viernes, 8 de abril de 2016

LOS SECRETOS Y AQUELLA FIESTA DE LOS 80




Se detuvo en la entrada y observó con sorpresa el local, casi irreconocible. Estaba completamente transformado. La iluminación tenue disimulaba algunos desconchados en las paredes que parecían más blancas que de costumbre. En la del fondo, alguien había pegado fotos en las que asomaba rostros sonrientes de los amigos en diferentes situaciones: una excursión, en la universidad, un acto cultural, otras fiestas… y en todas ellas un protagonista: Javier, que ese día cumplía veintidós años. Guirnaldas de colores colgaban del techo. De fondo sonaba suavemente la música de Los Secretos.   

-          ¿Qué haces ahí parada, Blanca? – le preguntó uno de los pocos invitados que ya había llegado, acercándose con una sonrisa en su cara redonda y un cubata en la mano–. En aquella mesa están las bebidas. ¿Qué te pongo?

-          Hola Luis ¿Qué tal? Pues una coca-cola, gracias.

-          Pero le añadimos un poco de alegría ¿no? – dijo guiñando un ojo.

-          ¡Jaja! De momento una coca-cola está bien. A la siguiente le añadimos un poco de ron. ¿Ya estás bebiendo? – preguntó alzando un dedo acusador.

-          Venga, venga… ¡que es viernes!!

-          Coca-cola solita – y tras una pausa teatral añadió: De momento.
Se acercaron a la mesa donde se concentraban los primeros invitados rodeando al cumpleañero. - «¡Muchas felicidades, Javier!» – le dijo alargando la mano para entregarle su regalo.
Él abrió con cuidado el paquete, procurando no rasgar el precioso papel tipo florentino que ocultaba una agenda Moleskine.
-          Para que tomes notas de todos esos viajes maravillosos que deseas realizar.

Javier agradeció efusivamente el obsequio, mientras pasaba las páginas y le pedía una dedicatoria.  Y poco a poco fueron llegando todos. Francisco, que a sus veintitrés años seguía arrastrando asignaturas de 2º, 3º y 4º de Derecho; Manuel, con sus andares desgarbados y su pelo siempre desordenado; Carlos, el responsable del grupo; José Ignacio, el donjuán oficial; Juan Luis, que ya estaba trabajando en un despacho de abogados, aunque no sabía si duraría mucho porque cometía un error tras otro… Blanca observaba a sus amigos con cariño. Los había conocido un par de años antes en el bar de la facultad y desde entonces se veían todas las semanas. La habían adoptado como su «pastora». Así la llamaban porque era ella la que se preocupaba de mantenerlos unidos, especialmente las noches en que se pasaban con la bebida. Procuraba que no se metieran en demasiados líos y cuando alguno de ellos empezaba a tambalearse lo subía a su coche y lo llevaba a casa. Invariablemente, muchos sábados a última hora de la mañana recibía una llamada que se repetía: «Blanca ¿cómo llegué anoche a casa? ¡No me acuerdo de nada!». Y entre carcajadas, rememorando las mejores jugadas de la noche anterior, la respuesta era siempre la misma: «Pues te llevé yo, quién si no. Con la ayuda de.. -Fulanito o Menganito- porque no te tenías en pie». «Santa Blanca, nuestra pastora. ¿Qué sería de nosotros sin ti? Bueno ¿cuál es el plan para hoy?».
Al poco rato empezaron a llegar las chicas del grupo, que también las había, aunque en menor número. Alicia, que seguía teniendo en casa los problemas propios de una adolescencia que supuestamente ya había dejado atrás; Fernanda, la sexy estupenda; Mercedes, que hablaba poco pero reía mucho, y Marta, la mejor amiga de Blanca. Ellas cinco eran las fijas del grupo. Luego estaban las novias que iban y venían. La mayoría duraba poco tiempo, pero siempre era divertido ver caras nuevas y cotillear sobre el último ligue de José Ignacio.
-          Por cierto ¿sabes quién me ha preguntado por ti? – le susurró de pronto éste al oído.- Sí, sí, no me mires con cara de no haber roto un plato… Esta tarde me ha llamado Julio. Quería saber ibas a venir.

-          ¿Ah sí? ¿Y tú qué le has dicho? –dijo como no dándole importancia y procurando que no se notara que su corazón había empezada a latir a mil revoluciones.

-          Pues que venías, claro, y que no fuera tonto y viniera él también. Vaya, hablando del rey de Roma…- exclamó levantando los ojos hacia la entrada.
Ella se giró un poco, disimuladamente, y sí, allí estaba él, su historia imposible. Mis piernas tiemblan cuando entras en esta habitación. Mi voz se quiebra, te hablo y digo cosas sin ilación. Era una de esas personas carismáticas que tienen la facultad innata de llenar el espacio con su presencia. Blanca admiraba su aplomo y su seguridad, además de encontrarlo endiabladamente guapo. Una vez que se lo presentó a su hermana, sin embargo, no se lo pareció tanto. «Bueno, a mí me gustan más los rubios, ya sabes». Desde que lo había conocido casi dos años antes, ya no había tenido ojos para nadie más. Sobre un vidrio mojado escribí su nombre pensando en ella (o en él)… Una pena, porque Carlos y Juan Luis eran muy majos y ya le habían echado los tejos en varias ocasiones, pero nada que hacer.

Cuando estaba con él era de lo más contradictoria y se enfadaba consigo misma porque no actuaba con la coherencia y organización con que lo hacía siempre. Odiaba esta sensación de estar tan enganchada a alguien. Le hacía perder su libertad, su paz interior. Así que a menudo era borde con él, de manera inconsciente. En cambio otras veces, era encantadora y se creaban momentos mágicos. Déjame, no juegues más conmigo, esta vez en serio te lo digo, tuviste una oportunidad y la dejaste escapar. Porque claro, si ella se portaba así, también era porque él no se aclaraba.
Julio se acercó sonriendo, con un poco menos de su aplomo habitual, y le estampó dos besos en las mejillas.

-          Vaya, volvemos a encontrarnos ¡Qué casualidad!

-          Sí, qué casualidad –dijo, mientras José Ignacio desde atrás le guiñaba un ojo.

Cada vez que tú me miras he vuelto a nacer, cada vez que tú respiras me haces sentir bien… Los Secretos seguían sonando, con esa facilidad de meter el dedo en la llaga. ¿Cuál sonaba ahora?... Noche es de noche otra vez, y no te volveré a ver. Me miraste a los ojos y no supe qué decir, yo no tengo palabras para ti. Así se sentía ella, no sabía qué decir. Y parecía que él tampoco.
Se unieron al grupo, poco a poco se fueron relajando, y las risas y la complicidad volvieron a aparecer.
He roto todos mis poemas,
los de tristezas y de penas,
lo he pensado y hoy sin dudar vuelvo a tu lado.
Ayúdame y te habré ayudado,
que hoy he soñado en otra vida,
en otro mundo, pero a tu lado.
De pronto, en medio de la fiesta, se oyó la voz de Blanca, fuerte y clara: «¿Alguien puede cambiar de una vez la música, por favor???».
Desde el otro extremo de la habitación, Juan Luis exclamó: «¡Tus deseos son órdenes! ¿Qué quieres que ponga?». «No sé… ¿Alaska? ¿Cumpleaños feliz?»… Y Julio se quedó mirándola, fijamente, con sus ojos de gato.

                                                                                                          Abril 2016

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