-
¿Volverás?-
le pregunté.
Se giró desde la puerta y me miró. Me sostuvo la mirada
durante unos segundos. Yo aguanté y alcé un poco la barbilla, casi instintivamente,
como queriendo retarle, hasta que apartó la mirada y se volvió a girar. Lo
único que oí fue un suspiro a través de la puerta que cerró con cuidado, como
hacía siempre. Yo también suspiré. Me quedé allí parada, inmóvil, con los ojos
fijos en la cerradura, por si se movía. Pero no se movió. Volví a suspirar,
esta vez más fuerte. Y el sonido de mi propio suspiro me sacó de mi
ensimismamiento.
Avancé por el pasillo sin ganas, arrastrando los pies. Me
asomé al balcón y todavía alcancé a ver su espalda antes de perderse tras la
esquina de la calle. Me quedo allí todavía unos minutos, viendo la gente pasar.
Cierro los ojos y me dejo abrazar por el sol hasta que el claxon de un coche
rompe la magia del momento. Con pereza entro en el salón y una lucecita
parpadeante llama mi atención. Es hora de ponerse a trabajar. Me siento frente
al ordenador. Allí sigue el artículo a medio hacer que me espera. Leo lo que
escribí ayer. «No está mal», pienso. Mis manos rozan el teclado
pero mi mente está en blanco. Aparto la vista de la pantalla fría y giro la
cabeza hacia la estantería llena de libros, buscando inspiración. De repente,
algo llama mi atención. Dentro del orden perfecto de los libros sobresale un
álbum de fotos. Me incorporo y me agacho. Él ha debido de coger ese álbum. Lo
ha estado mirando antes de marcharse. Tiro de él con cuidado.
Me siento en el suelo con el álbum en mi regazo y empiezo a
pasar páginas, deteniéndome en algunas y sonrío con nostalgia. Son fotos de
hace años, de cuando nos conocimos. Qué jóvenes éramos. Mirábamos a la cámara y
reíamos abiertamente, con la fuerza de la juventud que tiene toda una vida por
delante llena de sueños. Veo rostros que casi he olvidado, amigos que el tiempo
ha ido borrando de nuestro camino. Otros siguen y sé, o intuyo, que seguirán
acompañándome siempre. Un ticket viejo de autobús, la entrada de un cine y una
servilleta arrugada en la que escribiste incipientes palabras de amor. Nuestro
primer viaje juntos, un folleto de una ruta turística y una postal con un
paisaje de ensueño.
Dejo el álbum en su sitio, con cuidado, sin que sobresalga,
manteniendo la simetría perfecta de mi colección de libros. Me levanto de un
salto y me abalanzo sobre el teclado del ordenador. Mis manos han cobrado vida
propia y la inspiración ha vuelto a mí. Casi sin pensar, las palabras van
saliendo una detrás de otra y encontrando su orden perfecto, formando frases
llenas de emoción. De pronto, oigo el chasquido característico de la cerradura,
que siempre se encalla. «Hay que llamar al cerrajero», pienso por enésima vez. Con
sobresalto me doy la vuelta y te adivino al fondo del pasillo. Oigo tus pasos
que se acercan. Te quedas junto a la puerta del salón, mirándome con esa mirada
tuya.
-
¿Has
vuelto? … ¡Has vuelto! –exclamo alborozada.
-
Cariño,
que la panadería está aquí al lado –responde agitando una barra recién horneada.
Su aroma delicioso llega hasta mí y me recuerda que todavía no he desayunado-.
Bueno, he tardado un poco más porque me he parado a tomar un café, mientras
leía el periódico.
Mis labios dibujan una gran sonrisa.
-
¿Qué
llevas ahí detrás? –pregunto señalando su brazo izquierdo que queda oculto tras
la puerta.
-
Adivínalo
–me reta guiñando un ojo.
Me incorporo despacio y, sin prisa, llego junto a él. Tiro
del brazo y aparece un ramo de flores.
-
Para
ti –me dice.
-
¿De
verdad? ¿Para mí?
-
A
ver, preciosa. Un día de estos me vas a volver loco. Ya me he dado cuenta de
que te estabas montando la película de turno. ¿No podías trabajar en una oficina
como todo el mundo en vez de ser escritora?
Yo no sé qué responder. Me quedo allí parada, con el ramo
entre mis manos, mirándole con los ojos entornados y una media sonrisa. Se
inclina hacia mí y me da un beso en la punta de la nariz.
-
Voy
a preparar el café. Porque no has desayunado, claro. Dame las flores que las
pongo en agua. Tú sigue escribiendo y te aviso.
Continuo donde lo dejé. La musa sigue junto a mí.
-
Pues
funciona ¿sabes? –grito para que me oiga desde la cocina, mientras sigo
escribiendo a toda velocidad-. Mis películas funcionan.
Unos
minutos después me llega el aroma evocador del café y el silbido de Fernando.
Mayo 2018