sábado, 8 de agosto de 2020

TEQUILA Y ESTATUAS



Allí estaba. Podía haber estado en cualquier otro sitio, pero el caso es que estaba allí. Sentada en la terraza del hotel, dejó vagar su mirada por la plaza que se entreveía a través de los arbustos del jardín. Una plaza colonial, con la torre blanca de la iglesia destacando sobre el azul brillante del cielo mexicano. No había sido su deseo regresar. De hecho, pensó que nunca regresaría. Tampoco había pasado tanto tiempo. ¿Cuatro? ¿Cinco años? Apenas cinco años y estaba otra vez allí. Miró alrededor. El hotel no había cambiado. Estaba tal y como lo recordaba. Ya que no había habido modo de negarse a volver –el trabajo es el trabajo, es lo que hay- al menos pidió a la agencia que le reservara en el hotel de la última vez. Un lugar encantador donde había sido feliz.

Dio un sorbo al cóctel –cortesía de bienvenida- y paladeó con gusto el líquido frío.

-          Esto lleva algo de tequila, seguro -pensó-. Y el tequila se me sube.

Se recostó en la silla, estiró las piernas y miró a su alrededor. Había una familia chapoteando en la alberca. Quizás mañana tuviera tiempo para un chapuzón, aunque no hacía demasiado calor. Había poca gente, tan sólo un par de mesas más estaban ocupadas. Tendría que salir a cenar, porque el hotel no tenía restaurante. Allí en la plaza había un par de restaurantes. Cualquiera de ellos serviría, aunque le daba pereza salir. ¿Pereza? Desde lo del virus no le gustaba andar sola por sitios desconocidos. Antes era como una aventura. Salir a explorar las callejuelas pintorescas de aquella ciudad lo había vivido con ilusión. Con un mapa en la mano había ido recorriendo las calles, deteniéndose entusiasmada en cada esquina, descubriendo con emoción las huellas del pasado. Una iglesia barroca, un convento con los muros encalados, una casa antigua cubierta de buganvilla, el azul añil intenso de una pared y la plaza de las estatuas. Abrió la boca al toparse con la imponente estatua del apóstol Santiago a caballo que la observaba desde lo alto. Y desde allí contempló las otras muchas estatuas que flanqueaban en hilera la plaza. Los fundadores de la ciudad, leyó en una placa. Siguió avanzando con respeto entre las estatuas y se detuvo frente a la de fray Junípero Serra. Un poco más allá se elevaba majestuosa la de un indio que adornaba su cabeza con un gran penacho de plumas. Empezaba a oscurecer así que regresó al hotel, feliz. Con la felicidad de haber contemplado tanta belleza y de haber vislumbrado, por unos minutos, la Historia. Al día siguiente se levantó temprano para regresar a la plaza de las estatuas antes del trabajo.

Aquellos días de verano fue feliz. Luego se estropeó, cuando las cosas no salieron como había esperado. Aunque realmente no había esperado nada. Quizás fue por eso que las cosas no salieron como debieron haber salido. No le entendió. Y él no le entendió a ella. Nada que hacer. Después de esos primeros momentos tan felices recorriendo las calles con sus estatuas, después de la felicidad del reencuentro, todo se volvió gris.

Y otra vez era verano. Y le había olvidado. O casi. Habían pasado cinco años y había desaparecido de su vida. Seguro que para él no existía, que no le quedaría ni el mínimo recuerdo. Y ella, como una boba, estaba allí, en el jardín del hotel encantador, más sola que la una, y de repente le había venido todo a la mente como si fuera ayer.

-          Y el tequila se me está subiendo. Lo sabía –murmuró al incorporarse.

Se agarró al borde de la silla y esperó unos instantes a que el mundo dejara de tambalearse.

-          Decididamente no voy a salir. No me veo sola cenando en la plaza, en medio de tantos desconocidos. Hoy no –murmuró.
-          Eres una cobardica –le acusó una voz dentro de su cabeza.
-          Sí, lo reconozco. Me he vuelto cobarde. Entre las cuatro paredes del hotel me siento segura... Los espacios abiertos me dan miedo. Y además, en ese restaurante cené con él. Paso de seguir despertando fantasmas.

La última frase la debió de decir en voz alta porque los de la mesa más próxima la estaban mirando. Allí seguía quieta, agarrada a la silla. Se soltó con suavidad, echó los hombros hacia atrás y, con aire digno y paso decidido, se dirigió a su habitación. Se pondría el traje de baño y se daría un chapuzón en la alberca para despejarse. Y luego se pediría otro de aquellos deliciosos cócteles. Sonrió, satisfecha consigo misma por el estupendo plan B que había trazado en apenas dos minutos.

Cuando una hora después, ya fresca y sintiéndose como nueva, se volvió a sentar en el mismo lugar, pidió el cóctel y, esta vez, consiguió que el camarero le trajera unos totopos y algo de queso. Además, llevaba una bolsa de nueces en el bolso. Encima de la mesa le esperaba un libro que había tomado prestado de la biblioteca del hotel. Sí, el hotel tenía una maravillosa biblioteca, con el suelo y las paredes de cristal. Ya más conforme con el mundo, volvió a sonreír. Y fue capaz, incluso, de trazar otro plan. Al día siguiente se levantaría pronto para ir a la plaza de los fundadores. Toda una temeridad.

Agosto 2020


sábado, 1 de agosto de 2020

¿Y SI NOS EQUIVOCAMOS?



Una tarde agosto, calurosa, incapaz de pensar ni de moverme, así que lo mejor que puedo hacer es tirarme en el sofá a disfrutar de alguna película. Empiezo a ver con miedo la última versión de Mujercitas. Siempre ha sido uno de mis libros preferidos y hay un par de adaptaciones que me han gustado. Esta versión de 2019 se anuncia como feminista, de ahí mi temor. Sin embargo, supera mis expectativas y me he vuelto a emocionar con la vida de las cuatro hermanas March. Lo de feminista me imagino que es una etiqueta que vende.

Quienes piensen que se trata de una novela menor es porque no la han leído o porque habiéndola leído, los prejuicios no les han permitido entenderla. De mediocres está el mundo lleno. Esta versión no es feminista, al menos en el sentido que le dan hoy los progres. Simplemente, quizás resalte más algunos de los rasgos que su autora quiso destacar al escribirla, como el espíritu valiente y luchador de sus protagonistas y sus ansias de mantener la libertad y desarrollar su talento en una época dominada por los hombres. Visto así, incluso la versión de 1949 –mi preferida- se podría considerar feminista. Porque Jo, siempre es Jo, apasionada y negándose a cumplir algunas reglas. Y Marmee es la misma madre fuerte que permite que sus hijas sean libres y aprendan de sus propios errores. Porque Beth es la misma hermana dulce, Meg es la misma hermana mayor, es decir, la responsable, y Amy es siempre la hermana caprichosa y aparentemente frívola.

Louisa May Alcott dio voz a mujeres valientes muy diferentes entre sí y quiso defender sus derechos y sus ilusiones. ¿Es necesario poner etiquetas?

El final me ha gustado. Según esta versión, la autora quería que Jo se quedara soltera, quizás como la situación más coherente con sus creencias, o quizás porque la protagonista era su alter ego. Sin embargo, el editor se negó y dijo que un final así no vendería. ¿Jo dejando marchar al profesor Bhaer? ¿Después de haberle dado calabazas a Laurie?  Probablemente el editor tuviera razón. El final que se publicó es bonito y emociona su encuentro bajo una cortina de lluvia. Es verdad que ese final implica que Jo debe luchar contra sí misma y sus prejuicios. Porque a pesar de toda su independencia, inteligencia y rebeldía, a pesar de su libertad, la protagonista se siente sola. Cuando su mundo perfecto cambia –Beth ha muerto y sus otras dos hermanas han seguido su camino- entonces llega la soledad. Y para ser feliz del todo, a pesar de todo, necesita al profesor Bhaer. Y en esa escena final, emocionante, bajo la lluvia, deseamos que el profesor encuentre el valor para declararse de una vez por todas a Jo.

Sin embargo, me pregunto qué habría pasado si Jo finalmente se hubiera quedado con Laurie. De hecho, cuando empieza a sentirse sola, se lo plantea seriamente y le habría dicho que sí, si él hubiera esperado un poco más y no se hubiera casado con su hermana pequeña.  

¿Cuántos Lauries hemos dejado pasar? ¿Cuántas veces no nos atrevimos a hablar? ¿En qué momento nos equivocamos?

No luchaste por mí.

«Quizás fuiste tú la que no luchaste por mí», me dijiste una vez, cuando ya era demasiado tarde.

Touchée.

Agosto 2020