-
¿Así
que estás en la fase donde todo se mide? –afirma más que pregunta mi amiga.
Por unos
instantes me quedo pensativa y luego suelto una carcajada.
-
Sí,
hombre. Esa fase en que le quieres buscar un sentido oculto a todo. Si no ha
contestado inmediatamente ¿será que se está haciendo el interesante o es que
pasa y no quiere que me haga ilusiones? Si me ha dicho tal cosa ¿debería
tomarlo al pie de la letra? Ha leído mi whatsapp
y no ha dicho ni mu. O ha leído mi whatsapp
y ha contestado al segundo. Si esto y lo otro y lo de más allá –se detiene y me
guiña un ojo-. Así que estás en esa fase ¿no?
-
Pues
es una tranquilidad saber que eso no me pasa sólo a mí. Estaba empezando a
preocuparme y a pensar que me había vuelto paranoica.
-
No,
mujer, tranquila. Estás en la fase uno.
-
¿Fase
uno?
-
Sí,
luego se pasa a la fase dos.
-
¿Fase
dos? –miro a mi amiga con cara de no entender.
-
A
ver, cielo, deja de repetir todo lo que digo, que pareces nueva.
-
Bueno,
podría decirse que sí. Pensaba que una vez superada la adolescencia y tierna juventud
estas cosas ya no pasaban. ¡Se me habían olvidado todas estas tonterías!
-
Pues
claro que pasan –sentencia con aire de mujer experimentada.
Realmente, Margarita se casó hace casi veinte años y tiene tres
hijos. Carlos le estuvo cantando aquello de Margarita
se llama mi amor durante tres meses hasta que logró conquistarla. Ella se
hacía de rogar, pero el día que Carlos se plantó en la fiesta de fin de curso
del Colegio Mayor con la tuna descubrió que era el hombre de su vida. Y acertó.
Los dos acertaron. La niña mayor tiene dieciocho años, así que me imagino que
estará reviviendo las sensaciones de esa época. Y por eso está tan puesta en el
tema. Si no de qué.
-
¿Fase
dos? –vuelvo a preguntar riéndome
-
Pues
ahí es cuando ya la cosa empieza a estar un poco más clara. Lleváis con el que sí
que no un par de meses. Y si al tío no le interesas, ya ha desaparecido. Pero
si después de varias semanas sigue dando señales de vida, es que algo hay.
-
¿Tú
crees? –pregunto levantando una ceja para que quede constancia de mi escepticismo.
-
Que
sí mujer, que tienes que tener más confianza en ti –sentencia.
-
A
ver, Margarita, que yo confianza tengo. Que ya soy mayorcita.
Ahora la que levanta la ceja es ella.
-
Mira,
vamos a preguntar al primer hombre con pinta normal que pase por aquí.
-
Deja
de decir idioteces.
Empieza a mirar alrededor y a girarse. Se pone la mano como
visera para otear en el horizonte.
-
Ese
de ahí no, que es muy mayor…. A ver… ese otro tiene una pinta de raro... Nada,
nada… A ese no le preguntamos.
De pronto se detiene en seco, me mira y eleva el brazo para
señalar a un pobre chico que se acerca tranquilamente paseando a su perro sin
saber la que le va a caer encima. Yo la agarro del otro brazo e intento disuadirla.
Sin éxito, claro. Hoy Margarita se ha tomado muy en serio su papel de mejor
amiga.
-
Perdona,
disculpa…
Se acerca decidida y tira de mí. Yo me suelto y me coloco
muerta de vergüenza detrás de ella. El chico del perro, de unos treinta y muchos,
se quita los auriculares y sonríe con amabilidad.
-
Verás,
estamos haciendo una encuesta –se mete la mano en el bolso y saca una libreta
pequeña y un bolígrafo-. Necesitamos el punto de vista masculino para resolver
la siguiente situación: si un chico está varias semanas con una chica que sí,
que no, mensajitos, te llamo, hablamos y tal ¿él está interesado en ella?
El chico del perro nos mira y se echa a reír.
-
Hombre,
necesitaría más datos.
Así que Margarita se los da. Yo ya he dejado de ocultarme
porque me da la sensación de que hago el ridículo más que mi amiga. La
conversación se va volviendo cada vez más interesante hasta que llega un
momento en que él sugiere que la continuemos sentados tomando algo en una
terraza que está justo donde nos hemos parado.
-
Chica,
estás que te sales –me susurra Margarita-. Has ligado.
Yo contengo la risa, niego con la cabeza y nos sentamos. Pedimos
tres cafés. Margarita y el chico del perro, que se llama Héctor, continúan entusiasmados
la conversación. Él me mira mucho, eso es verdad, como buscando mi aprobación.
En ese momento suena mi teléfono. Entran tres whatsapps seguidos. Los dos se interrumpen y me miran fijamente. Yo
detengo mi mano antes de meterla en el bolso en busca del móvil sin saber muy
bien qué hacer.
-
¿No
vas a leerlos? –pregunta Héctor.
-
Sí,
claro –contesto desafiante.
Rescato mi móvil del fondo del bolso y toco la pantalla. Me
miran expectantes. Alzo la mirada.
-
¡Es
mi madre!
Tras un instante de desconcierto, los tres echamos a reír.
-
Tres
tintos de verano ¿os parece bien? Este momento merece un brindis –dice levantando
la mano para avisar al camarero.
A Margarita le entra su famosa risa floja. Imposible no
contagiarse. Un par de minutos después, entre lágrimas, los tres acabamos compartiendo
un paquete de pañuelos.
Julio 2017
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