sábado, 28 de julio de 2018

UNA TELENOVELA


De repente lo vi claro. Como un puñetazo, la luz atravesó a la velocidad del rayo el túnel oscuro de mi mente. Claro meridiano. Empezaba a despertar del estado de letargo en que parecía haberme sumido los últimos meses.

-          Eres un cabrón –le dije sin elevar el tono de voz, regodeándome en cada una de las letras.


Sólo digo tacos cuando conduzco pero esto se había convertido en una carrera de obstáculos. Instintivamente se echó hacia atrás, como si el puñetazo le hubiera alcanzado a él también. Inclinó la cabeza y entonces lo dijo, la frase de la noche.


-          Sí, soy un cabrón, pero un cabrón enamorado.


Solté una carcajada, dura y cruel.


-          ¿Un cabrón enamorado? Por favor, ahórrame el momento telenovela barata, te lo ruego.

Intentó cogerme de las manos pero yo fui más rápida. Mis manos parecían tener vida propia y se retiraron con rapidez antes de que mi cerebro pudiera ordenárselo. Fue como si me amenazara una descarga eléctrica.

-          ¿Un cabrón enamorado? Parece el título de un corrido mexicano –escupí mis palabras.

-          Por favor, no te burles. Es la verdad. Pensaba que podía manejar la situación pero…

-          ¿Pero qué? –le interrumpí-. ¿Pensabas seguir conmigo mientras tu mujer está embarazada? Me habías dicho que tu matrimonio estaba acabado y la dejas embarazada –callé unos instantes para sacudir la cabeza con incredulidad-. Eres un cabrón. Un cabrón vulgar, sin más.

Los dos seguíamos en pie allí, bajo esa farola que iluminaba débilmente las sombras que habían ido ocupando poco a poco la calle sin que nos diéramos cuenta.

-          Yo te quiero. Te juro que te quiero. No había pensado que esto pudiera suceder.

-          ¿Ah no? ¿Te tengo que explicar cómo se ha quedado embarazada tu mujer o qué?

-          Por favor, te lo pido, no seas irónica. Te lo he contado porque estoy intentado ver, bueno… que veamos entre los dos qué tenemos que hacer. Yo quiero seguir contigo. Yo sólo sé que a quien quiero es a ti –esto lo dijo mirándome a los ojos. ¡Atreviéndose a mirarme a los ojos!

-          Mira, guapo. Se acabó. Obviamente. Así que deja de decir tonterías de que me quieres porque no sabes lo que es eso. ¡No tienes ni puta idea! –otro taco…. Creo que justificado.

Me pasé la mano por el pelo. A pesar de que la noche era fresca, estaba empezando a sudar. Mi corazón iba a mil revoluciones. No me lo podía creer. Cuando empezó nuestra historia, unos meses atrás, hacía casi un año, yo sabía que estaba casado. Y sabía que aquello no estaba bien. Pero durante los meses en que fuimos amigos, me hablaba de un matrimonio roto y yo, como una idiota, le creí. Pensaba que a mí no me iba pasar eso de que te lías con un casado y resulta que está jugando contigo. No podía ser verdad. Aquello parecía una escena de telenovela cutre.

-          Te quiero. ¡Tienes que creerme! Te quiero con desesperación, tanto que a veces duele  –exclamó con voz entrecortada.

Noté con horror que mi mandíbula empezaba a temblar. Volví a pasarme la mano por el pelo. Le miré por última vez y eché a correr calle abajo. No me di la vuelta pero, mientras me alejaba, escuché sus sollozos que se mezclaban con los míos. Mis ojos cegados por las lágrimas me hicieron tropezar un par de veces. No sé cómo conseguí llegar al coche. Abrí la puerta, la cerré con rabia y dejé caer la cabeza sobre el volante, mientras todo mi cuerpo temblaba. Tardé un buen rato en recuperar la calma. Entonces puse el coche en marcha y pisé el acelerador con furia.

Me eliminó del Facebook. El muy capullo lo hizo antes de que a mí se me ocurriera. Han pasado cinco años desde aquella escenita tremebunda. El tiempo todo lo cura, gracias a Dios. Y hoy… ¡me ha llamado! Así de repente. Sin ninguna señal de preaviso. Un domingo por la tarde, estoy tranquila en mi casa, desperezándome de una maravillosa siesta de verano y el móvil ha vibrado. O sea, no me ha llamado. Me ha mandado un wasap. Estaba con un amigo común y se ha armado de valor.

Pero lo tengo claro. No voy a volver a verle. No, de ninguna de las maneras. Porque me ha encantado saber de él. Hemos estado charlando casi una hora. Como si fuéramos viejos amigos. Creo que en el fondo lo somos… compartimos tantas cosas y momentos tan felices. Supongo que nos montamos los dos una película de ciencia ficción y quisimos huir de la realidad. Quiero que siga en el pasado y allí se va a quedar. Sin embargo, una sonrisa involuntaria me ilumina la cara. Ha conseguido que una aburrida tarde de domingo se convierta en una telenovela. Y siempre me gustaron las telenovelas. Lo confieso.



Julio 2018


viernes, 6 de julio de 2018

TE ESCRIBÍ EN ABRIL


Hacía ya un rato que las balas habían dejado de silbar sobre la trinchera. Allí metido, intentaba matar el rato mirando las nubes. Matar el rato… Quizás no fuera la expresión más afortunada… Pasar el rato, mejor. Se movían a toda velocidad, dejando formas curiosas. Aquella parecía una cabeza de león y esa otra era un árbol que de repente se convertía en un delfín. O en algo parecido. Afortunadamente, hacía días que no llovía y al menos la humedad no molestaba. Asomó un momento la cabeza por encima del muro de tierra, lentamente, con cuidado, no le fueran a volar la cabeza. No se veía a nadie y nada se movía allá a lo lejos. Volvió a sentarse en el fondo de la trinchera y se recostó contra la pared para seguir observando el espectáculo que le ofrecía el cielo azul, el viento y las nubes. La cabeza de león se alejaba.

-          Mi teniente, ¿un cigarrillo? –le ofreció aquel soldado joven de Soria. Se habían conocido unos días antes pero ya eran como hermanos. Casi.

-          Venga ese cigarrillo, amigo.

Expulsó el humo, inclinando la cabeza hacia arriba. El humo, mecido por el viento, también formaba figuras caprichosas. Y tan caprichosas. Ahora le recordaban a Marta. Su cabello rizado, su boca… La silueta de su rostro se dibujaba contra el azul del cielo. Tenía que escribir a Marta. Escribirle y decirle que no le esperara. Unos meses atrás, cuando se despidieron en el puerto, se abrazaron fuertemente y él se lo pidió. Ella se echó hacia tras y le miró muy seria, con esa mirada tan profunda que no había visto antes en ninguna otra mujer.

-          Pues claro que te esperaré. No tienes que decírmelo. ¿Qué clase de persona te crees que soy? –Sus ojos verdes se oscurecieron por unos instantes-. Soy tu novia ¿no? Si no, no estaría aquí.  

Entonces él había sonreído y la había atraído hacia sí. Y la había vuelto a abrazar fuertemente, casi más de lo que permitía el decoro. Pero qué carajo. Era la guerra. Y en la guerra, las reglas y las normas eran otras.

Ese recuerdo de Marta, de pie, agitando el brazo, mientras él se iba alejando y ella se hacía cada vez más pequeña hasta desaparecer, lo llevaba grabado a fuego. Algunos compañeros se habían hecho tatuajes en los brazos y los enseñaban con orgullo a sus compañeros. Él llevaba el recuerdo de Marta tatuado en su mente. ¿O era en su corazón? Pero ya habían pasado muchos meses y el momento del regreso se hacía cada vez más lejano. Su última carta le había llegado hacía cinco semanas. Marta le escribía palaras de amor y consuelo. La llevaba allí doblada, en el bolsillo de la camisa, pegada a su pecho.

-          ¿Tú has dejado a alguna moza en Soria? –le soltó así de repente al soldado.

-          Sí, teniente. Nos íbamos a casar, pero con todo esto…-dijo extendiendo las manos a modo de explicación-. Preferí retrasar la boda hasta mi regreso. No me parecía justo ¿sabe?

-           ¿El qué? –preguntó arqueando una ceja.

-          Pues dejarla viuda. Es una posibilidad ¿no? No es agradable pero hay que ser realistas. Ella quería casarse, dijo que le daba igual pero no, teniente. Mire que yo hago siempre lo que ella me pide, pero esta vez no. No podía atarla de esa manera –se detuvo unos segundos para dar una calada al cigarrillo-. Me rogó y me suplicó. Y me costó ¿eh? No crea. Porque yo por María lo que sea, al fin del mundo. Pero me mantuve en mis trece.

-          ¿Crees que te esperará?

Tardó sólo unos segundos en responder.

-          Yo creo que sí pero, mire teniente, si no lo hace porque resulta que mientras conoce a alguien que le puede ofrecer seguridad y que la quiera… Me dolería mucho, muchísimo… Hasta me entrarían ganas de pegarle cuatro tiros al tipo –se echó a reír-. María me conoce, siempre me dice eso de perro ladrador, poco mordedor… El amor no es egoísta... ¿No dijo eso algún santo?

-          San Pablo –contesté sorprendido, apartando la mirada de las nubes.

-          Ese mismo. Yo quiero lo mejor para ella, y lo mejor no es estar esperando a alguien que quién sabe si regresará de esta maldita guerra.

Callamos los dos, cada uno inmerso en sus recuerdos. Allí, recostados en esa trinchera, seguimos contemplando las danzas de las nubes.

-          El amor no es egoísta –repitió al rato, casi en un susurro.

Aquellas palabras me llegaron como una descarga eléctrica. Como si las escuchara por primera vez.

-          Eres muy sabio, soldado. ¿A qué te dedicas en Soria?

-          Trabajo en una imprenta –me contestó sonriente-. Me gusta mi trabajo.

-          Mi novia me dijo que me esperaría. Y conociéndola sé que lo hará y dejará pasar oportunidades que le podrían hacer feliz. No sé si más feliz, pero feliz al fin y al cabo.

Recordó el día que conoció a Marta, en la verbena de San Juan, junto al Mediterráneo, en el pueblo en el que ambos pasaban el verano. La vio surgir entre las llamas –o eso le pareció a él- y no paró hasta encontrar a alguien que se la presentara. Fue un flechazo en toda regla. Para los dos. Ya no se separaron el resto del verano.

-          Tengo que escribirle una carta para liberarla de su promesa. ¿Tú qué crees?

-          ¿Qué puedo decirle? – mi compañero detuvo el palo con el que estaba garabateando sobre la tierra-. Yo hace unas semanas escribí a María diciéndole eso mismo. Así que no sé si soy la persona más indicada para aconsejarle. Quiero decir, que a lo mejor no soy objetivo porque me he encontrado en la misma situación.

-          El amor no es egoísta… -repetí para mí, llevándome la mano al pecho-. Le voy a escribir. Yo también la voy a liberar de su promesa.

-          Muy bien, teniente. Y si Dios quiere, no nos harán caso. Pero es nuestra obligación.

Al día siguiente se volvió a nublar. Miró hacia el cielo. Abril comenzaba amenazando lluvia. Llevaba la carta escrita doblada en el bolsillo, junto a la que ella le había escrito. A la primera oportunidad se la haría llegar. Volvió a asomarse con cuidado por encima de la trinchera. Todo seguía sorprendentemente tranquilo. De pronto oyó unos gritos. El soldado de Soria se acercaba corriendo desde el fondo de la trinchera agitando los brazos y lanzando aullidos. ¿Se había vuelto completamente loco? Echó la mano a su arma, dispuesto a defender a su amigo, a defenderse, o a lo que hiciera falta. Entonces le entendió.

-          ¡La guerra ha terminado! ¡La guerra ha terminado!

Se dio de bruces contra él y los dos acabaron rodando por el suelo.

-          ¡Soldado, cálmate! –exclamó cogiéndole de las solapas de la chaqueta e inmovilizándole boca arriba-. ¿Se puede saber qué pasa?

-          ¡Volvemos a casa, teniente! –gritó intentando abrazarle.

-          ¿Estás seguro? –preguntó desconfiado.

El soldado se levantó de un salto.

-          Acaban de dar el parte, mi teniente. ¡Venga conmigo! ¡Vamos a la radio! Están allí todos –dijo tirando de él para que se incorporara.

Efectivamente, el resto de la compañía, como un solo hombre, se abrazaba en torno a la radio. Se vieron absorbidos por aquel abrazo, en el que todos lloraban y reían a la vez. Un rato después, logró desasirse y tiró del soldado para apartarse unos metros y hacerse escuchar en medio de aquel barullo.

-          Me llamo Fernando –dijo ofreciéndole la mano derecha.

-          Yo soy Julián –sonrió el soldado.

-          Es todo un placer, Julián- dijo estrechándole con fuerza la mano-. Te espero en Barcelona. Allí tienes tu casa.

-          ¿Conoces Soria? –Fernando negó con la cabeza-. Te espero en Soria. A ti y a Marta.

Fernando se llevó la mano al pecho y sacó las cartas del bolsillo. Volvió a guardar la de Marta y, arrugando la que había escrito la noche anterior, la lanzó con fuerza por encima de la trinchera.



Julio 2018