viernes, 21 de octubre de 2016

LA BOLA DE CRISTAL


-          No sabría qué decirte… -responde bajando la mirada y rascándose la cabeza, como en las películas.

-          Bueno, algo se te ocurrirá –dice ella. No piensa terminar aquí la conversación cuando, por fin, veinte años después, se ha atrevido a hacerle la pregunta.

-          Pues… supongo que no era el momento, o quizás no surgió la oportunidad –. Reflexiona unos instantes-. Claro que en esa época nos veíamos bastante ¿no?

-          Yo diría que al menos cada dos fines de semana. Ya hace mucho tiempo, pero sí, quedábamos habitualmente.

Él rasga el sobre de azúcar, con su parsimonia habitual, y con la cucharilla comienza a dar vueltas al café.

-          ¡Es que menuda preguntita! –se ríe.

-          Sí, ya sé que te ha cogido por sorpresa. Te aseguro que no ha sido premeditado, pero no sé. Nos hemos puesto a contar batallitas del pasado y de repente he recordado que nunca supe por qué… Y además has sido tú el que ha empezado a hacer arqueología –le dice apuntándole con su cucharilla.

La preguntita había sido muy breve: «¿Por qué ella y no yo?».

Luis y Sara se habían conocido veintitantos años antes a través de amigos comunes, en la época de la universidad. Desde el primer momento congeniaron. El grupo quedaba muchos fines de semana y, a los pocos meses, ellos empezaron a salir también por su cuenta. Salir en el sentido literal. Iban al cine, a una exposición, a la presentación de un libro… Tenían muchas aficiones en común que superaban la salida de copas del sábado del resto del grupo. Ella siempre creyó que su relación de amistad iría a algo más. Hubo varias ocasiones en que parecía que Luis se iba decidir por fin, pero no fue así.

Recordaba aquel día de principios de verano que él la invitó a cenar. Hacía unos días había sido su cumpleaños, así que Sara le llevó un regalo. Él lo recibió con un gran abrazo, del que se desprendió bruscamente a la vez que soltaba a bocajarro:

-          El mes que viene me marcho a Australia. A hacer un Master… Dos años.

-          ¿Dos años? –repitió ella, como sin entender.

Entonces él empezó a hablar rápidamente, explicando detalles del Master que Sara oía sin asimilar. Hasta que le interrumpió.

-          ¿Desde cuándo lo sabes?

-          Desde hace varios meses… un año quizás. Cuando te conocí, más o menos.




-          ¿Ves? Ahí es cuando tú me tenías que haber dicho: «Te esperaré» -dice señalándola con la cucharilla  acusadora.

-          ¿Qué yo te tenía que haber dicho qué? –pregunta ella un tanto indignada.

-          Claro. Es lo que yo esperaba.

-          ¿Me tomas el pelo?

-          No, te lo digo muy seriamente.

Ella se le queda mirando y apoya un codo sobre la mesa. Su cucharilla sale disparada sin que ninguno de los dos se dé cuenta.

-          ¿Y por qué no me lo pediste?

-          ¿El qué?

-          Que te esperara.

-          No me atreví.

-          Ya… Y yo ese día me dejé en casa la bola de cristal.

Misterio resuelto. Veintitantos años después.

-          Y esos dos años estuvimos en contacto. Nos escribimos.

-          Recuerdo que incluso alguna vez me llamaste por teléfono –sonríe Sara -. Y cuando por fin regresaste tú salías con alguien y yo también.

-          Exacto. Fin de la historia.

-          Sí, fin de la historia. Luego te casaste y yo fui a tu boda. En la que me lo pasé muy bien, por cierto.

-          Ya, ligaste con mi primo el guapo.

-          ¡Jaja!!… ¡Es verdad!

-          Pero seguimos siendo amigos.

-          Efectivamente. El tiempo pasa y seguimos siendo amigos.

Luis hace una seña al camarero para pagar los cafés.

-          ¿Nos vamos ya? Va a empezar la conferencia en diez minutos.

Sara se levanta y él la ayuda a ponerse el abrigo. Siempre fue muy caballero. Ella se coge de su brazo y le mira con cariño.

-          Te han salido canas.

-          Vete a la porra –dice él soltando una gran carcajada.



            Octubre 2016


sábado, 1 de octubre de 2016

LA PRINCESA ¿AZUL?


Con gran sorpresa compruebo que mi última entrada en el blog, que titulé El príncipe azul, es la que ha tenido más lecturas. Si el contador no engaña, supera con mucho, concretamente triplica, la entrada anterior que había sido a su vez una de las más vistas. Y como digo me sorprende. Muy gratamente, claro. Aprovecho para agradecer a mis lectores su apoyo. Si algo he aprendido en estos meses desde que inicié el blog, es que el título debe ser provocador para que nos animemos a leerlo. Estamos bombardeados de información y la mayoría de nosotros pasamos el día corriendo de un lado para otro, sin tiempo para nada. Lo más curioso es que El príncipe azul se me ocurrió en cosa de minutos, mientras caminaba una tarde hace unos días, intentando ser fiel a mi propósito de practicar un poco de ejercicio al menos tres o cuatro veces a la semana. Así que me calcé las zapatillas y eché a andar, sin imaginarme que a los pocos pasos mi cabeza empezaría a darle vueltas a unas palabras y éstas se convertirían en una nueva entrada.

Cuando regresé a casa, me abalancé al ordenador para escribir aquellas frases deshilachadas que me habían acompañado durante mi paseo. Cuando terminé, le di unas cuantas vueltas al título. ¿Quizás lo de príncipe azul sonara un poco cursi? Da igual, al final me decidí por ese título y, por lo que parece, con acierto. Lo cual me hace pensar que al final todos somos unos románticos –un poco al menos-, aunque no siempre lo reconozcamos. Si no, ¿cómo es posible que una frase tan repetida sea la causante de que se triplique el número habitual de visitas?

Y todo esto me lleva a otra reflexión… ¿habrá princesas azules? ¿O habría que decir rosas? El caso es que creo que no existe ese término. Pero dado que muchos de mis lectores han sido hombres, me pregunto si también ellos tienen un modelo de princesa azul. Como mi mente es femenina, me decido a preguntar sin pudor a los hombres que me rodean.

-          Hola ¿qué tal? Verás, quizás te suene raro pero querría preguntarte si existen las princesas azules. Quiero decir, igual que hay príncipes azules, ¿vosotros tenéis princesas azules? -¿o rosas?-. Miro a mi interlocutor con curiosidad, a la vez que abro mi Moleskine bolígrafo en mano. Él me mira y carraspea.

-          ¿Princesas azules? ¿A qué te refieres exactamente?

Yo le miro abriendo mucho los ojos, con expresión inocente.

-          Pues eso, princesas azules. O a lo mejor las llamáis de otra manera, no sé. A ver, quiero decir, igual que se dice que una chica espera a su príncipe azul, ¿a vosotros también os pasa?

Mi amigo me mira raro y no responde, así que amplío la explicación.

-          Por ejemplo, hay chicas que te dirían que su príncipe azul es rubio, atractivo, generoso, divertido e inteligente. Otra te puede decir que para ella su príncipe azul es un hombre moreno, osado, valiente y protector. U otra te podría decir que para ella su príncipe es un hombre culto, intelectual y que le haga reír. Y para algunas pues sería un hombre que dedica su vida a los demás trabajando en una ONG, por ejemplo. ¿Me explico?- pregunto volviendo a abrir mucho los ojos y con la mano ya nerviosa sobre el papel del cuaderno.

-          Ya… ¿tú quieres decir si tenemos estereotipos? ¿Si tenemos condiciones predeterminadas sobre cómo debe ser la chica de nuestros sueños?

-          ¡La chica de nuestros sueños! – exclamo embelesada escribiendo con entusiasmo.- Claro, chica de nuestros sueños sería el equivalente a príncipe azul ¿verdad?

Me mira un tanto desconcertado, intentando salvar su ego masculino.

-          Bueno, equivalente, equivalente… no es exactamente lo mismo. Nosotros no somos tan románticos como vosotras, ni tenemos tantos pajaritos en la cabeza.

-          Sí, puede que tengas razón –admito-. A veces más que románticos sois pesadísimos y cuando una chica os gusta no aceptáis un no por respuesta. Y eso no es nada romántico. Pero a ver –me apresuro a añadir antes de que proteste-, ¿cómo es la chica de tus sueños?

-          Bueno, no te sabría decir…

-          Por favor, por favor… venga, que nos conocemos de toda la vida y no lo sé.

-          No irás a escribir esto en tu blog ¿verdad? –dice mirándome con desconfianza-. ¿Por qué estás tomando notas?

-          Hombre, digamos que quizás me sirvas de inspiración, pero por supuesto nadie sabrá que eres tú. De verdad, por favor, por favor….. Se trata sólo de una inocente encuesta.

Él calla unos instantes, reflexiona, mira al infinito, vuelve a mirarme a mí y se ríe. Abre la boca para inmediatamente volver a cerrarla. Me giro y averiguo el motivo. Acaba de llegar su novia, a quien saludo afectuosamente a la vez que me apresuro a cerrar el cuaderno negro. Mi encuesta deberá esperar.

Y la paciencia encuentra su recompensa. Pocos días después cené con unos amigos. Con premeditación y alevosía metí la Moleskine en el bolso. Cuando me había asegurado de que las copas de vino se habían rellenado, disparé mi pregunta. Los tres se miraron entre ellos y Juan preguntó tímidamente:

-          ¿Te refieres a la canción de Sabina? Hay una que habla de princesas ¿no?

-          No, no. Esa canción no va por ahí. Tú te refieres a la mujer ideal ¿verdad? –dice Alfonso.

-          Sí, sí, exactamente –afirmo moviendo la cabeza con entusiasmo.

-          Bueno, eso del príncipe azul es de cuento. A lo mejor al hombre no le hace falta el concepto de mujer ideal.

-          Cuando hablas de princesas, fundamentalmente estás pensando en la belleza –interviene Lucas.

-          O sea, que para vosotros lo importante es el físico. ¿Es eso?

-          No exactamente. Yo diría que cuando encuentras a la princesa lo primero que te atrae es su forma de ser, aunque inconscientemente te sientes atraído por lo físico –afirma Alfonso, el intelectual del grupo.

-          Tengo un amigo para quien el olfato es fundamental. Es verdad que el olor juega un papel importante, aunque eso suena un tanto primitivo.

-          Eso suena a pensamiento de macho alfa al cubo –dice Juan entre risas a las que nos unimos los demás. Bien, de la timidez pasamos a la diversión. Vamos por buen camino.

-          La química es importante –concede mi amigo intelectual- pero yo diría que hablamos del alma gemela. –Me apresuro a escribir alma gemela como nuevo concepto de la conversación-. Se trata de la proyección de un ideal.

Juan niega con la cabeza.

-          Eso no me lo creo. De ahí vienen los desencantos.

-          Cuando encuentras una personalidad que te encandila, a partir de ahí se construye la princesa –insiste Alfonso-. Lo físico, lo estético no deja de ser complementario.

Durante unos segundos se hace el silencio, momentos que aprovecho para seguir tomando notas a toda velocidad. Lucas interviene:

-          El concepto cambia con la edad. Probablemente si preguntas a un chico de veinticinco años te diga que es más físico. Nuestra visión la da los cuarenta, diría yo.

-          ¿Habéis visto la película Del rosa al amarillo? –pregunta Alfonso-. Lo explica todo muy claramente-. El desastre, el sufrimiento, el horror… -Le miro con cara de no entender-. El ideal del amor termina a menudo en sufrimiento. Las mujeres son como flores que exhiben su belleza y te van atrayendo… atrapando.

-          Pero no siempre es así –intervengo yo-. Se supone que el amor es bonito.

-          Tengo dos amigas que por separado y en distintos momentos me contaron que salían con un chico que no era su príncipe azul –cuenta Lucas-. Ellos estaban enamorados pero ellas estaban frustradas porque no respondían a su idea de príncipe azul y les trataban mal. Estaban con ellos porque hay gente que no sabe estar sola.

-          Si os dais cuenta, en el subconsciente colectivo está el príncipe azul: caballeroso, educado, valiente, protector… -enumera Juan- pero ese mito no existe al revés. En el caso del hombre es más personalizado, ¿no os parece?

Creo que esta aportación es interesante. En esos cuentos que leímos todos en la infancia siempre había príncipes azules que protegían a sus princesas. Hay quien pasa la vida esperando su llegada y nunca llega porque, efectivamente, es un mito. Simplemente, no existe. Sigo escribiendo. Lucas se ríe y dice:

-          Tengo amigos que dicen que tienen «amores de metro», que ves a una chica que te gusta mucho, unos momentos, y no la vuelves a ver.

-          ¿Y no te vale la pena volver a verla? ¿No haces nada?

-          No, porque cuando ya has besado a muchas ranitas, como tú dices, ya no vale la pena. Quizás en esos momentos construyas tu propio mito de la princesa azul, pero dura poco, se desvanece.

Este comentario de Alfonso me lleva a recordar ese poema maravilloso de Baudelaire, en el que se enamora de una visión fugaz. Al día siguiente, paseando por las calles de Zamora, nos encontramos de frente con el muro de una vieja casa derruida que exhibe en todo su esplendor otro maravilloso poema, esta vez de Lope de Vega:

                «Creer que un cielo en un infierno cabe,
                Dar la vida y el alma a un desengaño,
                Esto es amor, quien lo probó lo sabe».

Realmente no era mi intención que la conversación terminara hablando de amores imposibles. ¡Lo prometo! ¿Será que me persiguen?… Para quitarnos el sabor agridulce, y dado que es la hora del aperitivo, decidimos entrar en una pequeña taberna. Llenamos una vez más nuestras copas y brindamos… ¿por los príncipes y princesas? ¡No! ¡Por nosotros y por mis gentiles lectores!


Septiembre 2016