sábado, 20 de octubre de 2018

POR UNA MIRADA, UN MUNDO



Es una preciosa mañana de primavera. El sol brilla y sonrío feliz. Me asomo a la ventana. La verdad es que es otoño y el cielo se ha nublado, aunque distingo un rayo de sol que intenta abrirse paso entre las nubes. Da igual. Para mí ese rayo inunda de luz radiante esta mañana que hasta hace un rato era gris. Los pájaros cantan y revolotean entusiasmados. Bueno, quizás ese sonido sea más bien un trueno que retumba a lo lejos. Da igual. Me llega como un canto exquisito, como una sinfonía maravillosa. Me invade el deseo de unirme a esa melodía y de abrazar. Lleno mis pulmones del aire fresco de la mañana y extiendo mis brazos, queriendo recoger en un gran abrazo a todo el que quiera ser abrazado. Y doy vueltas por la habitación, con los brazos extendidos, cantando lo primero que se me pasa por la cabeza. Me paro, cierro los ojos y me vienen a la mente esas palabras del poeta:

Hoy los cielos y la tierra me sonríen.

Hoy llega al fondo de mi alma el sol.

Hoy la he visto… La he visto y me ha mirado.

¡Hoy creo en Dios!


Y es en este momento cuando, por fin, entiendo lo que quiso decir Bécquer.

Abro los ojos. Diría que lentamente, que quedaría muy poético, pero no puede ser porque por muy despacio que los abras tardas un segundo más que en abrirlos deprisa ¿no? El caso es que tengo los ojos abiertos. Me subo a la silla y estiro el brazo, al último estante. Mis dedos se deslizan con rapidez por los lomos de los libros del último estante, esos llenos de polvo a los que nunca llega el trapo el día que toca limpieza. Y allí está, con su escueto lomo negro sobre el que resaltan unas palabras en blanco. Tiro de él y con avidez me voy al índice. Setenta y seis rimas. No la encuentro. Y todavía subida a la silla, vuelvo al principio y voy leyendo pausadamente los títulos. ¡Y la encuentro! Leo las frases que escribió el poeta, demasiado deprisa. Me bajo de la silla y allí, en pie, en el centro de mi habitación, vuelvo a leer, ahora en voz alta, muy despacio, esas frases sencillas y magníficas. Miro por la ventana y sigo viendo el sol de esta mañana radiante de primavera, aunque ha empezado a llover.

-          ¡Ahora te entiendo! –le digo al libro-. A ver, que te había entendido cuando lo leí en el cole, pero… ¿cómo explicarlo? No es que lo entienda, es que sé. Sé con certeza lo que sentías.

Y vencida por la emoción, con el libro entre las manos, me siento en el suelo.


Por una mirada, un mundo;

Por una sonrisa, un cielo…


Tan sencillo y tan profundo a la vez. Me invade una gran paz. He encontrado las palabras que reflejan lo que quería expresar y no encontraba cómo. Las palabras que alguien escribió hace… ¿cuánto? Unos ciento cincuenta años… ¿Se habría imaginado el poeta que tantos años después le seguiríamos leyendo?

Y tú no lo sabrás. De ningún modo lo imaginarías. Pero a mí me vale. Me lo guardo para mí y quizás algún día, quién sabe, quizás algún día mi pupila se clave en tu pupila y tú también lo entiendas. Y lo sepas.



Octubre 2018