-
No
sabría qué decirte… -responde bajando la mirada y rascándose la cabeza, como en
las películas.
-
Bueno,
algo se te ocurrirá –dice ella. No piensa terminar aquí la conversación cuando,
por fin, veinte años después, se ha atrevido a hacerle la pregunta.
-
Pues…
supongo que no era el momento, o quizás no surgió la oportunidad –. Reflexiona unos
instantes-. Claro que en esa época nos veíamos bastante ¿no?
-
Yo
diría que al menos cada dos fines de semana. Ya hace mucho tiempo, pero sí,
quedábamos habitualmente.
Él rasga el sobre de azúcar, con su parsimonia habitual, y
con la cucharilla comienza a dar vueltas al café.
-
¡Es
que menuda preguntita! –se ríe.
-
Sí,
ya sé que te ha cogido por sorpresa. Te aseguro que no ha sido premeditado,
pero no sé. Nos hemos puesto a contar batallitas del pasado y de repente he
recordado que nunca supe por qué… Y además has sido tú el que ha empezado a hacer
arqueología –le dice apuntándole con su cucharilla.
La preguntita había sido muy breve: «¿Por qué ella y no yo?».
Luis y Sara se habían conocido veintitantos años antes a
través de amigos comunes, en la época de la universidad. Desde el primer
momento congeniaron. El grupo quedaba muchos fines de semana y, a los pocos
meses, ellos empezaron a salir también por su cuenta. Salir en el sentido
literal. Iban al cine, a una exposición, a la presentación de un libro… Tenían
muchas aficiones en común que superaban la salida de copas del sábado del resto
del grupo. Ella siempre creyó que su relación de amistad iría a algo más. Hubo
varias ocasiones en que parecía que Luis se iba decidir por fin, pero no fue
así.
Recordaba aquel día de principios de verano que él la invitó
a cenar. Hacía unos días había sido su cumpleaños, así que Sara le llevó un
regalo. Él lo recibió con un gran abrazo, del que se desprendió bruscamente a
la vez que soltaba a bocajarro:
-
El
mes que viene me marcho a Australia. A hacer un Master… Dos años.
-
¿Dos
años? –repitió ella, como sin entender.
Entonces él empezó a hablar rápidamente, explicando detalles
del Master que Sara oía sin asimilar. Hasta que le interrumpió.
-
¿Desde
cuándo lo sabes?
-
Desde
hace varios meses… un año quizás. Cuando te conocí, más o menos.
-
¿Ves?
Ahí es cuando tú me tenías que haber dicho: «Te esperaré» -dice señalándola con la
cucharilla acusadora.
-
¿Qué
yo te tenía que haber dicho qué? –pregunta ella un tanto indignada.
-
Claro.
Es lo que yo esperaba.
-
¿Me
tomas el pelo?
-
No,
te lo digo muy seriamente.
Ella se le queda mirando y apoya un codo sobre la mesa. Su
cucharilla sale disparada sin que ninguno de los dos se dé cuenta.
-
¿Y
por qué no me lo pediste?
-
¿El
qué?
-
Que
te esperara.
-
No
me atreví.
-
Ya…
Y yo ese día me dejé en casa la bola de cristal.
Misterio resuelto. Veintitantos años después.
-
Y
esos dos años estuvimos en contacto. Nos escribimos.
-
Recuerdo
que incluso alguna vez me llamaste por teléfono –sonríe Sara -. Y cuando por
fin regresaste tú salías con alguien y yo también.
-
Exacto.
Fin de la historia.
-
Sí,
fin de la historia. Luego te casaste y yo fui a tu boda. En la que me lo pasé
muy bien, por cierto.
-
Ya,
ligaste con mi primo el guapo.
-
¡Jaja!!…
¡Es verdad!
-
Pero
seguimos siendo amigos.
-
Efectivamente.
El tiempo pasa y seguimos siendo amigos.
Luis hace una seña al camarero para pagar los cafés.
-
¿Nos
vamos ya? Va a empezar la conferencia en diez minutos.
Sara se levanta y él la ayuda a ponerse el abrigo. Siempre fue
muy caballero. Ella se coge de su brazo y le mira con cariño.
-
Te
han salido canas.
-
Vete
a la porra –dice él soltando una gran carcajada.
Octubre 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario