Sonaba una música de fondo que la
muchedumbre coreaba. Miles de personas caminaban por la gran avenida entre
banderas y pancartas. Más parecía una fiesta que una manifestación. Grupos de
amigos y familias se iban uniendo desde las calles aledañas que desembocaban en
la avenida principal. Clara, su hermana Carmen y dos amigos habían decidido
acercarse. Una decisión de último momento pero allí estaban. Avanzaban entre la
multitud y, de vez en cuando, comentaban entre ellos algo que les había llamado
la atención.
-
¿Aquel de allí no es Luis Tudela? –preguntó
Javier, el más alto de los dos.
-
¿Dónde? –dijo Fernando estirando el cuello.
-
Sí, hombre, allí –dijo señalando hacia un punto
indefinido entre la multitud-. Debajo de la bandera aquella enorme.
-
Ah, sí. Pues desde aquí no te sabría decir…
Podría ser, sí –añadió estirando aún más el cuello.
-
¿Quién es Luis Tudela? –quiso saber Carmen.
-
Un compañero del colegio. No lo conocéis.
-
Pues desde aquí no os va a ver.
-
La verdad es que es raro que no nos hayamos
encontrado todavía con nadie. Es curioso, pero en las manifestaciones, a pesar
del gentío, siempre acabamos viendo a un montón de gente conocida –añadió
Clara-. Y eso es parte del encanto de las manifestaciones, que ves a gente que
no veías hacía mucho tiempo y acabamos por ahí de cañas recordando batallitas.
Siguieron caminado un tramo en
silencio, entre el bullicio.
-
Estaba pensando… ¿qué os parece si nos quedamos
a un lado? En el lateral de la avenida a partir de este punto hay una especie
de pequeña ladera y desde ahí podemos ver pasar a la gente –sugirió Javier.
Los cuatro amigos se miraron y
asintieron a la vez. Javier fue abriendo paso, mientras los otros le seguían en
fila. Sin demasiada dificultad llegaron al punto que éste había señalado.
Efectivamente, en el lado derecho de la avenida discurría paralela una zona
ajardinada que se elevaba ligeramente hasta formar una especie de repisa, sobre
la que se situaron. Desde ese punto se podía apreciar claramente la riada de
gente, las pancartas y las banderas. Los cuatro observaban sonrientes,
contagiados del ambiente festivo. Las dos hermanas se balanceaban suavemente al
ritmo de la música hasta que de pronto… fue como si la música se hubiera detenido.
Clara se quedó inmóvil. Contuvo la respiración, como si le hubieran dado un
puñetazo en el estómago. A la cabecera de una de las pancartas iba él, un
absoluto desconocido pero… ¡qué sensación tan rara! Era como si lo conociera,
aunque estaba segura de no haberlo visto nunca antes. Aquel joven alto, con el
cabello claro y ligeramente largo… No podía ser….
-
Pero ¿estoy idiota o qué me pasa? Es como si me
hubiera flechado de repente de un tipo que veo allá a lo lejos… -pensó, a la
vez que instintivamente se cambiaba de sitio y se ponía en un extremo, al lado
de Carmen, como si no quisiera que él pudiera pensar que uno de los dos podía
ser su novio.
Entonces él giró de pronto la
cabeza y se quedó mirándola, al mismo tiempo que enmudecía una consigna que pocos
segundos antes había empezado a corear. Sus miradas se cruzaron y se quedaron
clavadas unos segundos, unos minutos tal vez. Porque el ralentizó el paso,
obligando a todos los que transportaban la pancarta a aminorar el ritmo.
-
¿Qué pasa, Clara? –preguntó su hermana, al ver
su expresión.
-
No sé –logró balbucir-. ¿Lo ves? ¿El chico alto
de la pancarta?
Carmen miró hacia donde intuyó
que su hermana miraba y enseguida entendió de quién hablaba.
-
¿El que te está mirando? ¿Lo conoces?
-
No… -susurró mientras veía cómo se alejaba
inexorablemente. Todavía él giró la cabeza un par de veces y sus miradas
volvieron a encontrarse hasta que se perdió entre la multitud, dejándola con
una sensación de vacío.
-
¿Qué ha pasado?
-
No lo sé, una cosa extrañísima. Es como si me hubiera
enamorado en cinco segundos de alguien que no conozco y a quien nunca conoceré…
Carmen la miró con cara rara un
momento, luego se quedó pensativa y exclamó:
-
¡Baudelaire!
-
¿Cómo?
-
Bueno, a lo mejor no es tan raro. A Baudelaire
le pasó.
Ahora era Clara quien la miraba
extrañada.
-
No entiendo nada.
-
¿No conoces el poema de Baudelaire?
Su hermana negó con la cabeza.
-
A una
transeúnte, se llama. Dice algo así:
La calle aturdidora en torno de mí aullaba.
alta, fina, de luto dolor majestuoso,
una mujer pasó que con gesto fastuoso
recogía las blondas que su andar balanceaba.
Ágil y noble, con sus piernas de escultura.
Por mi parte bebí, como un loco crispado
en su pupila, cielo de huracán preñado,
placer mortal y a un tiempo fascinante dulzura.
¡Un relámpago…y noche! Fugitiva beldad
cuya mirada me ha vuelto de golpe renacer.
¿No he de volver a verte sino en la eternidad?
¡Lejos de aquí!
¡O muy tarde! ¡O jamás ha de ser!
Pues donde voy no sabes, yo ignoro adónde huiste.
¡Tú, a quien yo hubiese amado, tú, que lo comprendiste!
-
Te ha pasado lo mismo que le pasó a Baudelaire...
Al chico de la pancarta también le ha pasado.
Clara permaneció en silencio unos
instantes, asimilando los versos que su hermana acaba de recitar.
-
¿Por qué dices que también le ha pasado?
-
Por cómo te miraba… Él lo supo, como la
transeúnte.
-
¿Y ahora qué?
-
Ahora nada, me temo. Otra de tus historias
imposibles. A lo mejor te puede servir de inspiración.
-
¿Te puedo decir una tontería?
-
¡Dispara! –dijo entre risas.
-
¿Sabes que me reconfortan mucho esos versos? ¿Me
los puedes volver a repetir?
Carmen comenzó a recitarlos hasta
que la voz de Fernando la interrumpió:
-
Baudelaire ¿no?
-
¿Conoces el poema?
-
Sí… -y añadió mirando al suelo-. No os lo vais a
creer, pero a mí me pasó una vez.
-
¿Ah sí? –exclamó Carmen, burlona-. Cuenta,
cuenta…
De pronto, Javier levantó la mano
a la vez que exclamaba:
-
¡Mira! Es Luis Tudela. Nos hace señas para que
vayamos. Vamos, chicas, que os va a caer bien y es la hora del aperitivo.
Efectivamente, acabaron tomando
cañas y rememorando batallitas. Incluso Fernando, en un aparte, se armó de
valor y relató la historia de su transeúnte a las chicas. Y del desconocido
nunca más se supo.
Diciembre 2016