Repartimos las uvas, cada uno se
acopla en un lugar del salón, más lleno que de costumbre, los niños gritan excitados.
Quizás no acaben de entender qué celebramos, pero el caso es que son las doce
de la noche y nadie les ha dicho que se vayan a dormir. Y además, los mayores
les han dado gorritos, collares de colores y matasuegras. Risas, vuela alguna serpentina
y alguien se apropia del mando y eleva el volumen de la televisión. Una mujer
rubia y un hombre con una capa no paran de hablar muy sonrientes. De repente
alguien grita: “¡Ya! ¡La primera campanada!” Otra voz: "¡Que no! Que son los
cuartos!” Momento de revuelo, calma ¡ahora sí! Besos, abrazos, risas y comienza
la música.
-
Niños, a la cama –dice alguien. Sí, claro, como
que van a obedecer a la primera…
Y así, un año más, hemos cumplido
el ritual. Y esperamos que el nuevo año sea mejor y nos traiga muchas cosas
buenas. Aunque yo soy de las que suele pensar “Virgencita, que me quede como
estoy”.
Al día siguiente, ya con más
sosiego, toca plantearse los propósitos de año nuevo. El caso es que yo no
suelo hacer examen de conciencia el primer día del año y no me suelo plantear
los famosos propósitos. Pero después de Reyes, con el regreso al asfalto y a la
rutina, esta vez sí me planteo, incluso con firmeza, ordenar ese pequeño
armario que está al fondo de mi habitación, en un lugar un tanto difícil de
acceder porque otro mueble no permite que se abra bien la puerta. De acuerdo, me
agacho, muevo el mueble. Consigo abrir la puerta completamente y allí, sentada
en el suelo, empiezo a sacar carpetas y cuadernos olvidados. Papeles y más
papeles. Mis reflexiones, historias y relatos amontonados. Se han ido acumulando
desde que empecé a escribir, cuando tenía unos diez años. Voy haciendo montones
intentando seguir un criterio para establecer un cierto orden. Y en algunos me
detengo y empiezo a leer y a recordar capítulos que había olvidado.
Descubro una agenda de hace
veintitantos años, de mi época universitaria. Me voy sumergiendo en la lectura,
las páginas van pasando y por ellas deambulan mis amigos, uno a uno. Cuándo los
conocí, con quién salían entonces, las fiestas, las confidencias. Y es cuando
con sorpresa me detengo y me doy cuenta de que muchos de ellos siguen siendo
hoy mis amigos, esos amigos especiales con los que paso, también hoy, algunas
de mis mejores vivencias. Que ya lo sabía, claro, pero no era plenamente
consciente de ese vínculo hasta que he rememorado esos años maravillosos.
También aparecen algunas fotos
que han permanecido años sepultadas entre páginas. Una me llama la atención. Me
veo con casi treinta años menos –si llevaba flequillo, no me acordaba- mirando
de reojo, sonriente, a mi acompañante, que esboza una amplia sonrisa y me mira
a los ojos. ¡Me acuerdo de ese momento! Era una de las primeras veces que
quedábamos. Un fotógrafo ambulante tomó la foto y nos dio dos copias, una para
cada uno. Pues las cosas han cambiado poco, pienso. Precisamente, tengo una
foto reciente con él, con ese mismo al que miraba de reojo. O quizás sí… Sí,
definitivamente las cosas han cambiado. Ahora aparecemos los dos pero ya no
estamos solos y ya no nos miramos. Ahora miramos a la cámara. También sonreímos,
pero por otros motivos.
Pasan las horas, vuelvo a guardar
todo dentro del armario tal y como estaba. Cierro la puerta del armario que
guarda mis recuerdos, muevo el mueble otra vez y me incorporo. Decido salir a
estirar las piernas. Pero nada de asfalto. Prefiero alejarme unos kilómetros de
la ciudad. Aprovecho para escuchar el CD que me ha regalado mi hermano de mi
cantante preferido, Battiatto, que, curiosamente, hace veintitantos también lo
era. Es el último disco. Arranco el coche a la vez que suena la primera
canción. Que no es nueva. Y así, una tras otra van sonando. Las conozco todas,
o casi todas. Hay tres o cuatro inéditas. El resto son las de siempre, las que
ya escuchaba cuando me hice aquella foto. No importa, me emocionan como siempre.
Así que este día en el que yo
había pretendido hacer limpieza de papeles, concluye con los mismos papeles en
el mismo sitio y escuchando mis canciones preferidas de siempre. Interrumpo un momento
a Battiatto para cantar aquello que decía Julio Iglesias: “La vida sigue igual”….
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