Los indios apaches constituyen uno de los siete los grupos atapascanos: chiricaua, jicarilla, kiowa-apache, lipan, mescalero, navajo y apaches occidentales. Ocupaban un gran territorio: parte del este de Arizona, casi todo Nuevo México, sur de Colorado, oeste de Oklahoma y parte de Texas. Los siete grupos compartían muchos aspectos comunes, pero presentan también algunas particularidades propias. Existe poca información etnográfica fiable anterior a 1900, aunque a principios del siglo XX se llevaron a cabo estudios cuyos resultados han permitido reconstruir la cultura apache en torno a 1850 (G. Gordon en Basso 1983). Los datos referentes a la guerra e incursiones están tomados en su mayor parte de testimonios directos del siglo XVIII. En cualquier caso, es preciso señalar que apenas se conocen datos de los apaches anteriores a 1600 por la ausencia de contacto con los españoles hasta esa fecha.
Los apaches occidentales ocupaban
parte de Arizona y Nuevo México y se dividían a su vez en cinco grupos: Northern Tonto, Southern Tonto, Cibecue, White Mountain y San Carlos. Todos ellos hablaban la misma legua,
de la familia atapascana, con ligeras variantes (Opler 1983: 368).
El aspecto bélico de los apaches condicionó la vida de la frontera septentrional
de Nueva España desde el inicio del contacto. Varios factores contribuyeron al
éxito de sus ataques: política militar española poco efectiva, práctica
ausencia de presidios -y los que había poco guarnecidos-, retirada de la
población española hacia el centro de Sonora y traslado de los indios
sobaipuris en 1762 del valle de San Pedro a las misiones del valle de Santa
Cruz para reforzar éstas, dejando abierta la entrada a los apaches por esta
zona. Pero también hay que buscar la causa de sus victorias en su propia táctica
y organización. Ya en la época, los españoles se preguntaron sobre el porqué de
la dificultad de vencer a este pueblo. Un militar, buen conocedor de la zona y
de los apaches, elaboró una interesante y completa relación en torno a 1762 en
la que comienza hablando de su constitución física, de su alimentación a base
de frutas y carne asada, y de su religión.
El autor[1] considera que la
dificultad de vencer a los apaches se basa en varios factores: se hallaban en
su hábitat natural, eran valientes por naturaleza, destacaba su agilidad a
caballo que superaba a la de los europeos -a pesar de ser un elemento nuevo
para ellos-, y habían desarrollado una gran resistencia a la sed, el hambre y
la intemperie. El autor realiza una interesante consideración en cuanto a su
actitud ante la muerte, pues relata asombrado que, a diferencia de los
europeos, los apaches morían sin expresar ningún temor e incluso entonaban cantos.
Señala que el motivo que llevaba al apache a guerrear no era sólo el odio, sino
también la utilidad porque «no siembran,
ni cultivan la tierra, ni tienen crías de ganado (…). Desde que en los
Españoles encuentran por medio del hurto, lo que necesitan». Parece que los
ataques frecuentes a las misiones y poblaciones españolas no tenían como objeto
ampliar su territorio o expulsar a los españoles, sino que era una forma de
obtener durante todo el año alimentos, ganado y caballos. Constituían, por
tanto, su modo de subsistencia. Probablemente por este motivo nunca cometieron
asesinatos en masa (Basso 1986: 466). Aunque hay autores que opinan que otro de
los motivos de los ataques apaches, especialmente en la segunda mitad del siglo
XVIII, habría que buscarlo en el hecho de que deseaban vengarse y a la vez
defenderse de los españoles que les sometían a la esclavitud (Weber 2000:
272-273). En cualquier caso, la guerra constituía un elemento fundamental de la
cultura apache.
A pesar de que los ataques fueron en
aumento a medida que avanzaba el siglo XVIII, ya se producían mucho antes del
contacto, y no sólo como fuente de subsistencia, sino también como resultado de
su posterior expansión hacia el oeste (Hernández 1957, 43 y 50; Jorgensen 1983,
695, 699 y 707). Ya desde los primeros contactos de europeos se hace referencia
a los ataques permanentes de los apaches. Los primeros testimonios escritos corresponden
al padre Kino[2]
y al capitán Mange[3].
En su visita a las ruinas de Casa Grande junto al río Gila a finales de siglo
XVII, los pimas les informaron de que este asentamiento había sido abandonado
por sus antiguos pobladores –los hohokam- más de dos siglos antes, debido a los
ataques apaches (Mange 1926, 253; Kino 1989, 29). Por otra parte, el movimiento
hacia el oeste fue ocasionado por los comanches a principios del siglo XVIII,
quienes a su vez retrocedían desde Nuevo México ante el avance de sus enemigos
los pawnee, ocupando así territorio apache, obligando entonces a éstos a
introducirse en Arizona.
Los ataques eran más frecuentes en
invierno, cuando escaseaba la comida, ya que la subsistencia de los apaches
occidentales se basaba principalmente en la recolección, la caza y, en menor
medida, en la agricultura, tanto producida directamente como resultado del robo
a sus vecinos pimas, pápagos y maricopas. Cuando el objetivo era el robo iban
en un grupo reducido, pero si querían destruir pueblos, entonces se unían varios
grupos para llevar a cabo el ataque. En ambos casos un hombre tomaba el mando y
siempre iban a caballo. Se movían en silencio para atacar por sorpresa, a
menudo de noche, se arrastraban con destreza, eran capaces de imitar
perfectamente el canto de aves nocturnas, el aullido de los lobos, coyotes y
otros animales.
«No cabe en explicación decir la rapidez con que atacan, el ruido con
que pelean, el terror que
derrama en nuestra gente, ni la prontitud con que dan fin a todo» (Noticias y reflexiones c. 1790,
250v).
Es necesario distinguir entre dos
tipos de ataques: incursiones y guerras. El objetivo de las primeras era
obtener botín -especialmente alimentos, ganado y caballos- y se trataba de
evitar el enfrentamiento y el derramamiento de sangre. Los apaches eran
cazadores y recolectores, aunque la ganadería y agricultura se convirtió en una
base importante para los navajos. Entre los apaches occidentales, las
incursiones se organizaban cuando las provisiones escaseaban. En estos casos el jefe
de un grupo local hacía un llamamiento para que voluntarios se unieran a la
expedición. Podían participar todos los hombres que hubieran superado el período
de instrucción, que se llevaba a cabo como parte de un rito de paso entre los
jóvenes. Estos grupos estaban formados normalmente por un número reducido, de
cinco a quince hombres, puesto que gran parte del éxito dependía de que el
grupo viajara sin ser visto. Las incursiones se realizaban generalmente de
madrugada y dos o tres hombres sacaban el ganado de la forma más silenciosa
posible y emprendían la huida velozmente hasta alcanzar la seguridad de su
territorio. En cambio, el objetivo de la guerra era vengar la muerte de algún
apache, lo que implicaba derramamiento de sangre. Mientras que los
participantes en las incursiones eran sólo hombres de un único grupo local, las
expediciones de guerra estaban compuestas por diferentes grupos relacionados
entre sí. Una vez tomada la decisión de organizar una expedición, el jefe del
grupo local de la víctima mandaba mensajeros a otros grupos locales invitando a
los familiares a participar. Los hombres se reunían y tomaban parte en un
ritual previo al ataque. Estos grupos estaban formados por unos doscientos
hombres bajo el mando de un único jefe. Se prefería atacar la ranchería de los
que habían matado a los suyos, pero si no se sabía con seguridad quién había
sido el autor de la muerte bastaba atacar cualquiera. Por la noche, en
silencio, se rodeaba el objetivo y se atacaba de madrugada, matando el mayor
número posible de enemigos (Basso 1983, 476;
Anza 1729 en Polzer y Sheridan 1997, 303).
Los apaches solían atacar los
pueblos españoles durante la celebración de la misa y más en invierno que en
verano, al ser en invierno las noches más largas y poderse así proteger por la
oscuridad, además de ser la época en que más escaseaban los alimentos. La Pimería[4] era insegura por estos
ataques a pueblos y también por los ataques en los caminos. Esta situación de
inseguridad fue causa del perjuicio económico para la zona, pues los apaches
robaban cada año cientos de cabezas de ganado y caballos.
«Antiguamente rica y poblada se halla oy en mucha decadencia, sea porque
se han agotado los planes de sus
labores de minas o por las continuas hostilidades de los indios enemigos» (Nentuig 1785, 10r)[5].
Para los
misioneros que trabajaron en la Pimería, los apaches siempre fueron motivo de
preocupación y eran definidos como enemigos jurados de pimas y ópatas. Los informes
de los jesuitas de mediados del siglo XVIII constituyen fuentes importantes
sobre la situación de la frontera norte y sus habitantes. En ellos denuncian la
inseguridad de la zona y manifiestan la intención de colaborar en la
reconstrucción de la región y aportar soluciones para su defensa. Con el
objetivo de intentar paliar la situación, la Corona decidió construir un presidio en la
frontera, pero los apaches superaban a los soldados en número, por lo que no
siempre era posible mantenerlos a raya. De hecho, la línea defensiva de
presidios resultó siempre poco efectiva.
Bibliografía
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titulada «Favores celestiales» y la «Relación diaria de la entrada al Noroeste»), Francisco Fernández
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Porrúa. (El documento original se conserva en el Archivo General y Público en
México, Sección de Misiones, tomo 27).
MANGE,
Juan Mateo (1926). Luz de Tierra
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alfabético por Francisco Fernández del Castillo. Publicaciones del Archivo
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Talleres Gráficos de la
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el Archivo General de la Nación en México, volumen
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Museo Naval. Ms. 567,Virreinato de Méjico, tomo I, doc.2, ff.6v-34v. (Es copia
de los capítulos I y II de la
Descripción de
Nentuig).
NOTICIAS
Y REFLEXIONES (c.1790).
«Noticias y
reflexiones sobre las guerras que se mantiene con los indios apaches en la N.E .». Madrid: Museo Naval.
Ms. 567, Virreinato de Méjico, tomo I, doc.11, ff.246r-270r. (Fuente anónima.
Podría tratarse de una copia del marino Antonio de Pineda de un documento
original de Bernardo de Gálvez)[6].
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diario de 1768 del ingeniero Lafora. Documento original en la biblioteca de D.
Pedro Robredo).
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WEBER,
David J. (2000). La frontera española en
América del Norte. México D.F.:
Fondo de Cultura Económica.
[1]
Se trata del documento que
hemos titulado Noticias y reflexiones.
En la ficha del Museo Naval pone «parece letra de Pineda», aunque aparecen tres
tipos de letra diferente a lo largo del documento, pero la mayor parte
corresponde al tipo de escritura que correspondería a Pineda. Por otra parte,
un pequeño fragmento de este texto, en inglés, aparece en Weber (2000: 297)
quien a su vez dice que Elizabeth John señala como autor del documento a
Bernardo de Gálvez en su artículo «Bernardo de Gálvez on the Apache frontier» (JAZH 29, 1988, pp.427-430). Sobrino de José
de Gálvez, nació en la provincia de Málaga en 1746. Pasó a Nueva España en 1762
y destacó por su campaña contra los apaches. En 1776 fue nombrado gobernador de
Luisiana, en 1781 fue el héroe de la victoria de Pensacola (Florida) contra los
ingleses y en 1785 sucedió a su padre como virrey de Nueva España. Murió un año
después en México. Por tanto, es posible que el documento del Museo Naval sea
una copia de Pineda, en torno a 1790, del texto original de Bernardo de Gálvez
que habría sido redactado alrededor de 1762. En cualquier caso, el texto sería
obra de un militar activo en las campañas contra los apaches.
[2]
Eusebio
Francisco Kino nació en Segno (Trento, Italia) en 1645. Entró en la Compañía de
Jesús en 1665. Tras tener que renunciar a su sueño de misionar en Oriente, pasó
a México en 1681. Participó en la expedición del almirante Atondo a California,
de cuyas primeras misiones permanentes es fundador. Allí hizo su profesión en
1684. En 1687 fundó la primera misión de la Pimería Alta , Nuestra
Señora de los Dolores, donde permaneció hasta su muerte en la misión de
Magdalena, el 15 de marzo de 1711. Gracias a sus mapas, a sus escritos y a sus
expediciones descubrió que California era isla, la América Septentrional
se dio a conocer al mundo y avanzó la frontera norte del Imperio español.
[3]
El aragonés Juan Mateo Mange
fue compañero de Kino en
muchas de sus entradas por la Pimería, algunas de las cuales reflejó en sus
relaciones Luz de tierra incógnita y Diario de las exploraciones en Sonora.
[4]
La región de la Pimería se
situaba en el extremo norte de la frontera española. Limitaba al sur con el río
Magdalena, al norte con el río Gila, al este con el río San Pedro y al oeste
con el Golfo de California y el río Colorado. Ocupaba parte de los actuales
estados de Arizona y Sonora.
[5]
La Descripción de
Sonora del
padre Nentuig de 1764 es el relato más completo que existe sobre la provincia
de Sonora, todavía gran desconocida en esas fechas. Posterior a la expulsión de
los jesuitas, de 1785, es esta anotación, que aparece en el margen del
documento conservado en el Museo Naval, que recoge parte de la obra de Nentuig,
y señala el estado de decadencia en que había entrado la provincia.