Estoy con mi amiga Elena en una terraza del centro de Madrid. No sé cómo lo hace pero siempre descubre lugares con encanto. Porque nadie diría que estamos en el centro de la capital. Apenas llega el ruido de los coches y nos envuelve un jardín cuidado que es un desahogo al calor tórrido de estos días de agosto. Me llevo a los labios la pajita que sobresale de una enorme copa de balón llena de hielos y un agradable brebaje de color naranja. Cero alcohol. Hemos decidido pasarnos a la vida saludable y desterrar el alcohol de nuestras vidas. De momento.
-
¿A
que está bueno? –afirma más que pregunta y yo asiento con la cabeza-. Lleva
melocotón, melón y zanahoria. Lo descubrí el otro día y pensé que era el lugar
perfecto para ponernos al día.
Y en eso estamos. Poniéndonos al día antes de las vacaciones,
después de varias semanas sin vernos. Mi amiga es una superwoman del siglo XXI. Tiene un trabajo de responsabilidad en
una multinacional, un marido estupendo y tres hijos de catálogo. Y ella va
siempre perfecta. Con esa melena impecable con unas mechas que nunca se ponen
amarillas pollo. Después de tantos años, sigo sin saber dónde está su secreto.
A su lado a veces me siento un poco intimidada. Bueno, no eso exactamente. Me
siento… cómo diría… poquita cosa. Y no porque ella vaya de sobrada, sino por
ese rollo mío de la autoestima. Así que esta vez he decidido esmerarme para no
sentirme menos. He elegido con cuidado el modelito de hoy e incluso he estado
un buen rato con el alisador, domando mis rizos. Las mechas rubias las desterré
hace años, ya no son más que un recuerdo ochentero, de cuando era una jovencita
con éxito dispuesta a comerme el mundo. Al final el mundo me comió a mí. Pero a
veces consigo escabullirme de sus fauces un rato y vuelvo a disfrutar de la
vida, como cuando era una jovencita de mechas rubias y sonrisa perfecta,
siempre rodeada de admiradores. Bueno, o de algún admirador, aunque fuera solo
uno. Porque tenía a mis fijos.
-
Rebeca…
vuelve…
-
Perdón.
Discúlpame –digo abandonando de golpe mis recuerdos y regresando al 2019.
-
Estabas
muy lejos.
-
Sí,
pero ya he vuelto. ¿Entonces Gonzalo bien en el campamento? Habrá ganado todas
las medallas del mundo ¿no? –Ufff… Creo que Elena llevaba un rato hablando de
sus hijos y no me he enterado de nada. Doy vueltas a los hielos con la pajita,
disimulando.
-
Jajaja…
algunas, sí. Pero bueno, ya está bien de hablar de mí y de mi familia. ¿Tú cómo
estás? –pregunta con interés.
Me lo temía. La verdad es que preferiría seguir hablando de
sus niños y no de mí. No me apetece recordar mi último fracaso. Vale, quizás
fracaso sea un término demasiado fuerte. No, tampoco ha sido eso pero… digamos
que me decidí a asomar la cabeza fuera de las fauces de la vida, y me lancé al
ruedo. Sin pensar. Yo que siempre lo planifico todo y voy y me lanzo sin paracaídas
y sin colchoneta ni plan b.
-
¿Qué
tal con tu último admirador misterioso?–pregunta cruzando los brazos sobre la
mesa y fijando plenamente su atención en mí.
-
Elena,
no me mires así. No te quiero decepcionar. No hay mucho que contar.
-
El
que no me quieres presentar, por cierto.
-
No
es que no te lo quiera presentar, es que ya sabes que no vive en Madrid. Y
tiene niños. Y está separado. Y en fin, que es todo complicado.
-
Bueno,
que esté separado y tenga niños, a nuestra edad es lo más normal del mundo,
hija. Tampoco me parece un problemón.
-
Si
es que no hay quien lo entienda. De repente un día parece que me quiere,
incluso que está enamorado de mí. Un poco, por lo menos. Y luego desaparece una
semana. Y luego vuelve a aparecer…
-
¿A
qué le llamas aparecer?
-
Al
wasap, a llamadas de teléfono. Si yo sé que esto no va a ningún lado. En fin,
que es un capullo y se acabó. No quiero saber nada más de él.
-
¿Lo
has pensado bien? Hombre, por lo que me has contado de él no parece tan
capullo.
-
Un
gilipollas –aclaro taxativa. Y para reafirmarme, doy otro sorbo a mi bebida
anaranjada.
-
A
ver, Rebeca. Que el mundo está lleno de capullos, es un hecho científicamente
demostrable. Seguro que hay alguna universidad de Estados Unidos que ha hecho
un estudio sobre eso.
Estallamos a la vez en una carcajada. Ya echaba de menos mis
conversaciones con mi querida Elena. Tiene la maravillosa habilidad de
levantarme el ánimo y ayudarme a sortear las tormentas. Siempre que ha habido
una tormenta, recuerdo a Elena a mi lado, como un piloto experimentado, lanzando
nuestra nave contra olas gigantes.
-
¿Y
no sería hora de que dierais un paso? Tanta llamadita, tanto mensajito… chica,
que ya somos mujeres de mediana edad. De muy buen ver, por cierto, pero de
mediana edad.
-
¿Qué
quieres decir? –pregunto entornando los ojos.
-
Pues
que le digas que a partir de ahora, os organizáis para veros mínimo un fin de
semana al mes. Llámame antigua pero estas relaciones virtuales no me convencen.
Además, que no lo has conocido en internet, que os conocéis en carne y hueso y
en ese primer encuentro surgió el flechazo ¿no? Ya, Rebeca, que parecéis
adolescentes, hija. Y te lo digo con todo el cariño del mundo porque eres mi
miga y te quiero. –Alarga la mano y me da un rápido apretón cariñoso en el
brazo.
Suspiro. Me quedo unos instantes mirándola. Debo reconocer
que tiene razón, pero si él es tan ambiguo y no da un primer paso claro…
-
Pues
lo das tú, que pareces una señorita de la era victoriana.
-
Que
no, Elena, que se acabó. Que es un capullo. Paso de él. Se acabó. Paso de estar
todo el día pendiente del móvil y de si se ha levantado con el Sol en Júpiter o
la Luna en Urano o Saturno, o qué se yo. Paso -sentencio. Y me siento
fenomenal, como si me hubiera quitado una losa de encima. Otro sorbo al brebaje
naranja para celebrar mi coraje.
Mi amiga
resopla y mueve la cabeza de un lado a otro, y su melena impecable acompaña el
movimiento acompasado. De repente, el bolso que descansa sobre mi pierna
empieza a vibrar con insistencia. Lo abro, rebusco y finalmente lo encuentro aprisionado
entre una libreta, un paquete de pañuelos de papel y una barra de labios. Me
acerco la pantalla a los ojos. Una llamada perdida del capullo y siete wasaps
seguidos, interesándose por mí, deseándome una feliz noche y diciendo que me
echa de menos. La expresión de mi cara ha debido de cambiar porque Elena se
echa a reír.
-
No
me lo digas… ¡Es el capullo! Pobre, le debían de estar pitando los oídos.
-
Bueno,
quizás tengas razón y no sea tan capullo… -concedo comiéndome con patatas mis
palabras-. Si en el fondo es majo… más mono…
Elena alarga su brazo y le paso el móvil. Lee la ristra de mensajes.
Que no es algo que haga habitualmente, dejar que lea los wasap, pero la ocasión
lo merecía.
-
De
acuerdo. Esto merece dos cervezas. Volvamos a las malas costumbres –dice levantando
el brazo para llamar la atención del camarero.
-
O
mejor dos gin-tonics ¿no? Total, ya que nos vamos a saltar los buenos
propósitos, hagámoslo a lo grande.
Agosto 2019
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