José alzó la mirada al cielo,
preocupado. La noche se acercaba y ya brillaban las primeras estrellas. Había
una que brillaba con más intensidad, una estrella desconocida. Era extraño.
Parecía como si llevara todo el día persiguiéndolos. O quizás guiándolos. Movió
la cabeza como queriendo apartar esa idea absurda de su cabeza. Y siguió
caminando, a la vez que tiraba con suavidad de la mula. Se giró un momento y su
mirada acarició el rostro dulce de María. No se había quejado ni una sola vez. Él
sonrió, intentando disimular su preocupación. Sabía que el momento se acercaba.
Había perdido la cuenta de las puertas a las que había llamado pidiendo cobijo
para esa noche. Pero ninguna se había abierto para acogerles.
De pronto, la estrella extraña se
hizo más brillante, o eso le pareció. Se había detenido justo encima de otra
puerta. Una casa sencilla. «No
puedo perder nada por volver a intentarlo. María necesita descansar» pensó.
José era un hombre de fe, había superado muchos momentos difíciles y no se iba
a rendir ahora, cuando ella más le necesitaba.
Levantó la mano y antes de llegar
a golpearla, la puerta se abrió. La sombra de una mujer de mediana edad se
proyectó sobre el suelo.
-
¿Qué deseas? –preguntó con amabilidad.
-
Buscamos un lugar para pasar la noche. Mi esposa
necesita descansar. ¿Tendrías lugar para nosotros? Puedo pagarte… por favor…
-
El niño está en camino –dijo observándola.
-
No causaremos problemas.
-
En mi casa no hay sitio. Se alojan unos
parientes pero ¡espera! –se apresuró a decir al ver que el hombre se giraba
para marchar. –Puedo ofreceros lo que tengo, un pesebre. No es el mejor lugar pero
la paja está limpia y el buey os dará calor. Es muy viejo e inofensivo. Se
alegrará de tener compañía –añadió sonriendo.
José y María miraron hacia el
lugar que les indicaba la mujer. Efectivamente no era el mejor alojamiento pero
la noche ya estaba encima. José miró a María y ésta asintió.
-
Te lo agradecemos. Para una noche es suficiente.
-
Id a instalaros y ahora os llevaré algo de
comer.
La estrella seguía detenida sobre
el pesebre. Era ya como una vieja amiga y José sintió una gran paz. Ayudó con
cuidado a descender a María. El buey, que dormitaba al fondo del pesebre, se
desperezó al verlos llegar. Se acomodaron y aquel lugar cálido, iluminado por
la estrella, les pareció un lugar precioso después del largo día. Y muy poco
después llegó el Niño. Un niño que cambiaría la Historia y se quedaría para
siempre. Él puede convertir en posibles las historias más imposibles.
¡FELIZ NAVIDAD!!!
24 diciembre 2016
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