viernes, 22 de abril de 2016

¿AMISTAD ENTRE MUJERES Y HOMBRES?


-          Tú y yo somos la prueba de que la amistad entre un hombre y una mujer es posible –dijo mirándome a los ojos y alzando su vaso-. Y creo que eso merece un brindis.

-          ¡Brindo por eso! –exclamé haciendo chocar los vasos.

Sí, nuestra amistad merecía definitivamente un brindis, aunque fuera con zumo de naranjas recién exprimidas. Sonreí con cariño a mi viejo amigo. La edad no era la causa de que no brindáramos con alcohol. La noche anterior él había estado celebrando el cincuenta cumpleaños de un amigo, en ese mismo local, y la fiesta se había alargado hasta las tantas. Y yo había salido a cenar con otro viejo y querido amigo -y su mujer- y entre copas de vino y recuerdos, había llegado tarde al hotel. Además, eran las once de la mañana.
A Paolo y a Nino los conocí en un curso de inglés en la Universidad de Edimburgo hace muchos años.
-          ¿Cuántos? Espera que haga memoria… Yo tenía diecinueve y tú uno más, así que  dentro de unos meses, el próximo verano, hará… ¡treinta años! ¿Es posible? 

-          Treinta años, Belencita. Y aquí seguimos tú y yo, solteros los dos y disfrutando de nuestra amistad.

-          ¿Y tienes novia ahora?

-          Bueno. Sí, hay una chica…

-          ¿Edad?

-           Joven

-          ¿Cómo de joven? -pregunté riéndome.

-          Mucho más joven. Ya sabes que soy la encarnación de Peter Pan, así que no me quiere ninguna de mi edad- explicó entre risas- ¿Y tú?

Miré alrededor, admirando la preciosa decoración art decó. Estábamos sentados junto a un ventanal que daba a la Piazza Cavour.  
-          Bueno, ya sabes que las relaciones siempre me han dado un poco de pereza, o quizás de miedo, no sé. Pero estoy estupendamente.

-          Con Nino hubo algo –dijo poniendo cara de estar enterado de todo.

-          No, no hubo nada. Bueno, no pongas esa cara. Podría haberlo habido, sí. Pero no podía ser. Éramos muy jóvenes, él en Roma, yo en Madrid… ¿Sabes que hasta el año pasado nunca hablamos de eso? Vino a Madrid a una reunión y salimos a cenar, como habíamos hecho otras veces, pero esta vez, no sé por qué, hablamos. Y los dos reconocimos que sí, que algo había, pero no fue. Y mucho mejor así, porque seguramente por eso seguimos siendo amigos, tantos años después. Fin de la historia –dije llevándome el vaso a los labios, seca después de la parrafada-. Pero me gustó saber que no habían sido imaginaciones mías.

Recordé el día anterior. Había sucedido una cosa muy graciosa. Muy curiosa. Una de esas "casualidades" que nos persiguen. Por la mañana había ido a visitar una universidad a las afueras de Roma. Allí tenía que ver a un colega, con el que tengo ya una cierta amistad. Durante la comida, surgió en la conversación que era napolitano. Yo estaba convencida de que era de Roma, pero no, napolitano de pura cepa. Así que le conté que hace años, durante el famoso curso en Edimburgo, me había hecho amiga de tres italianos, pero con uno de ellos, que era de Nápoles, había perdido el contacto. Nino seguía en contacto con él, aunque sólo para felicitarse la Navidad y poco más. Bien, pues resultó que mi amigo Roberto… ¡era su tío!  Increíble pero cierto. Inmediatamente le llamamos, claro. Y entre risas recordamos aquel fin de semana en que Paolo, Nino y yo habíamos ido a verle. Al volver a Madrid rebusqué entre mis fotos y la encontré. Allí estábamos los cuatro, treinta años más jóvenes, en su terraza con vistas a la bahía de Nápoles. Cuando esa noche quedé con Nino y le conté la historia, no daba crédito. Volvimos a llamar a Roberto, claro.
Así que afirmo, la amistad entre hombres y mujeres es posible, por supuesto. Es cierto que a veces existe un interés romántico de una de las dos partes. Pero sólo de una... Bueno, rectifico; a veces de las dos pero por lo que sea, no tocaba... Y en muchos casos solamente al principio. Existen entonces dos posibilidades: o dejas de ver a esa persona porque te duele, o lo superas y eliges la amistad. Tengo más amigas que amigos, sí. Aunque pensándolo bien, tampoco muchas más. Tengo varios amigos que siempre han sido eso, amigos. Y por eso siguen siéndolo treinta años después, en Roma y en Madrid. Creo que con los ex resulta más difícil mantener después una amistad. Aunque cada historia es un mundo.
No sé si será que al acercarse el medio siglo, vamos tomando perspectiva. O que estos últimos días he comprobado cómo esos viejos amigos nos hemos unido, en una piña, en torno a un amigo que lo necesitaba. Ha sido como una avalancha de sentimientos. He comprobado que, aunque la vida es como un tren en el que tú vas siempre, y hay gente que va subiendo, y otros van bajando, algunos siempre han estado ahí, en ese tren contigo. No sé por qué pero estos últimos meses he mirado hacia atrás en varias ocasiones y, muchos de aquellas personas que conocí en el Madrid de los ochenta, que disfrutamos de aquellos años de la movida, de nuestra primera y brillante juventud, siguen a mi lado. Algunos incluso ensalzan la amistad en las redes, públicamente, sin pudor. Será que es viernes, que llueve, que vengo de tomar un café con uno de esos amigos al que hace tiempo que no veía, que una hoja en blanco me hipnotiza y me obliga a golpear el teclado para intentar dar voz a esa avalancha de estos días, será… ¡Brindo por vosotros! Por los de siempre.
Abril 2016
 

viernes, 8 de abril de 2016

LOS SECRETOS Y AQUELLA FIESTA DE LOS 80




Se detuvo en la entrada y observó con sorpresa el local, casi irreconocible. Estaba completamente transformado. La iluminación tenue disimulaba algunos desconchados en las paredes que parecían más blancas que de costumbre. En la del fondo, alguien había pegado fotos en las que asomaba rostros sonrientes de los amigos en diferentes situaciones: una excursión, en la universidad, un acto cultural, otras fiestas… y en todas ellas un protagonista: Javier, que ese día cumplía veintidós años. Guirnaldas de colores colgaban del techo. De fondo sonaba suavemente la música de Los Secretos.   

-          ¿Qué haces ahí parada, Blanca? – le preguntó uno de los pocos invitados que ya había llegado, acercándose con una sonrisa en su cara redonda y un cubata en la mano–. En aquella mesa están las bebidas. ¿Qué te pongo?

-          Hola Luis ¿Qué tal? Pues una coca-cola, gracias.

-          Pero le añadimos un poco de alegría ¿no? – dijo guiñando un ojo.

-          ¡Jaja! De momento una coca-cola está bien. A la siguiente le añadimos un poco de ron. ¿Ya estás bebiendo? – preguntó alzando un dedo acusador.

-          Venga, venga… ¡que es viernes!!

-          Coca-cola solita – y tras una pausa teatral añadió: De momento.
Se acercaron a la mesa donde se concentraban los primeros invitados rodeando al cumpleañero. - «¡Muchas felicidades, Javier!» – le dijo alargando la mano para entregarle su regalo.
Él abrió con cuidado el paquete, procurando no rasgar el precioso papel tipo florentino que ocultaba una agenda Moleskine.
-          Para que tomes notas de todos esos viajes maravillosos que deseas realizar.

Javier agradeció efusivamente el obsequio, mientras pasaba las páginas y le pedía una dedicatoria.  Y poco a poco fueron llegando todos. Francisco, que a sus veintitrés años seguía arrastrando asignaturas de 2º, 3º y 4º de Derecho; Manuel, con sus andares desgarbados y su pelo siempre desordenado; Carlos, el responsable del grupo; José Ignacio, el donjuán oficial; Juan Luis, que ya estaba trabajando en un despacho de abogados, aunque no sabía si duraría mucho porque cometía un error tras otro… Blanca observaba a sus amigos con cariño. Los había conocido un par de años antes en el bar de la facultad y desde entonces se veían todas las semanas. La habían adoptado como su «pastora». Así la llamaban porque era ella la que se preocupaba de mantenerlos unidos, especialmente las noches en que se pasaban con la bebida. Procuraba que no se metieran en demasiados líos y cuando alguno de ellos empezaba a tambalearse lo subía a su coche y lo llevaba a casa. Invariablemente, muchos sábados a última hora de la mañana recibía una llamada que se repetía: «Blanca ¿cómo llegué anoche a casa? ¡No me acuerdo de nada!». Y entre carcajadas, rememorando las mejores jugadas de la noche anterior, la respuesta era siempre la misma: «Pues te llevé yo, quién si no. Con la ayuda de.. -Fulanito o Menganito- porque no te tenías en pie». «Santa Blanca, nuestra pastora. ¿Qué sería de nosotros sin ti? Bueno ¿cuál es el plan para hoy?».
Al poco rato empezaron a llegar las chicas del grupo, que también las había, aunque en menor número. Alicia, que seguía teniendo en casa los problemas propios de una adolescencia que supuestamente ya había dejado atrás; Fernanda, la sexy estupenda; Mercedes, que hablaba poco pero reía mucho, y Marta, la mejor amiga de Blanca. Ellas cinco eran las fijas del grupo. Luego estaban las novias que iban y venían. La mayoría duraba poco tiempo, pero siempre era divertido ver caras nuevas y cotillear sobre el último ligue de José Ignacio.
-          Por cierto ¿sabes quién me ha preguntado por ti? – le susurró de pronto éste al oído.- Sí, sí, no me mires con cara de no haber roto un plato… Esta tarde me ha llamado Julio. Quería saber ibas a venir.

-          ¿Ah sí? ¿Y tú qué le has dicho? –dijo como no dándole importancia y procurando que no se notara que su corazón había empezada a latir a mil revoluciones.

-          Pues que venías, claro, y que no fuera tonto y viniera él también. Vaya, hablando del rey de Roma…- exclamó levantando los ojos hacia la entrada.
Ella se giró un poco, disimuladamente, y sí, allí estaba él, su historia imposible. Mis piernas tiemblan cuando entras en esta habitación. Mi voz se quiebra, te hablo y digo cosas sin ilación. Era una de esas personas carismáticas que tienen la facultad innata de llenar el espacio con su presencia. Blanca admiraba su aplomo y su seguridad, además de encontrarlo endiabladamente guapo. Una vez que se lo presentó a su hermana, sin embargo, no se lo pareció tanto. «Bueno, a mí me gustan más los rubios, ya sabes». Desde que lo había conocido casi dos años antes, ya no había tenido ojos para nadie más. Sobre un vidrio mojado escribí su nombre pensando en ella (o en él)… Una pena, porque Carlos y Juan Luis eran muy majos y ya le habían echado los tejos en varias ocasiones, pero nada que hacer.

Cuando estaba con él era de lo más contradictoria y se enfadaba consigo misma porque no actuaba con la coherencia y organización con que lo hacía siempre. Odiaba esta sensación de estar tan enganchada a alguien. Le hacía perder su libertad, su paz interior. Así que a menudo era borde con él, de manera inconsciente. En cambio otras veces, era encantadora y se creaban momentos mágicos. Déjame, no juegues más conmigo, esta vez en serio te lo digo, tuviste una oportunidad y la dejaste escapar. Porque claro, si ella se portaba así, también era porque él no se aclaraba.
Julio se acercó sonriendo, con un poco menos de su aplomo habitual, y le estampó dos besos en las mejillas.

-          Vaya, volvemos a encontrarnos ¡Qué casualidad!

-          Sí, qué casualidad –dijo, mientras José Ignacio desde atrás le guiñaba un ojo.

Cada vez que tú me miras he vuelto a nacer, cada vez que tú respiras me haces sentir bien… Los Secretos seguían sonando, con esa facilidad de meter el dedo en la llaga. ¿Cuál sonaba ahora?... Noche es de noche otra vez, y no te volveré a ver. Me miraste a los ojos y no supe qué decir, yo no tengo palabras para ti. Así se sentía ella, no sabía qué decir. Y parecía que él tampoco.
Se unieron al grupo, poco a poco se fueron relajando, y las risas y la complicidad volvieron a aparecer.
He roto todos mis poemas,
los de tristezas y de penas,
lo he pensado y hoy sin dudar vuelvo a tu lado.
Ayúdame y te habré ayudado,
que hoy he soñado en otra vida,
en otro mundo, pero a tu lado.
De pronto, en medio de la fiesta, se oyó la voz de Blanca, fuerte y clara: «¿Alguien puede cambiar de una vez la música, por favor???».
Desde el otro extremo de la habitación, Juan Luis exclamó: «¡Tus deseos son órdenes! ¿Qué quieres que ponga?». «No sé… ¿Alaska? ¿Cumpleaños feliz?»… Y Julio se quedó mirándola, fijamente, con sus ojos de gato.

                                                                                                          Abril 2016

sábado, 2 de abril de 2016

BILOCACIONES EN TEXAS




Tal día como hoy, hace 414 años, nació en Ágreda, un pueblo de la provincia de Soria, María Coronel Arana, que pasaría a la historia como Sor María Jesús de Ágreda. Oí hablar por primera vez de esta monja concepcionista hace ya muchos años, en la universidad, ya que fue consejera del rey Felipe IV. Se conservan cientos de cartas que el monarca y la religiosa intercambiaron a lo largo de varios años. Lo curioso del caso es que María nunca abandonó su localidad natal ni recibió una instrucción fuera de lo común y, aun así, se convirtió en su asesora, no sólo en cuestiones espirituales, sino también en cuestiones de estado. Felipe IV le consultaba sobre temas de política, a ella, a una mujer en apariencia sencilla. Y no termina aquí lo sorprendente de la vida de Sor María. Cuando los misioneros franciscanos llegaron a Texas y Nuevo México por primera vez, se encontraron con unos indios ya evangelizados. Los jumanos sabían responder a las preguntas que les hacían sobre la religión católica. Sorprendidos ante lo que en teoría era un primer contacto con misioneros, ellos respondían que una dama de azul ya les había instruido en la fe.   

            Casualmente ayer, la víspera de la fecha del nacimiento de Sor María, su nombre salió en una cena con amigas. Para mi sorpresa, ninguna de ellas había oído hablar nunca de ella. «¿Bilocaciones? ¿Qué es eso exactamente?». Así que les conté la historia. Por encima, claro, no quería ser pesada con los temas históricos que me apasionan en una noche de viernes entre amigas, pero no pude evitar empezar a hablar con emoción. «Pero sí conoceréis la novela de Javier Sierra sobre el tema ¿no?». Pues no, tampoco. Sonreí, me llevé la copa de rosado a los labios y me lancé. «Fray Alonso de Benavides, uno de los franciscanos que misionaba en la frontera norte, empezó a investigar sobre la dama de azul y las pistas le llevaron, a su regreso a España, hasta Ágreda. Allí se entrevistó con la monja y concluyó que ella era la dama azul de los jumanos. Sor María Jesús describió con detalle el territorio americano que Benavides había visitado. Algo imposible, puesto que ella nunca había estado allí. Decía que lo recordaba como si fueran sueños. Pero todo cuadraba. Debido a lo insólito del caso, fue incluso investigada por la Inquisición. Así que parece ser que Sor María pudo estar, a través de las bilocaciones, en América. Aunque, obviamente, no es un hecho frecuente, hay más casos de bilocaciones en la historia de la Iglesia. Destacan sobre todo fray Martín de Porres y el padre Pío de Pietrelcina, dos personajes extraordinarios, por los que siento gran admiración». Mis buenas amigas no me habían interrumpido y habían escuchado con atención. «Si queréis saber algo más de esta historia sin tener que recurrir a ensayos históricos o religiosos, os recomiendo que leáis La dama azul. Es una novela muy amena e interesante. A mí me encantó».

            Esta mañana, desayunando con mis padres y mi hermano, les he preguntado si conocían la historia de Sor María Jesús de Ágreda y sí, la conocían. Menos mal. Es más, mi hermano me ha mirado sorprendido y me ha dicho: «¿Por qué preguntas por ella? Precisamente mañana en mi programa de radio hablo de su historia». Vaya… ¿casualidades? Yo lo llamo más bien Providencia. Y lo más gracioso de todo ha sido cuando al cabo de un rato me llama insistentemente desde su habitación. Estaba mirando la pantalla de su teléfono. «¿Sabes de quién es hoy el cumpleaños?», me pregunta sonriendo. Me concentro, hago repaso a la familia más próxima… no… amigos… «No sé, me rindo ¿de quién?». Me muestra el móvil y responde: «El 2 de abril de 1602, o sea, un día como hoy hace 414 años, nació Sor María Jesús de Ágreda». Nos quedamos mirando sorprendidos. ¿Casualidad?… Y entre risas hemos exclamado a la vez: «¡Es la Providencia!».
2 abril 2016