Comenzó a sentir un sudor frío.
La respiración se iba acelerando. De repente se quedó en blanco. Pero no iba a
permitir que los nervios estropearan ese momento, su momento. Apretó los puños,
miró al frente y se concentró para acompasar la respiración. Una inhalación
profunda, seguida de una fuerte exhalación. Cerró los ojos unos instantes y se
llevó la mano al corazón. Poco a poco volvía a su ritmo habitual. Abrió los
ojos al notar que había alguien a su lado. Alguien que repetía las mismas
respiraciones y le sonreía transmitiéndole seguridad. Al girar la cabeza, su
mirada se topó con un viejo espejo. Por un momento no se reconoció. Una peluca
rubia platino con un elegante recogido, los labios rojos y una suave falda de
vuelo. Era ella pero no ella. Estaba a punto de salir al escenario y
convertirse en otra persona. De hecho, ya llevaba varios meses conviviendo con
Margot, llevando vidas paralelas, abandonando el ritmo frenético habitual
cuando se ponía aquella peluca rubio platino. Entonces, ya no era ella, creaba
un personaje a su medida y –cómo explicarlo- eran sus momentos más felices. Y
sabía que, aunque en ese momento no recordara nada del texto que llevaba
trabajando varios meses, en cuanto pisara el escenario, una descarga de
adrenalina recorrería su cuerpo y, como por arte de magia, se convertiría en
aquella rubia elegante y hablaría y se movería como ella, con seguridad,
dejando atrás sus miedos. Como por arte de magia.
Desde que tenía uso de razón
había querido ser actriz. Evidentemente, cuando lo planteó en casa sus padres
le dijeron sí, claro, cariño. No digas tonterías.
-
No son tonterías, es como me siento más feliz –
exclamó.
De nada sirvieron los ruegos y
lloros. Y un buen día de octubre se encontró sentada en la última fila de un
aula rodeada de gente desconocida. Las primeras semanas en la universidad
fueron aburridas. Llegaba, no hablaba con nadie, se sentaba en la última fila y
miraba al profesor de turno con cara de estar enfadada con el mundo. Pero
aquello era aburrido. Al pasar las semanas, fue trabando relación con esas
otras chicas que se reían mucho y atendían poco y también se sentaban atrás.
Hasta que un día vio un cartel junto a la puerta de la cafetería, casi oculto
por las docenas de papeles que se amontonaban sobre el tablón. Se hacen pruebas para el grupo de teatro
universitario.
El corazón le empezó a latir con
fuerza… Las pruebas eran el viernes, sólo dos días después… Lo volvió a leer
para asegurarse de que tenía la información correcta. Después de dos días muy
largos se presentó en el pequeño salón de actos de la universidad. Con timidez
asomó la cabeza por la puerta entreabierta. Unos cuantos estudiantes, no
muchos, hablaban entre ellos. Avanzó despacio hacia ellos, sin saber muy bien
qué hacer hasta que de repente una joven alta y simpática se dirigió a ella. Le
pidió el nombre y lo anotó en un cuaderno. Entonces, un hombre algo mayor que
el resto, pidió a todos que se sentaran en la primera fila y comenzó a hablar.
Ella le escuchaba extasiada. Y feliz. Sabía que por fin había encontrado su
sitio.
El viernes siguiente, muchos no
volvieron pero los que allí estaban permanecieron juntos durante siete
maravillosos años. Compartiendo vivencias con Tennessee Williams, Shakespeare,
Moliére, Simon, Alejandro Casona, los Álvarez Quintero, Mihura y tantos otros.
Veinte años después volvía a
tener la oportunidad de ponerse la peluca rubia y no lo había dudado. Quizás su
vida era muy distinta a cómo la había imaginado en sus años universitarios, sin
embargo su pasión por el teatro seguía siendo la misma. Se había entregado una
vez más a ese amor imposible. Una respiración profunda más…. Su compañero le
cogió la mano, le guiñó un ojo y juntos, con paso seguro, se dirigieron al
centro del escenario.
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