-
Tú
y yo somos la prueba de que la amistad entre un hombre y una mujer es posible
–dijo mirándome a los ojos y alzando su vaso-. Y creo que eso merece un
brindis.
-
¡Brindo
por eso! –exclamé haciendo chocar los vasos.
Sí, nuestra amistad merecía definitivamente un brindis,
aunque fuera con zumo de naranjas recién exprimidas. Sonreí con cariño a mi
viejo amigo. La edad no era la causa de que no brindáramos con alcohol. La
noche anterior él había estado celebrando el cincuenta cumpleaños de un amigo,
en ese mismo local, y la fiesta se había alargado hasta las tantas. Y yo había
salido a cenar con otro viejo y querido amigo -y su mujer- y entre copas de
vino y recuerdos, había llegado tarde al hotel. Además, eran las once de la
mañana.
A Paolo y a Nino los conocí en un curso de inglés en la
Universidad de Edimburgo hace muchos años.
-
¿Cuántos?
Espera que haga memoria… Yo tenía diecinueve y tú uno más, así que dentro de unos meses, el próximo verano,
hará… ¡treinta años! ¿Es posible?
-
Treinta
años, Belencita. Y aquí seguimos tú y yo, solteros los dos y disfrutando de
nuestra amistad.
-
¿Y
tienes novia ahora?
-
Bueno.
Sí, hay una chica…
-
¿Edad?
-
Joven
-
¿Cómo
de joven? -pregunté riéndome.
-
Mucho
más joven. Ya sabes que soy la encarnación de Peter Pan, así que no me quiere
ninguna de mi edad- explicó entre risas- ¿Y tú?
Miré alrededor, admirando la preciosa decoración art decó. Estábamos sentados junto a un
ventanal que daba a la Piazza Cavour.
-
Bueno,
ya sabes que las relaciones siempre me han dado un poco de pereza, o quizás de
miedo, no sé. Pero estoy estupendamente.
-
Con
Nino hubo algo –dijo poniendo cara de estar enterado de todo.
-
No,
no hubo nada. Bueno, no pongas esa cara. Podría haberlo habido, sí. Pero no
podía ser. Éramos muy jóvenes, él en Roma, yo en Madrid… ¿Sabes que hasta el
año pasado nunca hablamos de eso? Vino a Madrid a una reunión y salimos a
cenar, como habíamos hecho otras veces, pero esta vez, no sé por qué, hablamos.
Y los dos reconocimos que sí, que algo había, pero no fue. Y mucho mejor así,
porque seguramente por eso seguimos siendo amigos, tantos años después. Fin de
la historia –dije llevándome el vaso a los labios, seca después de la
parrafada-. Pero me gustó saber que no habían sido imaginaciones mías.
Recordé el día anterior. Había sucedido una cosa muy
graciosa. Muy curiosa. Una de esas "casualidades" que nos persiguen. Por la
mañana había ido a visitar una universidad a las afueras de Roma. Allí tenía
que ver a un colega, con el que tengo ya una cierta amistad. Durante la comida,
surgió en la conversación que era napolitano. Yo estaba convencida de que era
de Roma, pero no, napolitano de pura cepa. Así que le conté que hace años,
durante el famoso curso en Edimburgo, me había hecho amiga de tres italianos, pero
con uno de ellos, que era de Nápoles, había perdido el contacto. Nino seguía
en contacto con él, aunque sólo para felicitarse la Navidad y poco más. Bien,
pues resultó que mi amigo Roberto… ¡era su tío! Increíble pero cierto. Inmediatamente le
llamamos, claro. Y entre risas recordamos aquel fin de semana en que Paolo,
Nino y yo habíamos ido a verle. Al volver a Madrid rebusqué entre mis fotos y
la encontré. Allí estábamos los cuatro, treinta años más jóvenes, en su terraza
con vistas a la bahía de Nápoles. Cuando esa noche quedé con Nino y le conté
la historia, no daba crédito. Volvimos a llamar a Roberto, claro.
Así que afirmo, la amistad entre hombres y mujeres es
posible, por supuesto. Es cierto que a veces existe un interés romántico de una
de las dos partes. Pero sólo de una... Bueno, rectifico; a veces de las dos pero por lo que sea, no tocaba... Y en muchos casos solamente al principio.
Existen entonces dos posibilidades: o dejas de ver a esa persona porque te
duele, o lo superas y eliges la amistad. Tengo más amigas que amigos, sí.
Aunque pensándolo bien, tampoco muchas más. Tengo varios amigos que siempre han
sido eso, amigos. Y por eso siguen siéndolo treinta años después, en Roma y en
Madrid. Creo que con los ex resulta más difícil mantener después una amistad.
Aunque cada historia es un mundo.
No sé si será que al acercarse el medio siglo, vamos tomando
perspectiva. O que estos últimos días he comprobado cómo esos viejos amigos nos
hemos unido, en una piña, en torno a un amigo que lo necesitaba. Ha sido como
una avalancha de sentimientos. He comprobado que, aunque la vida es como un
tren en el que tú vas siempre, y hay gente que va subiendo, y otros van
bajando, algunos siempre han estado ahí, en ese tren contigo. No sé por qué
pero estos últimos meses he mirado hacia atrás en varias ocasiones y, muchos de aquellas personas
que conocí en el Madrid de los ochenta, que disfrutamos de aquellos años de la
movida, de nuestra primera y brillante juventud, siguen a mi lado. Algunos
incluso ensalzan la amistad en las redes, públicamente, sin pudor. Será que es
viernes, que llueve, que vengo de tomar un café con uno de esos amigos al que hace tiempo que no veía, que una hoja en blanco me hipnotiza y me obliga a golpear
el teclado para intentar dar voz a esa avalancha de estos días, será… ¡Brindo
por vosotros! Por los de siempre.
Abril 2016