Dido y Eneas, Dante y Beatriz,
Romeo y Julieta… ¿Qué tienen en común? Ni más ni menos simbolizan en la
historia de la literatura los amores imposibles. Relatos que beben de fuentes
reales de la vida, de la Historia… ¿Qué tienen estas historias que atraen la
atención del público, ya desde tiempos tan lejanos y brillantes como el
clasicismo griego?
Allá por el siglo V antes de
Cristo, Sófocles, el máximo representante de la tragedia griega, relató la vida
desgraciada de Edipo, que llegaría a ser rey de Tebas y, en su ignorancia,
casarse con su verdadera madre, Yocasta. Caprichos del destino o, lo que es lo
mismo, deseos de dioses caprichosos que, en la concepción griega del mundo,
manejaban a los hombres a su antojo, como si fueran marionetas. Asesinatos, incestos, suicidios… Un cóctel explosivo que el gran autor agitó,
mezcló y vio la luz en forma de la aplaudida Edipo Rey.
Cuatro siglos más tarde, Virgilio
en su Eneida relató los amores
trágicos entre el héroe Eneas y la reina Dido. Aunque parece ser que en su
lecho de muerte el autor pidió la destrucción del manuscrito, afortunadamente
su deseo no se cumplió, y hasta hoy muchos lectores han podido disfrutar del
sufrimiento supremo que lleva a la desgraciada reina al suicidio, como única
salida al abandono del amado, que se había debatido entre el amor y el deber. Y
venció el deber, porque para eso era un héroe. Un héroe que, ni más ni menos,
procedía de la mítica Troya, donde siglos antes se había desencadenado una
guerra relatada en la que se considera primera obra literaria plenamente
occidental. Hablamos, claro, de la Ilíada
de Homero, de aqueos y troyanos, de Aquiles y Héctor, de Paris y Helena.
Regresamos a Roma, a esos años
previos al imperio. Podemos recordar los amores complicados entre Cleopatra y
César. La misma reina protagonizó también otra historia, digamos, turbulenta
con Marco Antonio. Pero estas fueron reales, no se trataba en esta ocasión de
relatos salidos de la mente de un autor y tuvieron consecuencias en la historia
de Roma y, por tanto, de Occidente, justo antes de los inicios del Imperio
Romano. Por supuesto, estas historias despertaron el interés de los mortales y,
en tiempos tan recientes como el siglo pasado, su historia se divulgó a través
de la gran pantalla e, incluso, en forma de cómic con Astérix y Obélix robando el protagonismo a los
personajes históricos.
Siguiendo con los episodios que
mezclan historia y ficción, es obligado recordar a Dante y Beatriz. Otro gran
autor, de fama universal a través de los tiempos, protagonista real de un amor
platónico hacia su musa Beatriz -a la que parece ser tan sólo vio en dos
ocasiones en su vida-, a quien inmortalizó como su guía a través del Paraíso en
La Divina Comedia. Esta obra bebe directamente
de la Eneida, pues Virgilio se
convierte en el salvador y guía de Dante en su descenso al Infierno
–casualmente poblado de protagonistas de historias imposibles-. Y previamente, Virgilio
se había inspirado para su obra en la Ilíada.
Así quedan ligados para la eternidad Homero, Virgilio y Dante.
Shakespeare, en el siglo XVI,
inmortalizó a los máximos exponentes del amor imposible, Romeo y Julieta. Ya en
el siglo XIX, Jane Austen escribió Sentido
y Sensibilidad, pero en esta ocasión sus particulares Romeos y Julietas
protagonizaron –¡por una vez!- un final feliz. El que parecía amor imposible
entre Elinor Dashwood y Edward Ferrars, después de muchos malentendidos y
sinsabores, está destinado al encuentro. Del mismo modo, su hermana Marianne,
que representa la pasión frente a la razón, tras verse obligada a renunciar a
su amor apasionado por el interesado Willoughby, encuentra la felicidad, basada
en la razón esta vez, en brazos del entregado Coronel Brandon. Encuentra la
felicidad, y eso que había estado a punto de dejarse morir. Con moraleja y
realismo, el juicio sale victorioso sobre el sentimentalismo. Porque morir de
amor no vale la pena, te pierdes todo lo bueno que viene después. Demasiado
trágico. Eso queda para los griegos, los de antes.
Con la llegada del siglo XX, ya
anclada la razón y la ciencia en nuestras vidas, el cine se hace eco de otras
historias imposibles, que siguen siendo reclamadas por una sociedad teóricamente
racional… a pesar de todo. ¿Quién no se ha emocionado con esa bella historia
imposible entre Rick e Ilsa en Casablanca?
Otra vez vence la razón y también el deber, como ya le sucedió a Eneas. Pero
esta vez no hay suicidio. No sólo el héroe asume su deber, también ella, la
musa de esta historia. Y así quedan para la posteridad frases como “siempre nos quedará París” y esa escena
memorable en blanco y negro, en un pequeño aeropuerto del norte de África.
Entre la bruma se aleja el avión que se lleva para siempre a la heroína,
mientras el héroe dice aquello de: “Presiento
que este es el inicio de una gran amistad”, refiriéndose no a ella, claro,
sino al amigo, al poli.
¿Y qué decir de esa escena final
de Los puentes de Madison? El semáforo en rojo, la mano de ella agarrada
al tirador de la puerta del coche, dudando entre el deber y la pasión. Segundos que se convierten en larguísimos
minutos… El semáforo cambia a verde, el coche inicia lento su marcha,
alejándolos para siempre… o no tanto, pues ambos guardarán sus recuerdos que
años después descubrirán, atónitos, sus hijos. Los de ella, porque él nunca los
tuvo.
Y hasta la ciencia ficción
representada por la saga de La Guerra de
las Galaxias nos deja otra historia imposible, la de Padmé Amidala -¡otra
reina!- y el caballero jedi Anakin Skywalker, que pasará a la historia del cine
como uno de los mayores villanos, el tenebroso Darth Vader. Un malo, malísimo
que se dejará seducir por el lado oscuro, o sea, por el poder. Pero al final
será redimido y en el último momento, justo antes de morir, recuperará la razón
que había perdido de joven. Y velará por su hijo desde el Olimpo de los viejos
caballeros jedi, guardianes del honor. Ese honor casi medieval inserto en un
mundo de supernaves interestelares.
La literatura y el cine son
reflejos de las sociedades y sus valores. La historia de Occidente comienza
hace cuarenta siglos y la recoge el Génesis empezando desde el principio,
cuando Dios crea al hombre, y lo crea a su imagen y semejanza. La revolución
teológica judía que dignifica al ser humano cuando ese Dios único crea al
hombre a su imagen y semejanza. Y todo lo que creó era bueno, relata el
Génesis. Y surge, en medio del mundo oriental, el concepto de libertad que se
aleja de esos dioses sanguinarios que predominaban hasta entonces. El judaísmo antiguo
nos habla de las alianzas entre Yahvé y el hombre y asienta el concepto
occidental de la divinidad, la mentalidad histórica y la trascendencia humana.
Los autores griegos también hablan
de libertad, de honor, de belleza. Occidente se va conformando, partiendo del
Mediterráneo oriental. Y Grecia se va apartando de las supersticiones y aporta
la filosofía y la democracia. Y llegamos a Roma, donde predominan valores como
la patria, la familia, el honor y la valentía. Y a través de las vías romanas
se extenderán el Derecho y la cultura. Coincidiendo con los primeros años del
imperio, nace Jesús en Belén de Judá y con él una religión con vocación
universal que, partiendo de los valores judíos, centrará su mensaje en el perdón
y el amor. Con la caída del Imperio Romano, tras una fuerte crisis de valores,
Occidente renacerá en torno a los monasterios. La sociedad medieval,
teocéntrica, ensalzará el honor, la fidelidad y el amor que cantan los juglares
de plaza en plaza, de castillo en castillo.
1492 es el año del descubrimiento
de un nuevo mundo, del fin de la Reconquista, de la publicación de la gramática
de Nebrija y de la expulsión de los judíos de España. De esa Sefarad que los
expulsos recordarán con nostalgia a través de los siglos y que mucho más tarde,
en la década de los años 40 del siglo XX, servirá para que muchos de ellos
logren salvar la vida. En medio de lo que parecía el fracaso de la civilización
occidental, en medio de los horrores del nazismo, prevalecieron los valores
universales gracias a la actuación de algunos diplomáticos españoles que, en
pos de la libertad y de la dignidad humana, fabricaron salvoconductos para los
sefarditas –y los no sefarditas-. Ángel Sanz Briz, el ángel de Budapest, fue
uno de ellos, o Eduardo Propper de Callejón, o José de Rojas, o Sebastián
Romero y el italiano Perlasca, entre otros muchos.
Pero regresemos a nuestro repaso
cronológico. 1492 marca el inicio de la Edad Moderna. Es la era del
antropocentrismo, donde Maquiavelo y Erasmo de Rotterdam representan dos mundos
enfrentados. Y qué decir de los descubrimientos geográficos, de esos hombres a
los que algo empujaba hacia lo desconocido. Es también la era de la razón y la
ciencia que desembocará en el siglo XVIII en la declaración de los derechos del
hombre, en las ideas ilustradas de la independencia americana y, una vez más,
en la libertad. El siglo XIX, con el Romanticismo, ensalzará los nacionalismos
y el amor, con grandes ejemplos en la literatura europea. Los poemas de Bécquer
y la novela histórica reflejan estos sentimientos, a veces sentimentalismo. ¿Quién no se ha sentido en su
juventud un mosquetero de D’Artagnan o se ha emocionado imaginándose en la proa
de un barco con cien cañones por banda? El viento agita las velas, el agua
salpica nuestro rostro, el sol guía el camino hacia la libertad.
Y llegamos a la sociedad moderna,
a la crisis del liberalismo, a la crisis y recuperación de una Europa asolada
por las dos guerras mundiales. Y una nueva crisis de pensamiento marcada por la
bomba atómica y la Shoá. Es un momento de traición a nuestro humanismo, al que
Occidente es capaz de sobreponerse. ¿Y
hoy? El relativismo invade el pensamiento occidental, el buenismo se hace presente
y Occidente es vulnerable, por la negación de sus raíces judeocristianas, al terrorismo
internacional, al fundamentalismo y a la Yihad.
Así hemos hecho un repaso de
Occidente desde sus orígenes. Todo empezó en el Mediterráneo oriental y se fue
trasladando al Mediterráneo occidental. Con la irrupción del Islam en la
Historia se estableció una línea que dividió el Mediterráneo entre norte y sur.
Luego Occidente saltó el Atlántico, de Europa a América… y al mundo.
Y enlazando con el inicio de este
artículo, volvemos a esas historias imposibles, reflejo de nuestros valores a
lo largo de la Historia. Así, hay historias imposibles que dejan una puerta
abierta en su última escena. Entre la niebla, otra vez, Escarlata pierde a
Rhett. Se aleja, se ha ido, ya no lo puede ver… pero después de todo, mañana
será otro día. Y sonríe. Y a esto nos agarramos, en la vida real. Hagan un
repaso a sus historias imposibles, o al menos, a una historia imposible. Que
siempre la hay. Yo recuerdo al menos un par de ellas. Aquí siempre ha sido
determinante el factor tiempo… o sea, el destiempo. Hay quien siempre llega
tarde, así que cuando por fin llega, ya no puede ser… Pero quizás haya un
Coronel Brandon esperando, y no le importará que lleguemos tarde. Por una vez.
Después de todo, “¡mañana será otro
día!”. Y sonreímos. Pues eso.
Agosto 2014