viernes, 5 de febrero de 2016

HADA (Colaboración de José Manuel Ferradas)


La música sonaba pero parecía tan lejos como sus pensamientos. Estaba en la puerta del garito intentando encender su cigarro, peleando los rincones con el viento, mientras la música sonaba tan cerca como sus intenciones. Que la soledad tiene estos contubernios.   

Todo estaba en orden. Todo menos el futuro que tiende hacia el infinito con la febril constancia de un ya que no termina. Nada le era necesario que no pudiera disponer. La sociedad le tenía reservado un lugar confortable entre los vivos y aún alguno entre los muertos.
Apareció de repente, como salida de una puerta inexistente. Nacida del aire que les rodeaba. Fue un relámpago.

Un pequeño cuerpo tan activo que llenaba el espacio de Lesbos a Cartago con solo mover su mano entre las sombras. Como minúsculas batutas haciendo cantar al son de sus deseos, sus dedos giraban pulsos y voluntades. Una silueta que a contraluz de los sueños danzaba como un hada misteriosa de sonrisa perfecta. La cabeza rizada domando leones venidos de la nada.  
Un sable de hielo recorrió su espalda tan curtida como desmembrada en mil batallas.  Él que podía detener el tiempo y la palabra con solo pensar que hablaba. Él que hizo crecer el mundo soplando experiencias ya gastadas. Él que no estaba de vuelta porque la pilló acabada.  
Él, sí él, perdió las fuerzas cuando resbaló en sus ojos. El sol se había concentrado en un punto para engañar a los lentos de amor y se transformó en su mirada. Fue incapaz de comprar su color, no le interesaba. Solo quería mantener el duelo visual que le partía el alma. Supo su nombre, tal vez. Y hablaron con voces que sonaban a propias. Tan cerca estaban que sus pensamientos se enlazaban sin poder distinguir quién era su propietario. De quién y hacia dónde caminaban sembrando ternura en cada palabra, en cada andanada.
El tiempo, traidor verdugo de la añoranza, se hizo el estrecho entre las lindes de la fiebre. Cerró sus puertas y les abandonó al albur de la noche con un beso largo para sentir, corto para saciar y tierno para recordar.  
Al alba, tan fresca la mañana, aún tremolan las farolas recordando que lo casual puede tornarse eterno cuando la magia ataca.  

 

José Manuel Ferradas

 

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