-
Ve
despacio que el desvío ya debe de estar cerca.
- ¿Cómo
de cerca?
- Exactamente
no lo sé –respondió ella sin apartar la vista del mapa arrugado-. Pero cerca. Hemos
pasado la indicación a la carretera comarcal hace un par de kilómetros, así que
enseguida.
-
Enseguida,
ya.
-
No
te pongas irónico que no te queda nada bien. Ve despacio.
-
Tengo
un coche detrás –dijo él mirando por el retrovisor.
-
Pues
que se aguante… A ver… -levantó el dedo índice de la mano derecha, mientras con
la izquierda se aceraba el mapa a los ojos-. ¡Ahí! ¡Era ahí! ¡Te lo has pasado!
-
¿Qué
me lo he pasado? –dijo girando la cabeza hacia atrás.
-
Sí,
te he dicho que fueras despacio. Es que vas como un loco.
-
Hombre,
como un loco…. ¡Voy a setenta! –exclamó levantando un tanto el tono de voz.
-
¡Para!
No sigas.
-
¿Cómo
que pare? Que llevo un coche detrás.
El vehículo les adelantó a toda velocidad, haciendo sonar el
claxon.
-
Será
capullo. ¿Es que no sabes leer un mapa? –preguntó nervioso.
-
Oye,
guapo. Sé leer un mapa perfectamente, pero éste es una porquería y es muy
esquemático. E igual que tú, no conozco esta carretera. Mira, pon el
intermitente, ahí puedes parar.
Obedeció entre resoplidos y aminoró la marcha hasta detenerse.
Ella abrió la puerta y comenzó a descender.
-
¿Se
puede saber qué haces?
Sin contestarle, bajó del coche y dio la vuelta hasta
colocarse junto a la puerta del conductor.
-
Sal.
-
¿Cómo
que sal? –preguntó extrañado bajando la ventanilla.
-
Ahora
conduzco yo y tú te encargas de dirigir la operación –dijo extendiéndole el
mapa arrugado-. ¿No eres tan listo? Pues venga, sal por favor.
-
Así
no llegaremos nunca.
-
Ahórrate
el discurso machista que estamos en el siglo XXI.
Refunfuñando salió con el mapa en la mano y le sostuvo la
puerta, mientras se miraban con una sonrisa forzada.
-
¿Y
esto? ¿Te parece machista que aguante la puerta?
-
No,
cariño. Me parece educación, porque a veces tienes mal humor pero eres una
persona muy educada –sonrió ella acomodándose frente al volante y poniéndose el
cinturón-. Y ahora, sube por favor o no llegaremos nunca.
Cerró la puerta con cuidado y suspiró. Sólo a él se le
ocurría secundarla en sus ideas extravagantes. Ahora se le había ocurrido hacer
un estudio que implicaba encontrar unas iglesias románicas ocultas en lugares
perdidos y alejados de la civilización. Había que encontrar tres y esta era sólo
la primera. Puso el coche en marcha, metió la primera y, mirando con cuidado
que no viniera nadie –que quién iba a venir por esa carretera remota, aparte
del capullo que les había adelantado hacía unos minutos- se incorporó y se
dispuso a retroceder hasta el desvío que habían dejado atrás. Como hacía siempre
que conducía con especial atención, se inclinó ligeramente hacia delante y
entornó los ojos. Esos ojos verdes, medio ocultos por el flequillo, que no se cansaba
de mirar. A pesar de todo. A pesar de que fuera una historiadora embrujada por
las historias que reconstruía. Sintiéndose observada, giró un segundo la cabeza
hacia él. Y se rió.
-
¿Qué
haces mirándome? El mapa es lo que tienes que mirar. ¡Es ahí! –puso el
intermitente y giró a la izquierda para tomar un camino de tierra.
-
¿Estás
segura?
-
No
lo sé. Mira el mapa e ilumíname con tu sabiduría. Ahora en serio, no conozco
este sitio pero yo diría que sí. ¿A ti qué te parece?
Miró por primera vez el mapa con detenimiento. Efectivamente,
era un tanto esquemático.
-
Podría
ser, sí –admitió él.
-
Y
si no, pues damos la vuelta y en paz. Tenemos todo el día por delante. Y además
el paisaje es precioso ¿verdad?
El camino no estaba en buen estado, así que decidieron
detenerse en una parte donde se ensanchaba ligeramente y continuar a pie. El sol
lucía radiante en aquella mañana de otoño. Aun así, se pusieron los abrigos
porque apenas eran las diez de la mañana. Habían pasado la noche en un pueblecito
a una hora de aquella carretera perdida, para poder aprovechar bien el día. Había
que localizar tres iglesias alejadas de todo. Ella sacó una pequeña mochila del
maletero.
-
¿Quieres
que te la lleve?
-
No
te preocupes, no pesa nada.
-
¿Qué
llevas ahí?
-
Nada.
–Se giró hacia él con una sonrisa que iluminaba su cara-. Es un día precioso
¿verdad? ¿Has visto qué luz? Y los colores del otoño. Impresionante.
Comenzaron a andar a buen ritmo. El camino avanzaba entre
curvas con una leve pendiente hasta adentrarse en una zona más boscosa. Al cabo
de media hora, ella se detuvo y miró hacia atrás.
-
Nos
lo hemos pasado.
-
¿Tú
crees? –preguntó mirando alrededor-. No hemos visto ningún otro camino.
-
En
el pueblo nos dijeron que desde que empezaba el camino de tierra sólo había que
caminar unos quince o veinte minutos y ya llevamos media hora a buen paso.
-
Ya
sabes que eso del tiempo es relativo –empezó él, pero ella le interrumpió.
-
No,
lo presiento. Media vuelta.
-
A
la orden, jefa. Es tu iglesia.
-
Sabes
que te agradezco mucho que vengas conmigo. Lo sabes ¿verdad? –dijo clavándole aquellos
ojos verdes.
-
Pues
claro que vengo contigo. No pretenderás que te deje sola por estos andurriales.
Ella le besó suavemente en los labios y tiró de él. Diez
minutos más tarde, ralentizó el paso y empezó como a husmear, acercándose al
borde del camino a tocar los árboles y las piedras. Volvió a extender el mapa. Adelantó
unos pasos, retrocedió otra vez, se detuvo observándolo todo hasta que lanzó un
grito de euforia.
-
¿Qué
pasa? –preguntó sobresaltado.
-
¡Es
por aquí! –dijo señalando victoriosa unos matorrales-. Ayúdame, por favor.
Él la miró incrédulo, mientras ella empezaba a apartar la
maleza. Junto a aquel árbol inmenso sólo veía matorrales. Pero sabía que tenía
un sexto sentido y que la tarde anterior había mantenido una larga conversación
con el viejo párroco, mientras él se había quedado tomando un café en el bar
del pueblo.
-
Don
Fernando dijo que era un árbol más grande que los demás. Que hacía mucho que no
se recuperaba el camino pero que con un poco de atención y de fe lo
encontraría. ¡Mira! Aquí está la montañita de piedras que han dejado los
caminantes que nos han precedido.
Contempló su figura esbelta, el cabello despeinado que enmarcaba
su rostro iluminado por la emoción del descubrimiento y el brazo que señalaba con
respeto aquel montón de piedras. Se agachó y añadió dos piedras. A través de
los matorrales se adivinaba un sendero. Pocos minutos más tarde se encontraban
frente a una pequeña iglesia de piedra que se mantenía en pie, desafiando el
paso del tiempo. Ella se giró y le abrazó entusiasmada a la vez que le susurraba:
«¡Hombre de poca fe!». Se
desprendió de la mochila, abrió la cremallera y sacó un termo. Lo destapó y sirvió
el café, todavía humeante, en dos vasos de plástico. Le extendió uno.
-
Vaya,
qué lujo. ¿Cómo se te ha ocurrido? –dijo llevándose el vaso a los labios.
-
¿Un
trozo de bizcocho? –preguntó sonriendo.
-
¿Bizcocho
también? Un café caliente, bizcocho casero, una preciosa iglesia románica y una
mujer guapa ¿Qué más puedo pedir?
Contemplando en silencio la iglesia, acabaron el frugal
desayuno que les pareció un festín. Volvieron a guardar el termo y los vasos en
la mochila. Se acercaron a la puerta, enmarcado por un sencillo pórtico de
piedra tallada. La empujaron pero no cedió. Estaba cerrada por un candado. Entonces
ella comenzó a rebuscar en una cremallera lateral de la mochila y sacó una
llave que agitó ante sus ojos.
-
¿Y
esa llave?
-
Me
la dejó ayer don Fernando. Debería encajar… Sí, a ver, cuesta un poco pero…
¡sí! –exclamó con emoción a la vez que el candado emitía un chasquido.
Con cuidado empujó la puerta. Ante sus ojos la pequeña iglesia
desveló su contenido. Una sola nave cubierta por una bóveda que conservaba
restos de pintura azul oscura sobre la que se extendían cientos de estrellas. Recorrieron
la nave observando atónitos aquellas pinturas. Ella se dejó caer sobre el suelo
para observar mejor aquel cielo estrellado y se echó a reír a la vez que
exclamaba: «¡Lo sabía! ¡Lo sabía!».
Entonces él lo supo. La observó allí echada sobre el suelo
frío de aquella iglesia olvidada, los ojos verdes fijos en la bóveda
estrellada, con las mejillas arreboladas por la emoción, irradiando felicidad.
Fue como si un rayo le hubiera sacudido. Fue entonces cuando vio con total claridad
que su destino estaba escrito junto al de ella y que la acompañaría siempre a
descubrir todas las piedras que ella buscara.
Noviembre 2017
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