sábado, 1 de julio de 2017

ELLA Y ÉL




-          María, sube al coche por favor.

Ella le miró con una media sonrisa que más parecía una mueca y siguió caminando por el arcén.

-          Venga, esto es absurdo –insistió él inclinando el cuerpo hacia la ventanilla bajada del copiloto, mientras circulaba lentamente con las luces de avería parpadeando-. Cielo, que es peligroso. Sube por favor.

-          ¿Cielo? –repitió ella con desdén sin detenerse- ¿Cielo? ¡Cielo tu madre, hombre!

-          A ver, sé razonable. Estamos en medio de la nacional y puede ocurrir una desgracia… ¡Por favor!

-          ¡Que no subo y no subo!

-          Venga, churri…

Se detuvo en seco.

-          ¿Churri? ¿Ahora nos hemos vuelto macarras o qué?

-          Tienes razón. Es que ya no sé ni lo que digo. Estoy nervioso. María, por favor, que vas caminando por el arcén de la nacional y yo a diez por hora con las luces puestas y los coches pasándome a ras y… y….

-          ¡Que te den! –sentenció para seguir su paseo por el arcén, como quien pasea por el parque.

Hacía calor. Pero no le importaba. Disfrutaba de los rayos del sol acariciando su piel. Se detuvo un momento para rebuscar en su bolso y se puso las gafas de sol. Entonces él acercó el coche con cuidado al arcén y lo detuvo. Se puso el chaleco reflectante y agarró otro para ella. En dos zancadas se puso a su lado.

-          Ten, póntelo –dijo acercándoselo.

Ella se apartó de él y continuó, aligerando el paso. Nicolás no se dio por vencido y le puso el chaleco por encima de los hombros. Esta vez se lo permitió porque reconocía que era mejor así.

-          Mira, te prometo que de aquí a casa no vuelvo a poner la retransmisión del partido. De verdad. Oímos lo que tú quieras.

-          Ah, ¿ahora sí? –le señaló con un dedo acusador-. O sea, que tengo que montar una escenita del carajo para que no me martirices con el maldito partido.

-          Bueno, no sabía que te molestaba tanto…

-          Esa es la pena. Que no lo sabes. Que no nos conocimos ayer, guapo. Y yo ya estoy harta de que pases de todo y de lo que me puede gustar o no. Así que la que pasa ahora soy yo -dijo remprendiendo la marcha, a la vez que se colocaba bien el chaleco.

-          A ver, ahora no saques las cosas de quicio. Total, no estaba haciendo mal a nadie. Sólo quería oír el partido.

-          Nicolás, no puedo más con los partidos. Hay fútbol todos los días a todas horas. Y tú estás como obsesionado. Fútbol en el coche, fútbol en casa…  ¡Que no puedo más! Y ya está.

-          ¿Y ya está qué?

-          Pues que me voy. Me largo. Me voy a vivir yo solita a una casa donde no tenga que estar aguantando a todas horas el maldito fútbol. Porque, claro, además hay que escucharlo a miles de decibelios para acabar de enloquecer.

Él se detuvo en seco y tiró de su brazo.

-          María, eso no lo digas ni en broma.

Ella se giró. Le miró de arriba abajo. Un camión de gran tonelaje pasó a toda velocidad con  estruendo. Esperó unos segundos a que se alejara para que él le pudiera oír bien.

-          Es que no es broma –se detuvo unos instantes, tomando tiempo para pensar bien lo que iba a decir-. Mira, estos minutos paseando por el arcén han sido la mayor aventura que he corrido en los últimos años. Me he sentido libre, más ligera, como si me desprendiera por fin de una mochila que me impedía avanzar… ¡No me interrumpas! Déjame acabar. Me aburro, Nicolás. Nuestra vida ha entrado en una rutina tal que pasear por un arcén a 35 grados y con los camiones rozándome me parece lo más. Y yo quiero algo más, necesito algo más. Y tú ni te enteras.

Él la miró. Se sintió como si le hubieran golpeado. Como si el camión le hubiera pasado por encima. Se mordió los labios resecos, intentando decir algo coherente.

-          Yo te quiero, María. Yo te quiero de verdad.

En ese momento, escucharon cómo se acercaba el sonido insistente de una sirena. Un coche de la guardia civil se detuvo junto a ellos. Los dos se miraron sorprendidos, a la vez que él mascullaba algo y se llevaba una mano a la cabeza.

-          ¿Tienen algún problema?

-          ¿Problema? –contestó María-. ¿De verdad quiere que se lo cuente?

-          Verá, agente –se apresuró Nicolás-. El coche se ha parado, no sé qué pasa que no arranca. Y hemos echado a andar porque me parecía que había por aquí una gasolinera cerca, pero creo que me he equivocado.

-          No ha dejado el vehículo debidamente señalizado. Hagan el favor de regresar al vehículo inmediatamente antes de que ocurra una desgracia.

-          Sí, por supuesto. Ahora mismo.

-          Y que sepan que les vamos a poner una multa por imprudencia.

-          Una multa, claro. Ahora mismo nos vamos -dijo cogiendo a María de la mano y comenzando a retroceder.

Unos minutos después, con el papelito de la multa sobre el salpicadero, se reincorporaban a la carretera, mientras sonaba de fondo la música de Los Secretos.

-          Me han hablado de un sitio nuevo que han abierto no lejos de casa. Podríamos ir a cenar esta noche –dijo mirándola de reojo-. ¿Te apetece?

-          ¿Salir a cenar? ¿Hoy? ¿Así, sin planificar? ¿No hay partido?

-          Me apetece mucho más salir contigo. ¿Te parece bien, cie…? Esto... ¿te parece bien?

Unos instantes de silencio.

-          Bueno, venga.

-          Estupendo. Me han dicho que está genial. Oye, hace mucho que no oía esta canción. Qué buena ¿verdad?

-          Sí, sí que es buena. Si quieres subo un poco el volumen… ¿Cuántos ceros tiene la multa?

Y los dos soltaron una carcajada. A la vez. Juntos.



Julio 2017

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