La música sonaba pero parecía tan lejos como sus pensamientos.
Estaba en la puerta del garito intentando encender su cigarro, peleando los
rincones con el viento, mientras la música sonaba tan cerca como sus
intenciones. Que la soledad tiene estos contubernios.
Todo estaba en orden. Todo menos el futuro que tiende hacia el
infinito con la febril constancia de un ya que no termina. Nada le era
necesario que no pudiera disponer. La sociedad le tenía reservado un lugar
confortable entre los vivos y aún alguno entre los muertos.
Apareció de repente, como salida de una puerta inexistente. Nacida
del aire que les rodeaba. Fue un relámpago.
Un pequeño cuerpo tan activo que llenaba el espacio de Lesbos a
Cartago con solo mover su mano entre las sombras. Como minúsculas batutas haciendo
cantar al son de sus deseos, sus dedos giraban pulsos y voluntades. Una silueta
que a contraluz de los sueños danzaba como un hada misteriosa de sonrisa perfecta.
La cabeza rizada domando leones venidos de la nada.
Un sable de hielo recorrió su espalda tan curtida como desmembrada
en mil batallas. Él que podía detener el
tiempo y la palabra con solo pensar que hablaba. Él que hizo crecer el mundo
soplando experiencias ya gastadas. Él que no estaba de vuelta porque la pilló
acabada.
Él, sí él, perdió las fuerzas cuando resbaló en sus ojos. El sol
se había concentrado en un punto para engañar a los lentos de amor y se
transformó en su mirada. Fue incapaz de comprar su color, no le interesaba.
Solo quería mantener el duelo visual que le partía el alma. Supo su nombre, tal
vez. Y hablaron con voces que sonaban a propias. Tan cerca estaban que sus
pensamientos se enlazaban sin poder distinguir quién era su propietario. De
quién y hacia dónde caminaban sembrando ternura en cada palabra, en cada
andanada.
El tiempo, traidor verdugo de la añoranza, se hizo el estrecho
entre las lindes de la fiebre. Cerró sus puertas y les abandonó al albur de la
noche con un beso largo para sentir, corto para saciar y tierno para recordar.
Al alba, tan fresca la mañana, aún tremolan las farolas recordando
que lo casual puede tornarse eterno cuando la magia ataca.
José Manuel Ferradas
No hay comentarios:
Publicar un comentario