A esta hora nuestra cafetería preferida está tranquila. Mi
amiga me ha citado un sábado a una hora un tanto intempestiva porque tiene algo
importante que contarme. Son las cuatro de la tarde y hasta dentro de una hora
por lo menos la mayoría de los mortales estará de sobremesa o durmiendo plácidamente
la siesta, precisamente lo que a mí me gustaría estar haciendo en estos momentos. Cualquiera de las dos cosas. Pero
soy incapaz de resistirme a las llamadas de Marta. Quedar con ella es sinónimo
de risas y después de una semana un tanto gris, sé que su última ocurrencia resultará
más efectiva que una sesión en el psicólogo.
-
¿Sabes
qué te digo? –exclama inclinándose sobre la mesa de mármol con los ojos muy
abiertos.
-
Dime.
-
He
descubierto que tengo poderes mágicos.
Levanto los
ojos de mi taza de té y la miro. Como siempre, está perfecta. No importa el día
o la hora pero Marta tiene esa habilidad innata de ponerse cualquier cosa y
estar ideal de la muerte. Sus mechas claras que nunca se ponen de color pollo, ni
un pelo fuera de sitio. La blusa de seda que cae impecable sobre sus hombros,
como hecha a medida. El colgante que lleva le queda justo en el centro del
cuello y nunca se mueve de su sitio. Ya hace tiempo que renuncié a estar a su
altura. Aun así, en un acto reflejo me llevo la mano al flequillo y miro mi
imagen en el espejo que está a su espalda. Por supuesto, se ha rebelado.
Prometo que me he peinado y me he pasado la plancha alisadora veinte veces
antes de salir de casa.
-
¿Cómo
dices? –Esto sí que no me lo esperaba. Siempre termina sorprendiéndome, a pesar
de que nos conocemos desde hace tropecientos años.
-
Sí,
sí. Soy capaz de convertir a príncipes en ranas. Como lo oyes.
Ahora soy yo
la que se inclina sobre la mesa de mármol.
-
Explícate
mejor.
-
Pues
verás. Es muy sencillo. Tengo la facultad de besar a un príncipe y al cabo de
poco tiempo se convierte en una rana. ¡Es infalible!
-
Ya…
-
Y
como me doy cuenta de que esto ha sucedido en varias ocasiones, he llegado a la
conclusión de que tengo ese poder mágico.
Nos miramos
y nos echamos a reír.
-
O
sea, al revés que en el cuento ¿no? Te recuerdo que lo habitual es justamente
lo contrario. La princesa besa a una rana y ésta, por arte de magia, se
convierte en príncipe.
-
Exactamente.
Pues a mí me pasa al revés –sentencia volviéndose a apoyar en el respaldo de la
silla y cruzando los brazos.
Yo
imito su movimiento y mantengo una media sonrisa.
-
A
ver ¿qué ha pasado con Fernando? Porque hablamos de Fernando ¿no?
-
Pues
claro. Es que me encanta que seas mi amiga porque eres la más inteligente de todas
las personas que me rodean.
-
Déjate
de tonterías y al grano.
-
Pues
ya sabes que me gustaba mucho.
-
¿Te
gustaba? ¿En pasado?… ¡Pero si estabas superenamorada y era el hombre de tu
vida!
-
Pues
ya ves. Una decepción enorme. También Fernando se ha convertido en rana –dice agitando
su espectacular melena. Instintivamente, vuelvo a llevarme la mano al flequillo y peleo
sin éxito con mi mechón rebelde.
-
¿No
será que esperas demasiado? A ver, Marta. Que ya tenemos una edad, que ya
deberías saber que los príncipes no existen.
Se me queda
mirando, abre mucho los ojos y ladea la cabeza. El colgante, por supuesto, no
se mueve de su sitio.
-
Chiqui
¿y me lo dices tú? Que ya vas por el tercer marido… –me dice señalándome con un
dedo acusador entre risas.
-
Bueno,
yo al menos lo intento –me defiendo.
-
¿Lo
intentas? ¡Tú te tiras en plancha a una piscina vacía!
-
En
el caso del segundo te doy la razón. Me tiré en plancha, de acuerdo. Pero con
Víctor mira, la cosa va bien.
-
Eso
es verdad –concede magnánima.
En ese
momento se abre la puerta de la cafetería y entra un grupo de amigos. Cuatro
hombres. El local sigue prácticamente vacío pero después de otear unos segundos
el horizonte, toman posiciones justo en la mesa de al lado. Les miro con fastidio,
pero Marta les sonríe con su sonrisa encantadora. Es infalible. Y saludan. Yo
aprovecho para seguir hablando, a ver si captan que esto es una conversación
entre amigas y no son bienvenidos.
-
El
rubio se parece un poco a Fernando. Es del estilo ¿verdad? –me dice en voz
baja.
Con disimulo miro al grupo a través del espejo.
-
No
se parece en nada... Anda ¿por qué no quedas con él y hacéis las paces?
Fernando es muy buen tío. Y te quiere. Pues ya está. Deja de besar a príncipes.
¿Para qué? Si todos se convierten en ranas.
Las dos nos
quedamos en silencio. Parece que mis palabras le hacen reflexionar. Apoyo la cabeza
en mi brazo y sigo mirando a través del espejo. Contemplo los reflejos de los cientos
de cristalitos brillantes que cuelgan de las lámparas de araña y pienso que
habrán sido testigos de un sinfín de conversaciones como esta. Y por un momento
quisiera ser Alicia y sumergirme en su interior y vivir aventuras absurdas. Hasta
que el sonido del móvil me saca de mi ensoñación.
-
Es
mi rana –digo sonriendo-. Dice que por qué no os venís tú y tu rana a cenar
esta noche. ¿Te apetece?
-
Qué
cielo. La verdad es que los cuatro juntos lo pasamos bien… Entonces ¿qué hago?
-
Esa
decisión sólo la puedes tomar tú. Yo no te quiero influir. Si no estás bien,
tampoco se trata de aguantar. –Ahora me siento un poco culpable.
Marta vuelve
a agitar su melena de anuncio y automáticamente cuatro cabezas se giran hacia
nosotras. Ella sonríe complacida.
-
La
verdad es que tienes razón. Con eso de las ranas, quiero decir.
Saca el móvil del bolso y sonríe con dulzura.
-
Mensaje
de Fernando –se detiene unos segundos mientras lo lee. Y levanta la mirada con
seguridad-. De acuerdo. Dile a tu rana que mi rana y yo aceptamos encantados la
invitación.
Entonces se
levanta de repente y me envuelve en un abrazo, a la vez que exclama: «¡No sé qué haría sin ti, chiqui!».
Enero 2018
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