viernes, 23 de diciembre de 2016

¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!


José alzó la mirada al cielo, preocupado. La noche se acercaba y ya brillaban las primeras estrellas. Había una que brillaba con más intensidad, una estrella desconocida. Era extraño. Parecía como si llevara todo el día persiguiéndolos. O quizás guiándolos. Movió la cabeza como queriendo apartar esa idea absurda de su cabeza. Y siguió caminando, a la vez que tiraba con suavidad de la mula. Se giró un momento y su mirada acarició el rostro dulce de María. No se había quejado ni una sola vez. Él sonrió, intentando disimular su preocupación. Sabía que el momento se acercaba. Había perdido la cuenta de las puertas a las que había llamado pidiendo cobijo para esa noche. Pero ninguna se había abierto para acogerles.

De pronto, la estrella extraña se hizo más brillante, o eso le pareció. Se había detenido justo encima de otra puerta. Una casa sencilla. «No puedo perder nada por volver a intentarlo. María necesita descansar» pensó. José era un hombre de fe, había superado muchos momentos difíciles y no se iba a rendir ahora, cuando ella más le necesitaba.

Levantó la mano y antes de llegar a golpearla, la puerta se abrió. La sombra de una mujer de mediana edad se proyectó sobre el suelo.

-          ¿Qué deseas? –preguntó con amabilidad.

-          Buscamos un lugar para pasar la noche. Mi esposa necesita descansar. ¿Tendrías lugar para nosotros? Puedo pagarte… por favor…

-          El niño está en camino –dijo observándola.

-          No causaremos problemas.

-          En mi casa no hay sitio. Se alojan unos parientes pero ¡espera! –se apresuró a decir al ver que el hombre se giraba para marchar. –Puedo ofreceros lo que tengo, un pesebre. No es el mejor lugar pero la paja está limpia y el buey os dará calor. Es muy viejo e inofensivo. Se alegrará de tener compañía –añadió sonriendo.

José y María miraron hacia el lugar que les indicaba la mujer. Efectivamente no era el mejor alojamiento pero la noche ya estaba encima. José miró a María y ésta asintió.

-          Te lo agradecemos. Para una noche es suficiente.

-          Id a instalaros y ahora os llevaré algo de comer.

La estrella seguía detenida sobre el pesebre. Era ya como una vieja amiga y José sintió una gran paz. Ayudó con cuidado a descender a María. El buey, que dormitaba al fondo del pesebre, se desperezó al verlos llegar. Se acomodaron y aquel lugar cálido, iluminado por la estrella, les pareció un lugar precioso después del largo día. Y muy poco después llegó el Niño. Un niño que cambiaría la Historia y se quedaría para siempre. Él puede convertir en posibles las historias más imposibles.

¡FELIZ NAVIDAD!!!

24 diciembre 2016

martes, 6 de diciembre de 2016

A UN DESCONOCIDO


Sonaba una música de fondo que la muchedumbre coreaba. Miles de personas caminaban por la gran avenida entre banderas y pancartas. Más parecía una fiesta que una manifestación. Grupos de amigos y familias se iban uniendo desde las calles aledañas que desembocaban en la avenida principal. Clara, su hermana Carmen y dos amigos habían decidido acercarse. Una decisión de último momento pero allí estaban. Avanzaban entre la multitud y, de vez en cuando, comentaban entre ellos algo que les había llamado la atención.

-          ¿Aquel de allí no es Luis Tudela? –preguntó Javier, el más alto de los dos.

-          ¿Dónde? –dijo Fernando estirando el cuello.

-          Sí, hombre, allí –dijo señalando hacia un punto indefinido entre la multitud-. Debajo de la bandera aquella enorme.

-          Ah, sí. Pues desde aquí no te sabría decir… Podría ser, sí –añadió estirando aún más el cuello.

-          ¿Quién es Luis Tudela? –quiso saber Carmen.

-          Un compañero del colegio. No lo conocéis.

-          Pues desde aquí no os va a ver.

-          La verdad es que es raro que no nos hayamos encontrado todavía con nadie. Es curioso, pero en las manifestaciones, a pesar del gentío, siempre acabamos viendo a un montón de gente conocida –añadió Clara-. Y eso es parte del encanto de las manifestaciones, que ves a gente que no veías hacía mucho tiempo y acabamos por ahí de cañas recordando batallitas.

Siguieron caminado un tramo en silencio, entre el bullicio.

-          Estaba pensando… ¿qué os parece si nos quedamos a un lado? En el lateral de la avenida a partir de este punto hay una especie de pequeña ladera y desde ahí podemos ver pasar a la gente –sugirió Javier.

Los cuatro amigos se miraron y asintieron a la vez. Javier fue abriendo paso, mientras los otros le seguían en fila. Sin demasiada dificultad llegaron al punto que éste había señalado. Efectivamente, en el lado derecho de la avenida discurría paralela una zona ajardinada que se elevaba ligeramente hasta formar una especie de repisa, sobre la que se situaron. Desde ese punto se podía apreciar claramente la riada de gente, las pancartas y las banderas. Los cuatro observaban sonrientes, contagiados del ambiente festivo. Las dos hermanas se balanceaban suavemente al ritmo de la música hasta que de pronto… fue como si la música se hubiera detenido. Clara se quedó inmóvil. Contuvo la respiración, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. A la cabecera de una de las pancartas iba él, un absoluto desconocido pero… ¡qué sensación tan rara! Era como si lo conociera, aunque estaba segura de no haberlo visto nunca antes. Aquel joven alto, con el cabello claro y ligeramente largo… No podía ser….

-          Pero ¿estoy idiota o qué me pasa? Es como si me hubiera flechado de repente de un tipo que veo allá a lo lejos… -pensó, a la vez que instintivamente se cambiaba de sitio y se ponía en un extremo, al lado de Carmen, como si no quisiera que él pudiera pensar que uno de los dos podía ser su novio.

Entonces él giró de pronto la cabeza y se quedó mirándola, al mismo tiempo que enmudecía una consigna que pocos segundos antes había empezado a corear. Sus miradas se cruzaron y se quedaron clavadas unos segundos, unos minutos tal vez. Porque el ralentizó el paso, obligando a todos los que transportaban la pancarta a aminorar el ritmo.

-          ¿Qué pasa, Clara? –preguntó su hermana, al ver su expresión.
-          No sé –logró balbucir-. ¿Lo ves? ¿El chico alto de la pancarta?

Carmen miró hacia donde intuyó que su hermana miraba y enseguida entendió de quién hablaba.

-          ¿El que te está mirando? ¿Lo conoces?
-          No… -susurró mientras veía cómo se alejaba inexorablemente. Todavía él giró la cabeza un par de veces y sus miradas volvieron a encontrarse hasta que se perdió entre la multitud, dejándola con una sensación de vacío.
-          ¿Qué ha pasado?
-          No lo sé, una cosa extrañísima. Es como si me hubiera enamorado en cinco segundos de alguien que no conozco y a quien nunca conoceré…

Carmen la miró con cara rara un momento, luego se quedó pensativa y exclamó:

-          ¡Baudelaire!
-          ¿Cómo?
-          Bueno, a lo mejor no es tan raro. A Baudelaire le pasó.

Ahora era Clara quien la miraba extrañada.

-          No entiendo nada.
-          ¿No conoces el poema de Baudelaire?

Su hermana negó con la cabeza.

-          A una transeúnte, se llama. Dice algo así:

La calle aturdidora en torno de mí aullaba.
alta, fina, de luto dolor majestuoso,
una mujer pasó que con gesto fastuoso
recogía las blondas que su andar balanceaba.

Ágil y noble, con sus piernas de escultura.
Por mi parte bebí, como un loco crispado
en su pupila, cielo de huracán preñado,
placer mortal y a un tiempo fascinante dulzura.

¡Un relámpago…y noche! Fugitiva beldad
cuya mirada me ha vuelto de golpe renacer.
¿No he de volver a verte sino en la eternidad?

¡Lejos de aquí! ¡O muy tarde! ¡O jamás ha de ser!
Pues donde voy no sabes, yo ignoro adónde huiste.
¡Tú, a quien yo hubiese amado, tú, que lo comprendiste!


-          Te ha pasado lo mismo que le pasó a Baudelaire... Al chico de la pancarta también le ha pasado.

Clara permaneció en silencio unos instantes, asimilando los versos que su hermana acaba de recitar.

-          ¿Por qué dices que también le ha pasado?
-          Por cómo te miraba… Él lo supo, como la transeúnte.
-          ¿Y ahora qué?
-          Ahora nada, me temo. Otra de tus historias imposibles. A lo mejor te puede servir de inspiración.
-          ¿Te puedo decir una tontería?
-          ¡Dispara! –dijo entre risas.
-          ¿Sabes que me reconfortan mucho esos versos? ¿Me los puedes volver a repetir?

Carmen comenzó a recitarlos hasta que la voz de Fernando la interrumpió:

-          Baudelaire ¿no?
-          ¿Conoces el poema?
-          Sí… -y añadió mirando al suelo-. No os lo vais a creer, pero a mí me pasó una vez.
-          ¿Ah sí? –exclamó Carmen, burlona-. Cuenta, cuenta…

De pronto, Javier levantó la mano a la vez que exclamaba:

-          ¡Mira! Es Luis Tudela. Nos hace señas para que vayamos. Vamos, chicas, que os va a caer bien y es la hora del aperitivo.

Efectivamente, acabaron tomando cañas y rememorando batallitas. Incluso Fernando, en un aparte, se armó de valor y relató la historia de su transeúnte a las chicas. Y del desconocido nunca más se supo.



Diciembre 2016