sábado, 16 de enero de 2016

AÑO NUEVO, VIDA NUEVA... ¿O NO?


Repartimos las uvas, cada uno se acopla en un lugar del salón, más lleno que de costumbre, los niños gritan excitados. Quizás no acaben de entender qué celebramos, pero el caso es que son las doce de la noche y nadie les ha dicho que se vayan a dormir. Y además, los mayores les han dado gorritos, collares de colores y matasuegras. Risas, vuela alguna serpentina y alguien se apropia del mando y eleva el volumen de la televisión. Una mujer rubia y un hombre con una capa no paran de hablar muy sonrientes. De repente alguien grita: “¡Ya! ¡La primera campanada!” Otra voz: "¡Que no! Que son los cuartos!” Momento de revuelo, calma ¡ahora sí! Besos, abrazos, risas y comienza la música.
-          Niños, a la cama –dice alguien. Sí, claro, como que van a obedecer a la primera…
Y así, un año más, hemos cumplido el ritual. Y esperamos que el nuevo año sea mejor y nos traiga muchas cosas buenas. Aunque yo soy de las que suele pensar “Virgencita, que me quede como estoy”.
Al día siguiente, ya con más sosiego, toca plantearse los propósitos de año nuevo. El caso es que yo no suelo hacer examen de conciencia el primer día del año y no me suelo plantear los famosos propósitos. Pero después de Reyes, con el regreso al asfalto y a la rutina, esta vez sí me planteo, incluso con firmeza, ordenar ese pequeño armario que está al fondo de mi habitación, en un lugar un tanto difícil de acceder porque otro mueble no permite que se abra bien la puerta. De acuerdo, me agacho, muevo el mueble. Consigo abrir la puerta completamente y allí, sentada en el suelo, empiezo a sacar carpetas y cuadernos olvidados. Papeles y más papeles. Mis reflexiones, historias y relatos amontonados. Se han ido acumulando desde que empecé a escribir, cuando tenía unos diez años. Voy haciendo montones intentando seguir un criterio para establecer un cierto orden. Y en algunos me detengo y empiezo a leer y a recordar capítulos que había olvidado.
Descubro una agenda de hace veintitantos años, de mi época universitaria. Me voy sumergiendo en la lectura, las páginas van pasando y por ellas deambulan mis amigos, uno a uno. Cuándo los conocí, con quién salían entonces, las fiestas, las confidencias. Y es cuando con sorpresa me detengo y me doy cuenta de que muchos de ellos siguen siendo hoy mis amigos, esos amigos especiales con los que paso, también hoy, algunas de mis mejores vivencias. Que ya lo sabía, claro, pero no era plenamente consciente de ese vínculo hasta que he rememorado esos años maravillosos.
También aparecen algunas fotos que han permanecido años sepultadas entre páginas. Una me llama la atención. Me veo con casi treinta años menos –si llevaba flequillo, no me acordaba- mirando de reojo, sonriente, a mi acompañante, que esboza una amplia sonrisa y me mira a los ojos. ¡Me acuerdo de ese momento! Era una de las primeras veces que quedábamos. Un fotógrafo ambulante tomó la foto y nos dio dos copias, una para cada uno. Pues las cosas han cambiado poco, pienso. Precisamente, tengo una foto reciente con él, con ese mismo al que miraba de reojo. O quizás sí… Sí, definitivamente las cosas han cambiado. Ahora aparecemos los dos pero ya no estamos solos y ya no nos miramos. Ahora miramos a la cámara. También sonreímos, pero por otros motivos.
Pasan las horas, vuelvo a guardar todo dentro del armario tal y como estaba. Cierro la puerta del armario que guarda mis recuerdos, muevo el mueble otra vez y me incorporo. Decido salir a estirar las piernas. Pero nada de asfalto. Prefiero alejarme unos kilómetros de la ciudad. Aprovecho para escuchar el CD que me ha regalado mi hermano de mi cantante preferido, Battiatto, que, curiosamente, hace veintitantos también lo era. Es el último disco. Arranco el coche a la vez que suena la primera canción. Que no es nueva. Y así, una tras otra van sonando. Las conozco todas, o casi todas. Hay tres o cuatro inéditas. El resto son las de siempre, las que ya escuchaba cuando me hice aquella foto. No importa, me emocionan como siempre.  
Así que este día en el que yo había pretendido hacer limpieza de papeles, concluye con los mismos papeles en el mismo sitio y escuchando mis canciones preferidas de siempre. Interrumpo un momento a Battiatto para cantar aquello que decía Julio Iglesias: “La vida sigue igual”….

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