Quedaban pocos minutos para que cerrara el museo, así que me apresuré a retroceder sobre mis pasos para echar un último vistazo al mapa. Se trataba de la pieza más valiosa de la colección. Un mapa de finales del siglo XV que representaba el mundo hasta entonces conocido. El primero, o de los primeros, en que aparecía dibujado el nuevo continente con bastante precisión. Tanta que diferentes teorías controvertidas rodeaban su historia. Su autor fue, probablemente, un marino cántabro que acompañó a Colón en sus primeros viajes a las Indias.
Me detuve ante la vitrina. Ya apenas quedaba gente en la Sala
de los Descubrimientos. Saqué del bolso la libreta y empecé a anotar algunos datos.
-
Es
precioso ¿verdad? Y bastante preciso –dijo una voz a mis espaldas.
Creía que estaba sola. Me giré sobresaltada. Un hombre, un
poco más joven que yo, de cabellos claros y algo despeinados. Avanzó un paso y
se puso a mi lado, sin levantar la vista del mapa. Le miré con recelo. Nunca me
ha gustado hablar con desconocidos. A mí de pequeña me dijeron que no hablara
con desconocidos y eso he hecho siempre. Giró despacio la cabeza y vi sus ojos.
Eran de un azul intenso, como salidos de un trozo de mar. Sonrió y sus ojos
chispearon. No dije nada y volví a mirar el mapa. Hice como que seguía tomando
notas, a ver si se iba. Pero no, qué va, allí seguía clavado.
-
¿Te
imaginas cómo fue la vida de su autor? – preguntó señalando el mapa-. Cuando
zarpaban de Sevilla o de Cádiz no sabían si alguna vez regresarían. Desde la
proa miraban hacia atrás, despidiéndose de su tierra. Con nostalgia, sí, pero
el deseo de aventuras estaba por encima. Entonces miraban hacia el frente, expectantes
ante lo que estaban por vivir.
Los ojos azules le brillaban ahora. Con una mano se echó hacia
atrás un mechón que le caía sobre la frente. Luego tiró hacia abajo de los bordes
de su jersey rojo. Irradiaba energía y entusiasmo. La verdad es que parecía
inofensivo.
-
¿Qué
escribes?
No podía seguir callada, así que contesté.
-
Pues…
detalles que me llaman la atención. Los personajes que aparecen representados.
Hay varios monarcas de diferentes partes del mundo y estos tres –dije poniendo
mi índice sobre el cristal que cubría Asia- parecen los Reyes Magos ¿no? Me
parece curioso. Pero el que más me llama la atención es el personaje de arriba del
todo.
Miró hacia donde yo señalaba. Un hombre vestido de rojo,
caminaba ayudado por un cayado.
-
Parece
un autorretrato del autor. Debajo pone su nombre y la fecha.
Me di cuenta entonces de que él llevaba un gran jersey, también
de color rojo.
-
No
se le parece mucho, pero es él, sí –dijo sonriendo.
Volví a mirar con atención al personaje. Sobre la cabeza
asomaba lo que parecía un ángel con una cruz.
-
¿Qué
quieres decir? –pregunté mientras escribía en mi libreta.
No contestó, así que levanté la mirada. Y ya no estaba.
Sorprendida me di la vuelta. Nada. La sala estaba vacía. En ese momento, la megafonía
anunció que el museo cerraría sus puertas en cinco minutos. Con la libreta en
la mano, me dirigí hacia la salida. Miré hacia atrás. Una mujer joven tiraba de
un niño de seis o siete años. Una pareja con pinta de turistas despistados avanzaban
apresurados. Ni rastro de mi desconocido.
Al llegar a la salida, un empleado del museo despedía con
amabilidad a los rezagados.
-
Disculpe.
¿Ha visto pasar a un joven de ojos claros que llevaba un jersey rojo?
El hombre, de pelo canoso, tardó unos segundos en contestar.
-
¿Con
el pelo claro, un poco largo?
-
Sí,
exactamente –asentí.
Se me quedó mirando con una extraña sonrisa antes de volver a
hablar.
-
¿Así
que lo ha visto?
-
¿Qué
quiere decir?
-
¿Junto
al mapa de Juan de la Cosa? ¿Ha hablado con usted?
-
Sí,
¿qué pasa? –pregunté un tanto incómoda-. ¿Lo conoce?
-
Pues
verá, señorita… -carraspeó antes de seguir-. Conocerlo, lo que se dice
conocerlo… Y no, hoy no lo he visto.
-
Pues
que sepa usted que todavía queda alguien dentro, se lo digo para que revise
antes de cerrar.
-
A
ver… ¿cómo le diría yo? Ya sabe cómo son todos estos viejos edificios. De vez
en cuando aparecen personas que realmente no están.
Abrí la boca como para decir algo y la volví a cerrar. Me
estaba tomando el pelo, claro.
-
No
se preocupe. Una experiencia nueva que podrá contar a sus nietos.
Seguí caminando. Me giré y me guiñó un ojo a la vez que
encogía los hombros. Levantó una mano en señal de despedida. Salí a la calle.
Había empezado a llover. Agradecí las gotas de lluvia sobre mi rostro
acalorado.
-
Esto
no se queda así. La semana que viene regreso –murmuré para mí-. ¿Cómo que
edificios viejos? ¡Venga, hombre!….
Un trueno retumbó a lo lejos y me apresuré a buscar un taxi.
Abril 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario