viernes, 14 de julio de 2017

TÚ, YO Y EL CHICO DEL PERRO


-          ¿Así que estás en la fase donde todo se mide? –afirma más que pregunta mi amiga.

Por unos instantes me quedo pensativa y luego suelto una carcajada.

-          Sí, hombre. Esa fase en que le quieres buscar un sentido oculto a todo. Si no ha contestado inmediatamente ¿será que se está haciendo el interesante o es que pasa y no quiere que me haga ilusiones? Si me ha dicho tal cosa ¿debería tomarlo al pie de la letra? Ha leído mi whatsapp y no ha dicho ni mu. O ha leído mi whatsapp y ha contestado al segundo. Si esto y lo otro y lo de más allá –se detiene y me guiña un ojo-. Así que estás en esa fase ¿no?

-          Pues es una tranquilidad saber que eso no me pasa sólo a mí. Estaba empezando a preocuparme y a pensar que me había vuelto paranoica.

-          No, mujer, tranquila. Estás en la fase uno.

-          ¿Fase uno?

-          Sí, luego se pasa a la fase dos.

-          ¿Fase dos? –miro a mi amiga con cara de no entender.

-          A ver, cielo, deja de repetir todo lo que digo, que pareces nueva.     

-          Bueno, podría decirse que sí. Pensaba que una vez superada la adolescencia y tierna juventud estas cosas ya no pasaban. ¡Se me habían olvidado todas estas tonterías!

-          Pues claro que pasan –sentencia con aire de mujer experimentada.

Realmente, Margarita se casó hace casi veinte años y tiene tres hijos. Carlos le estuvo cantando aquello de Margarita se llama mi amor durante tres meses hasta que logró conquistarla. Ella se hacía de rogar, pero el día que Carlos se plantó en la fiesta de fin de curso del Colegio Mayor con la tuna descubrió que era el hombre de su vida. Y acertó. Los dos acertaron. La niña mayor tiene dieciocho años, así que me imagino que estará reviviendo las sensaciones de esa época. Y por eso está tan puesta en el tema. Si no de qué.

-          ¿Fase dos? –vuelvo a preguntar riéndome        

-          Pues ahí es cuando ya la cosa empieza a estar un poco más clara. Lleváis con el que sí que no un par de meses. Y si al tío no le interesas, ya ha desaparecido. Pero si después de varias semanas sigue dando señales de vida, es que algo hay.

-          ¿Tú crees? –pregunto levantando una ceja para que quede constancia de mi escepticismo.

-          Que sí mujer, que tienes que tener más confianza en ti –sentencia.

-          A ver, Margarita, que yo confianza tengo. Que ya soy mayorcita.

Ahora la que levanta la ceja es ella.

-          Mira, vamos a preguntar al primer hombre con pinta normal que pase por aquí.

-          Deja de decir idioteces.

Empieza a mirar alrededor y a girarse. Se pone la mano como visera para otear en el horizonte.

-          Ese de ahí no, que es muy mayor…. A ver… ese otro tiene una pinta de raro... Nada, nada… A ese no le preguntamos.

De pronto se detiene en seco, me mira y eleva el brazo para señalar a un pobre chico que se acerca tranquilamente paseando a su perro sin saber la que le va a caer encima. Yo la agarro del otro brazo e intento disuadirla. Sin éxito, claro. Hoy Margarita se ha tomado muy en serio su papel de mejor amiga.

-          Perdona, disculpa…

Se acerca decidida y tira de mí. Yo me suelto y me coloco muerta de vergüenza detrás de ella. El chico del perro, de unos treinta y muchos, se quita los auriculares y sonríe con amabilidad.

-          Verás, estamos haciendo una encuesta –se mete la mano en el bolso y saca una libreta pequeña y un bolígrafo-. Necesitamos el punto de vista masculino para resolver la siguiente situación: si un chico está varias semanas con una chica que sí, que no, mensajitos, te llamo, hablamos y tal ¿él está interesado en ella?

El chico del perro nos mira y se echa a reír.  

-          Hombre, necesitaría más datos.

Así que Margarita se los da. Yo ya he dejado de ocultarme porque me da la sensación de que hago el ridículo más que mi amiga. La conversación se va volviendo cada vez más interesante hasta que llega un momento en que él sugiere que la continuemos sentados tomando algo en una terraza que está justo donde nos hemos parado.

-          Chica, estás que te sales –me susurra Margarita-. Has ligado.

Yo contengo la risa, niego con la cabeza y nos sentamos. Pedimos tres cafés. Margarita y el chico del perro, que se llama Héctor, continúan entusiasmados la conversación. Él me mira mucho, eso es verdad, como buscando mi aprobación. En ese momento suena mi teléfono. Entran tres whatsapps seguidos. Los dos se interrumpen y me miran fijamente. Yo detengo mi mano antes de meterla en el bolso en busca del móvil sin saber muy bien qué hacer.

-          ¿No vas a leerlos? –pregunta Héctor.

-          Sí, claro –contesto desafiante.

Rescato mi móvil del fondo del bolso y toco la pantalla. Me miran expectantes. Alzo la mirada.

-          ¡Es mi madre!

Tras un instante de desconcierto, los tres echamos a reír.

-          Tres tintos de verano ¿os parece bien? Este momento merece un brindis –dice levantando la mano para avisar al camarero.

A Margarita le entra su famosa risa floja. Imposible no contagiarse. Un par de minutos después, entre lágrimas, los tres acabamos compartiendo un paquete de pañuelos.



                                   Julio 2017




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