sábado, 23 de septiembre de 2017

CUANDO NO TE CONOCÍA (III)


Dolores miró con cariño a los dos jóvenes que esperaban expectantes su respuesta. Durante unos largos segundos se hizo el silencio, sólo interrumpido por el chisporroteo alegre de la chimenea. Respiró hondo, como rindiéndose ante lo inevitable.

-          Tu tía Sara.

-          ¿Mi tía Sara? La que murió hace muchos años… Claro, tiene sentido. Pero la tía Olga se ponía triste al hablar de ella, así que apenas sé nada –frunció el ceño por un momento-. ¿Hay algo raro en esta historia?

-          ¿Por qué lo preguntas?

-          Pues porque los cuadros transmiten amor. Son más que bonitos… buenos, diría yo. Pero, no sé, cómo decir… hay algo triste en ellos.

La anciana movió casi imperceptiblemente la cabeza.

-          Olga era una buena pintora. Si hubiese querido y hubiese sido más constante, estoy segura de que habría llegado lejos.

Volvió a guardar silencio. Su rostro adoptó una expresión soñadora.

-          Se llamaba Nuño. Todas estábamos un poco enamoradas de él –sonrió-. Llegó un buen día al pueblo, un verano, así de repente. No venía mucha gente desconocida, así que en seguida llamó la atención. Era joven, tenía unos treinta años. Alto, muy moreno, distinguido a pesar de que vestía con sencillez. Los primeros días se alojó en la fonda. Buscaba trabajo y el padre Antonio le presentó a don Miguel, ya sabéis, el dueño de la mayor parte de las tierras de por aquí.

Ambos asintieron con la cabeza, sin decir nada para no interrumpir la que adivinaban sería la respuesta que buscaban. 

-          Así que empezó a trabajar. Era amable, aunque hablaba poco. Muchos días, después de la jornada de trabajo, se acercaba al bar a tomar un vino. No es que rehuyera el contacto con la gente. Al contrario, su actitud era perfectamente normal, pero como nadie lograba sacarle mucha información sobre su vida, parecía como si estuviera rodeado de un cierto misterio. Lo único que no podía ocultar es que era extranjero.

-          ¿No era español? –preguntó sorprendido su nieto.

-          ¿De dónde era? –quiso saber Carmen.

-          Era portugués. Su castellano era muy bueno y a las pocas semanas de llegar era casi perfecto. Ya os podéis imaginar que todos estábamos muy intrigados de por qué este portugués había acabado viviendo entre nosotros. Pero como era una persona amable y correcta, que se había adaptado muy bien a la vida del pueblo, poco a poco se convirtió en un habitante más. -Dolores detuvo en este punto su relato, incorporándose-. Se nos van a enfriar las verduras.

-          Ya voy yo, abuela. No te levantes –dijo Manuel recogiendo los platos soperos.

-          ¿Y por qué es el protagonista de los cuadros? ¿Se enamoró de Sara? –preguntó Carmen con curiosidad.

-          Como he dicho al principio, todas estábamos un poco enamoradas de él. Bueno, yo me acababa de casar, pero no puedo negar que era un muchacho muy atractivo y entiendo que las jovencitas suspiraran por él. Sin embargo, desde el principio, Nuño sólo tuvo ojos para Sara. Fue un flechazo. Para los dos. -Se detuvo unos instantes antes de proseguir, moviendo la cabeza-. Pero tu tío bisabuelo Adolfo no estaba contento.

-          ¿Por qué no? Si era trabajador, educado, en fin, una persona normal por lo que dices.

-          Pero era extranjero, no sabíamos nada de su vida anterior ni de su familia. Y eso a Adolfo le pesaba. Era un hombre muy conservador, muy apegado a lo de toda la vida. Y Nuño no entraba en sus esquemas. Sara era su hija pequeña. Tenía veinte años entonces.

Manuel dejó la fuente de verduras gratinadas sobre la mesa.

-          Hablamos de los años cincuenta ¿no? Así que Sara estaba ya en edad de casarse. Sí, se llevaban diez años, pero tampoco me parece una diferencia exagerada ¿no?

-          Adolfo no lo consintió. Pero Sara y Nuño se habían enamorado. Profundamente. Con un amor a prueba de todo. Eran muy discretos. Se veían cuando podían. Sara no quería desobedecer a su padre y Nuño lo intentó todo para conseguir su consentimiento pero no hubo manera. ¡Terco como una mula! Carmen, come que se enfría.

Se llevó el tenedor a la boca y saboreó las verduras, todavía calientes cubiertas por el queso fundido. Deliciosas.

-          Me tiene que pasar la receta.

-          Es muy fácil, hija. Aunque no sé si en Madrid encontrarás verduras tan buenas.

-          Pero después de acabar la historia de Sara y Nuño, por favor –dijo sonriendo y juntando las manos en señal de súplica.

-          Sí, por favor, abuela. Sigue. ¿Qué pasó?

-          Se fugaron. Eso es lo que pasó. Si el terco de tu tío bisabuelo no se hubiera opuesto, habría evitado mucho sufrimiento.

-          ¿Se fugaron? ¿A dónde?

-          A Lisboa. Bueno, a una localidad cerca de Lisboa, junto al mar. Antes de irse, le contó a Olga lo que iban a hacer. Sara no quería perder el contacto con su familia, pero no podía vivir sin Nuño, ni Nuño sin ella. Era el día de la romería y aprovecharon el bullicio para marcharse. Lo primero que hicieron fui ir a Huesca, a casarse. Nuño era un caballero y no habría hecho nunca nada que hubiera puesto en entredicho el buen nombre de Sara.

Carmen repasó mentalmente los cuadros. La pareja mirando al mar. Claro, en la costa de Lisboa. El amor profundo que transmitían los cuadros, que habían quedado impregnados de la tristeza de su autora. Olga echaba de menos a su hermana. Era feliz porque estaba con el hombre adecuado, pero para eso habían tenido que pagar un precio muy alto.  

-          ¿En qué piensas?

Carmen levantó la mirada y sintió los ojos de Manuel que se clavaban en los suyos.

-          Ya no hay amores así. Sólo existen en las novelas –suspiró encogiendo los hombros.

-          ¿Eso crees? Pues por lo que cuenta mi abuela este amor fue muy real. –Siguió observándola fijamente unos instantes, hasta que Carmen sintió molesta que se estaba empezando a ruborizar-. Abuela, ¿Sara volvió? ¿Siguió en contacto con vosotras?

Dolores negó tristemente con la cabeza.

-          No, no volvió. Adolfo nunca la perdonó. Pero no dejó de escribirnos. No perdimos el contacto. Nos mandaba fotos. Por eso tu tía pudo dibujar los cuadros. Hasta que quince años después, Olga recibió una carta de Nuño.

Carmen sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

-          Sara había muerto al dar a luz a su cuarto hijo. Una carta desgarradora en la que daba gracias a Dios por haber disfrutado de quince años de total felicidad junto a ella. Mucho más de lo que muchos pueden decir.

Se volvió a hacer el silencio. Cada uno ensimismado en sus pensamientos, asimilando la historia de Sara y Nuño.

-          Qué desenlace más triste –exclamó finalmente Manuel.

-          Sí, hijo, pero te aseguro que de todas las parejas que he conocido a lo largo de mi vida, ninguna como ellos representaron el amor en mayúsculas. Me gustaría ver esos cuadros. Hace años que no los veo.

-          Claro, Dolores. ¿Qué le parece si mañana le devuelvo la invitación? No prometo una comida tan suculenta como esta, pero podrían venir a media mañana, rebuscamos por el estudio y se quedan a comer.

-          Me parece un plan estupendo. ¿Te parece bien, Manuel?

-          Me parece perfecto. Y ahora creo que nos está esperando ese flan que sólo tú eres capaz de hacer –sonrió.

-          Yo no puedo más –comenzó a protestar Carmen.

-          Nadie dice que no al flan casero de mi abuela –amenazó con una cuchara entre risas-. Y después por la tarde regreso a Huesca. ¿Estarás aquí el próximo fin de semana?

Carmen le sostuvo la mirada.

-          No sé…

-          Creo que tú y yo tenemos muchas cosas de qué hablar.

-          Yo os dejo ya, hijos. Estoy cansada. Manuel, acompañas a Carmen a su casa ¿verdad?

-          Por supuesto, abuela. Soy un caballero a la vieja usanza. Todavía quedamos algunos ¿sabes? –dijo con su mirada penetrante.

Carmen sintió contrariada que volvía a ruborizarse como una quinceañera.

-          Y por lo que veo, todavía quedan damas como las de antes.

Ella volvió a sostenerle la mirada. Con dulzura. Y esta vez fue él quien sintió, contrariado, algo que hacía mucho tiempo que no sentía. O que quizás no había sentido nunca. Desde la puerta, la anciana se giró y sonrió satisfecha, reconociendo lo que allí pasaba. «Es igual que Sara», murmuró feliz.

Septiembre 2017

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