-
María,
sube al coche por favor.
Ella le miró con una media sonrisa que más parecía una mueca
y siguió caminando por el arcén.
-
Venga,
esto es absurdo –insistió él inclinando el cuerpo hacia la ventanilla bajada
del copiloto, mientras circulaba lentamente con las luces de avería
parpadeando-. Cielo, que es peligroso. Sube por favor.
-
¿Cielo?
–repitió ella con desdén sin detenerse- ¿Cielo? ¡Cielo tu madre, hombre!
-
A
ver, sé razonable. Estamos en medio de la nacional y puede ocurrir una desgracia…
¡Por favor!
-
¡Que
no subo y no subo!
-
Venga,
churri…
Se detuvo en seco.
-
¿Churri?
¿Ahora nos hemos vuelto macarras o qué?
-
Tienes
razón. Es que ya no sé ni lo que digo. Estoy nervioso. María, por favor, que
vas caminando por el arcén de la nacional y yo a diez por hora con las luces
puestas y los coches pasándome a ras y… y….
-
¡Que
te den! –sentenció para seguir su paseo por el arcén, como quien pasea por el
parque.
Hacía calor. Pero no le importaba. Disfrutaba de los rayos
del sol acariciando su piel. Se detuvo un momento para rebuscar en su bolso y
se puso las gafas de sol. Entonces él acercó el coche con cuidado al arcén y lo
detuvo. Se puso el chaleco reflectante y agarró otro para ella. En dos zancadas
se puso a su lado.
-
Ten,
póntelo –dijo acercándoselo.
Ella se apartó de él y continuó, aligerando el paso. Nicolás
no se dio por vencido y le puso el chaleco por encima de los hombros. Esta vez
se lo permitió porque reconocía que era mejor así.
-
Mira,
te prometo que de aquí a casa no vuelvo a poner la retransmisión del partido.
De verdad. Oímos lo que tú quieras.
-
Ah,
¿ahora sí? –le señaló con un dedo acusador-. O sea, que tengo que montar una
escenita del carajo para que no me martirices con el maldito partido.
-
Bueno,
no sabía que te molestaba tanto…
-
Esa
es la pena. Que no lo sabes. Que no nos conocimos ayer, guapo. Y yo ya estoy
harta de que pases de todo y de lo que me puede gustar o no. Así que la que
pasa ahora soy yo -dijo remprendiendo la marcha, a la vez que se colocaba bien
el chaleco.
-
A
ver, ahora no saques las cosas de quicio. Total, no estaba haciendo mal a
nadie. Sólo quería oír el partido.
-
Nicolás,
no puedo más con los partidos. Hay fútbol todos los días a todas horas. Y tú
estás como obsesionado. Fútbol en el coche, fútbol en casa… ¡Que no puedo más! Y ya está.
-
¿Y
ya está qué?
-
Pues
que me voy. Me largo. Me voy a vivir yo solita a una casa donde no tenga que
estar aguantando a todas horas el maldito fútbol. Porque, claro, además hay que
escucharlo a miles de decibelios para acabar de enloquecer.
Él se detuvo en seco y tiró de su brazo.
-
María,
eso no lo digas ni en broma.
Ella se giró. Le miró de arriba abajo. Un camión de gran tonelaje
pasó a toda velocidad con estruendo. Esperó
unos segundos a que se alejara para que él le pudiera oír bien.
-
Es
que no es broma –se detuvo unos instantes, tomando tiempo para pensar bien lo
que iba a decir-. Mira, estos minutos paseando por el arcén han sido la mayor
aventura que he corrido en los últimos años. Me he sentido libre, más ligera,
como si me desprendiera por fin de una mochila que me impedía avanzar… ¡No me
interrumpas! Déjame acabar. Me aburro, Nicolás. Nuestra vida ha entrado en una
rutina tal que pasear por un arcén a 35 grados y con los camiones rozándome me
parece lo más. Y yo quiero algo más, necesito algo más. Y tú ni te enteras.
Él la miró. Se sintió como si le hubieran golpeado. Como si
el camión le hubiera pasado por encima. Se mordió los labios resecos,
intentando decir algo coherente.
-
Yo
te quiero, María. Yo te quiero de verdad.
En ese momento, escucharon cómo se acercaba el sonido
insistente de una sirena. Un coche de la guardia civil se detuvo junto a ellos.
Los dos se miraron sorprendidos, a la vez que él mascullaba algo y se llevaba
una mano a la cabeza.
-
¿Tienen
algún problema?
-
¿Problema?
–contestó María-. ¿De verdad quiere que se lo cuente?
-
Verá,
agente –se apresuró Nicolás-. El coche se ha parado, no sé qué pasa que no
arranca. Y hemos echado a andar porque me parecía que había por aquí una
gasolinera cerca, pero creo que me he equivocado.
-
No
ha dejado el vehículo debidamente señalizado. Hagan el favor de regresar al
vehículo inmediatamente antes de que ocurra una desgracia.
-
Sí,
por supuesto. Ahora mismo.
-
Y
que sepan que les vamos a poner una multa por imprudencia.
-
Una
multa, claro. Ahora mismo nos vamos -dijo cogiendo a María de la mano y
comenzando a retroceder.
Unos minutos después, con el papelito de la multa sobre el
salpicadero, se reincorporaban a la carretera, mientras sonaba de fondo la
música de Los Secretos.
-
Me
han hablado de un sitio nuevo que han abierto no lejos de casa. Podríamos ir a
cenar esta noche –dijo mirándola de reojo-. ¿Te apetece?
-
¿Salir
a cenar? ¿Hoy? ¿Así, sin planificar? ¿No hay partido?
-
Me
apetece mucho más salir contigo. ¿Te parece bien, cie…? Esto... ¿te parece
bien?
Unos instantes de silencio.
-
Bueno,
venga.
-
Estupendo.
Me han dicho que está genial. Oye, hace mucho que no oía esta canción. Qué
buena ¿verdad?
-
Sí,
sí que es buena. Si quieres subo un poco el volumen… ¿Cuántos ceros tiene la
multa?
Y los dos soltaron una carcajada. A la vez. Juntos.
Julio 2017
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