En esta
ocasión, cedo el espacio a mi admirado Edward Morgan Foster y a sus
personajes de A Room with a View o,
lo que es lo mismo en la lengua de Cervantes, Una habitación con vistas. Lo que parecía una historia imposible toma
un giro inesperado que desemboca en un desenlace feliz en las últimas páginas
de esta novela que recrea maravillosamente la sociedad eduardiana. Por ella
desfilan sus personajes principales, Lucy Honeychurch y George Emerson, junto a
otros como el jovial reverendo Beebe, Charlotte Bartlett –la tía solterona que,
contra todo pronóstico, toma partido por la victoria del Amor-, Cecil Vyse –el prometido
antipático-, la Sra. Honeychurch, las encantadoras hermanas Allan… Foster sitúa
la acción en una Florencia idealizada que representa la vida que merece la pena
vivir, frente a los convencionalismos representados por la campiña inglesa.
Cuando todo
parece irremediablemente perdido, el padre del héroe -o quizás, del anti-héroe-,
el Sr. Emerson, guía a Lucy hacia la luz, hacia lo que el autor llama «el fin de
la Edad Media». Mi novela preferida fue escrita hace más de cien años, pero la
historia que cuenta no tiene edad.
Lucy se volvió hacia el Sr.
Emerson llena de desesperación, pero la cara del anciano la reanimó. Era el
rostro de un santo que lo había comprendido todo.
-
Ahora todo son tinieblas y parece
que la Belleza y la Pasión nunca hubieran existido, lo sé. Pero recuerde las
colinas de Florencia y aquella panorámica. Si yo fuera George y pudiera
besarla, le infundiría valor. Tiene que ir fríamente a una lucha que precisa
calor; tiene que salir de la confusión en la que usted misma se ha metido. Su
madre y sus amigos la despreciarán. Y tienen razón para despreciarla, si es que
alguna vez tenemos derecho a despreciar. George sigue en las tinieblas, toda
esa lucha y dolor sin una palabra suya. ¿Me perdona? –las lágrimas asomaron a
sus ojos-. Sí, porque luchamos más allá del Amor o del Placer; luchamos por la
Verdad. Es la Verdad lo que realmente cuenta.
-
Deme un beso –dijo la joven-. Deme
un beso. Y lo intentaré.
Él le transmitió un sentimiento
de deidades reconciliadas; un sentimiento de que, a medida que ganaba al hombre
que amaba, ella estaría logrando algo para el mundo entero. Durante el triste
trayecto a su hogar, su despedida permaneció viva. Había rescatado su cuerpo de
la destrucción y del reproche del mundo. El anciano le había mostrado la
santidad de su deseo inmediato. Ella «nunca comprendió exactamente» -como
contaría años más tarde- «cómo él había sido capaz de darle fuerza. Había sido
como si le hubiera hecho ver la totalidad de cada cosa por vez primera».
Leo y releo
estas palabras -y las que siguen, describiendo el futuro de Lucy y George-, vuelvo
a disfrutar de la maravillosa versión llevada al cine por Ivory y no tengo más
remedio que ceder mi humilde espacio al gigante Foster. Y si alguien no ha
leído esta novela, le animo a hacerlo (si es posible en versión original). ¡Que
la disfruten!