domingo, 13 de septiembre de 2020

EL PRINCIPIO DE UNA HISTORIA

 


- Pues no lo entiendo. Debería estar aquí –afirmó mientras seguía sacando papeles del cajón.

- ¿Estás segura?

Asintió con la cabeza, como queriendo dar así más contundencia a sus palabras.

- Sí, segura. A ver… La vi hace unos meses, un año como mucho. Estaba aquí, me acuerdo perfectamente.

Se detuvo un momento para girarse y mirar a su hermana a los ojos.

- Estaba en un sobre grueso, cuadrado, algo amarillento pero bien conservado.

Cruzó las piernas, apoyó sobre ellas los codos y metió la cabeza entre las manos. Resopló para retirarse de la cara un mechón de pelo. Al momento volvió a caerle sobre los ojos y se lo retiró con el dorso de la mano, para no llenarse la cara del polvo que tenía en las manos. Se notó el pelo húmedo por el sudor.

- ¿Cuándo vas a arreglar el aire acondicionado?

- No sé ni a dónde tengo que llamar. Esta instalación es de hace mil años, como todo lo de esta casa es antiguo. Seguro que ya no existe la empresa.

- Aquí hay una etiqueta –dijo María acercándose al aparato de aire-. Y espera… Sí, hay un teléfono. Voy a mirar en el móvil si existe… A ver… No te lo vas a creer –exclamó sonriente-. ¡Existe!

- ¿De verdad?

- Bueno, te lleva automáticamente a otra página, pero aquí sale una empresa de aire acondicionado, con un nombre parecido al de la etiqueta. Voy a llamar.

Tecleó el número y salió del salón con el teléfono pegado a la oreja. Blanca aprovechó para seguir vaciando lo poco que quedaba todavía dentro del cajón, mirando con detenimiento papel por papel, aunque sabía que con un simple vistazo reconocería lo que estaba buscando, una carta que un amigo de su abuelo le había escrito hacía setenta años, para agradecerle lo que había hecho por él. Y lo que, por lo visto, su abuelo había hecho en los años cuarenta había sido salvarle la vida. Ni más ni menos. En la familia desconocían por completo esa historia, pero Blanca la había descubierto y ahora necesitaba encontrar la prueba para demostrar su veracidad y que el episodio no era producto de su imaginación, a veces un poco desbocada. Quería leer la carta con más detenimiento y, ahora que por fin había decidido poner en orden los papeles y fotos familiares, le parecía que esa carta merecía ocupar un lugar de honor en la memoria. Además, tenía la intención de reproducir con detalle los hechos. Quizás en el archivo de la ciudad podría encontrar más información, pero con lo poco que recordaba no tenía pistas suficientes para comenzar ninguna búsqueda. Se lo debía su abuelo, a ese abuelo bueno y cariñoso que alegró su infancia como nadie. A ese abuelo que se marchó demasiado pronto, aunque a lo largo de su vida, en innumerables ocasiones, había sentido su presencia y su protección. ¿Por qué no le había dado la importancia que merecía cuando por casualidad, en una ojeada superficial al cajón, la encontró el año pasado?

- Da igual, no es cuestión de auto flagelarse. No era el momento y ahora lo es. Ya está. Pero la carta estaba aquí. La leí y la volví a guardar. Seguro –exclamó exasperada.

A lo lejos le llegaba el murmullo de la conversación de su hermana. Con un poco de suerte conseguiría que alguien viniera a arreglar el aire. Los casi cuarenta grados se estaban haciendo realmente insoportables. «Siempre postponiéndolo todo», se reprochó. «Nunca encuentro el momento para tantas cosas pendientes». 

El cajón estaba lleno de polvo acumulado durante años, así que agarró un trapo que había dejado sobre el mueble, precisamente con la intención de limpiarlo cuando estuviera vacío. Cogió con las dos manos los lados del cajón y tiró. Aquello no se movía, así que tiró con más fuerza.

- ¿Quieres salir de una vez?

- Blanca ¿qué haces? –preguntó su hermana desde la puerta-. Por cierto, ¡buenas noticias! Mañana imposible, pero pasado estarán aquí a las once para arreglar el aire.

- ¿De verdad? Qué maravilla. Ahora me cuentas cómo les has localizado pero anda, primero ayúdame por favor que tú eres la manitas de la familia y no consigo sacar el cajón.

- Tampoco hace falta que lo saques ¿no?

- Sí, sí, que ya que me pongo a limpiar, lo hago bien.

- A ver, déjame –pidió, sentándose a su lado.

María sacudió el cajón con destreza. Se resistía pero con un golpe seco lo consiguió.

- Venga, ya puedes limpiar.

Blanca se agachó, metió el trapo hasta el fondo y al pasarlo sobre la superficie polvorienta, chocó con algo.

- ¡Un bicho! –gritó retirando la mano a toda prisa.

María se inclinó, miró dentro del hueco y sonriendo sacó un papel amarillento.

- Aquí está tu bicho.

- ¡Es la carta! Dame, dame –exclamó excitada.

Efectivamente, era la carta desaparecida. Un poco más arrugada, pero sin lugar a dudas era la carta que llevaba buscando toda la tarde. Muy despacio sacó la cuartilla del sobre. Recordó la letra y la tinta violeta, ya desvaída. Las dos hermanas se sentaron en el sofá sin necesidad de palabras y, con las cabezas pegadas, comenzaron a leer con emoción.


                                                            Septiembre 2020


4 comentarios:

  1. Qué emoción contenida. Esa carta oculta prueba irrefutable de una acción heroica. Una maravilla. Siempre me gusta leerte

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    1. Millones de gracias. Tus palabras me ayudan a seguir, de verdad...

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  2. ¿De verdad? Qué alegría. Mil gracias!

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