De repente, después de tantos años, estás ahí, justo delante
de mí. Claro, no recordaba que eras amigo de Pablo. Y si Pablo celebraba una
fiesta a lo grande por su cincuenta cumpleaños, no iba a dejar de invitarte. De
hecho, lo conocí por ti. Pero no se me había ocurrido, no se me había pasado por
la cabeza ni por un momento. Hace mucho tiempo que desapareciste de mi mente.
Es curioso cómo alguien que ha sido tan importante en tu vida puede desaparecer
sin dejar rastro. Bueno, un poco de rastro sí, durante muchos meses. Tardé en
arrancarte de mi cabeza. Fue un proceso lento, pero poco a poco tu imagen se
fue diluyendo, haciéndose borrosa hasta disolverse. Como si no hubieras
existido nunca. Todo esto soy capaz de pensarlo en cuestión de segundos, los
que los dos necesitamos para recuperar el movimiento y la respiración.
Supongo que se me ha quedado la misma expresión que la que
estoy viendo reflejada en tu rostro. Más bien diría que no hay expresión, te
has convertido en una piedra. Y yo en otra. Tienes canas, has engordado un
poco, no demasiado, y los ojos un poco más pequeños, aunque conservan el brillo
que de repente recuerdo. Reaccionamos casi a la vez. Me voy convirtiendo en tu
espejo. Sonríes, y yo sonrío. Avanzas un paso, y yo otro. Abres la boca, y yo
lo intento pero no se abre. Y todo el rato me llega machaconamente una frase desde
algún rincón de mi cerebro. ¿Por qué no te diste la vuelta?
Avanzas otro paso. Yo ya no soy tu espejo y me quedo clavada
después de mi primer paso.
-
¡Eva!
¡No puede ser! ¿Eres tú? –exclama envolviéndome en un abrazo. Me dejo abrazar,
mis brazos pasan de mis órdenes y se quedan colgando a ambos lados de mi
cuerpo.
Se aparta un poco y me observa. En silencio. Empiezo a ser
consciente de cada una de mis más leves arrugas. ¿Cómo me encontrará? Han pasado
veinte años. Esboza una media sonrisa, con algo de timidez.
-
Estás…
preciosa –dice casi en un susurro-. Apenas has cambiado.
-
Sí,
bueno, ya, tan educado como siempre -¡He recuperado el habla!
-
No,
no es educación, te lo aseguro. Estás como te recuerdo. Igual, con veinte años
más, pero para mí estás igual.
No sé qué decir. Sonrío con timidez y miro al suelo. A ver,
nena, ¿quieres subir la cabeza que ya eres una mujer de mediana edad? Entonces
consigo levantar la cabeza y volver a mirarle. ¿Por qué no te diste la vuelta?
-
Yo
tengo aquí una acumulación de grasa que antes no estaba –dice golpeándose el
estómago.
Me río.
-
Estás
igual, Charlie. Vale, te ha salido un poco de tripa, con veinte años más, pero
igual.
-
¿Vamos
a pedir algo a la barra? Bueno, si te apetece, quiero decir… -se calla.
-
Claro
que sí. Habrá que brindar ¿no?
Se pide un gin-tonic en copa de balón. No, en eso no ha
cambiado. Yo pido un rosado. Me mira extrañado. Sí, yo he cambiado. «He dejado el alcohol duro», le digo bromeando. Nos acomodamos en la barra y me pregunta
qué ha sido de mi vida. ¿Te has casado? ¿Cuántos niños tienes? En fin, lo
típico. No, no me he casado y no tengo niños, no. Qué le vamos a hacer. Me
vuelve a mirar extrañado, él sabe lo mucho que deseaba ser madre, pero no
estaba de Dios, así que para qué lamentarse... ¿Por qué no te diste la vuelta?
-
Yo
tengo dos.
-
Enséñame
alguna foto.
-
No,
no quiero aburrirte.
-
Venga,
no te hagas de rogar. De verdad quiero saber qué has sido capaz de producir.
Suelta una carcajada y va despareciendo la tensión. Enciende
el móvil y me enseña a sus niños. Dos chicos muy guapos con cara de pillos.
-
Se
te parecen. ¿Qué edad tienen?
-
Ocho
y seis. Me casé hace diez años. Un poco tardío. -Da un sorbo largo a su copa y
cuando va a hablar, cambia de opinión y se vuelve a llevar la copia a los
labios. Por fin la nombra-. Marga no ha
podido venir porque el pequeño estaba con fiebre y ha preferido no dejarle con
la canguro.
Manifiesto mi preocupación y seguimos bebiendo en silencio,
en compañía. ¿Por qué no te diste la vuelta? Se van acercando amigos, se
suceden las exclamaciones, los encuentros y las risas. Alguien pide otra ronda
y me encuentro con una segunda copa de vino en la mano. Suena a todo volumen el
Cumpleaños feliz, se apagan las luces
del bar y alguien saca una tarta llena de velitas y bengalas. Aprovecho para
escabullirme a fumar. El silencio y el fresco de la noche me hacen bien.
Todavía llueve. Suspiro y cierro los ojos. Los abro inmediatamente. No me había
dado cuenta de que se me estaba subiendo el vino. Una voz a mi espalda me
sobresalta.
-
¿Me
das uno?
Me giro pero ya sé que es él.
-
¿Sigues
fumando?
-
No,
lo dejé hace doce años, cuando conocí a Marga. Pero después de ver a toda la
panda y de tararear todas las canciones de los ochenta, me apetece uno.
Le alargo el paquete, saca uno y le acerco el mechero
encendido. Se apaga. Vuelvo a encender y él sujeta mis manos para que la llama
no se apague. Y de repente surge como de la nada una pregunta que estalla en
mis oídos.
-
¿Por
qué no te diste la vuelta?
Ha sido él, ha sido Charlie quien ha hablado. Esta vez no he
sido yo ni mi cerebro que lleva toda la noche machacándome con la frase dichosa.
Nuestras manos siguen entrelazadas pero la llama se apaga.
-
¿Cómo
dices? –acierto a balbucear.
-
Sí,
que por qué no te diste la vuelta. El día que nos despedimos –suelta mis manos
y con el pie golpea el suelo-. Ahora todo sería distinto.
No puede ser. Empiezo a entender su pregunta... ¿Por qué no te
diste la vuelta?
-
Entonces
¿te diste la vuelta? –susurro.
Me mira y sacude la cabeza, como si le hubiera dado una
bofetada.
-
Entonces
¿te diste la vuelta? –susurra.
Los dos asentimos con la cabeza, lentamente. Nos miramos como
nos mirábamos hace veinte años.
-
¡Te
diste la vuelta! –exclamamos a la vez.
¡Pero yo me giré y tú
seguiste caminando como si nada! Yo igual, me di la vuelta y tú como si no te importara
nada, ¡te alejabas tan tranquilo! Hablamos atropelladamente, interrumpiéndonos y diciendo lo
mismo. Me quita el mechero de las manos y se enciende el cigarrillo. Exhala el
humo lentamente y lo va siguiendo con la mirada. Pasa su brazo por mi hombro y así,
en silencio, contemplamos el humo que se desvanece entre los reflejos de la
lluvia a la luz de las farolas.
Me alegra saber que te diste la vuelta, aunque sea veinte
años después, aunque ya no cambie nada.
-
¿Entramos?
No va a quedar tarta –le digo.
Y entramos juntos, en silencio, en compañía.
Marzo 2018