
–asintió él escuetamente.
-
Pero
no te he esperado.
-
No,
ya veo que no.
Ella se pasó la mano, retirándose el cabello que le caía
sobre la frente. Repitió el movimiento, mientras él no dejaba de observarla.
-
Siempre
que estás nerviosa haces eso.
-
¿El
qué? –preguntó a la defensiva.
Se quedó mirándolo, con la mano inmóvil sobre la cabeza, pero
al momento sus ojos se apartaron, incapaz de aguantar su mirada. Sentía que el
corazón comenzaba a latir con más prisa de lo normal. Y él se iba a dar cuenta.
Siempre se daba cuenta.
-
Lo
de pasarte la mano por el pelo. Te ha crecido mucho, por cierto –murmuró a la
vez que sacaba una pitillera plateada de la chaqueta.
-
Es
que ha pasado mucho tiempo –replicó. Se miró la mano, como no sabiendo qué
hacer con ella, y optó por meterla en el bolsillo del pantalón.
-
Antes
lo llevabas más corto –dijo con un cigarrillo entre los labios-. Te queda bien.
-
Las
cosas cambian. Las personas cambian –contestó sin mirarlo-. O no. Veo que
sigues usando pitillera. Ya nadie la usa.
-
Yo
sí. Yo no he cambiado.
-
Pues
me alegro por ti.
Lara levantó la cabeza y miró alrededor, buscando al resto
del grupo. Buscando un salvavidas.
-
Ya
deberían estar aquí –dijo, después de un silencio incómodo.
-
¿Quién?
-
Quién
va a ser. Luis y Javier dijeron que vendrían, seguro. Me voy a buscarlos.
-
Ya
vendrán. Tienen que pasar por aquí por fuerza. ¿O es que vuelves a huir?
Se giró bruscamente, con el corazón, ahora sí, completamente
acelerado.
-
¿Perdona?
¿Ahora vamos de víctima? –le soltó con rabia.
-
Antes
eras más dulce –dijo sorprendido.
-
Antes
era tonta. Gracias a Dios he madurado. ¿Algo más que quieras decir? Porque voy
a entrar en la iglesia y preferiría llegar a un lugar sagrado con el alma en
paz.
Por un instante, él no encontró las palabras. Y no le gustó experimentar
esa sensación tan ajena. Pero enseguida se recompuso y disparó.
-
Cuando
me enteré de que te casaste, seguí con mi vida. ¿Qué iba a hacer?
-
Estupendo.
¿Algo más?
-
¿Tienes
niños?
-
Sí,
dos ángeles –respondió con una sonrisa sarcástica-. Bueno, pues ya que nos
hemos puesto al día voy a entrar, porque la misa va a empezar y no es cuestión
de llegar tarde al funeral de Enrique.
Siguió con la mirada cómo se perdía entre los grupos que se
dirigían con prisa hacia el interior del templo.
-
Hombre,
Ignacio. No sabía que ibas a venir –exclamó una voz a sus espaldas.
Se giró y automáticamente estrechó una mano tendida hacia él.
-
¿Qué
te pasa? Estás muy serio. Bueno ya, claro. Pobre Enrique… pero me alegro de
verte. Ha pasado demasiado tiempo.
-
Yo
también me alegro, a pesar de las circunstancias… Acabo de ver a Lara.
-
¿Ya
ha llegado? Pues entremos para sentarnos con ella. Javier ya debe de estar
dentro.
-
Me
preguntaba… ¿Cómo es que no la acompaña su marido? Enrique y Lara eran muy
amigos.
Luis le miró extrañado.
-
¿Su
marido? Pues sí que ha pasado tiempo. Se separó hace años.
Volvió a quedarse sin palabras. Otra vez. Dio una última
calada al cigarrillo y exhaló con fuerza, como si le acabaran de quitar una
losa de encima. Aplastó la colilla a conciencia.
-
Después
vamos a cenar algo, con Lara y Javier, y si se apunta algún conocido más. Para
recordar batallitas de tiempos más felices. Así que si te apetece… –le dijo,
cogiéndole del brazo para entrar en la iglesia.
-
Sí,
por supuesto que me apetece –dijo sonriendo por primera vez.
-
Tiene
dos niños ¿no?
-
¿Quién?
-
Lara.
-
Desde
luego, tienes que ponerte al día urgentemente –exclamó moviendo la cabeza.
Septiembre 2020