sábado, 10 de marzo de 2018

¿POR QUÉ NO TE DISTE LA VUELTA?


De repente, después de tantos años, estás ahí, justo delante de mí. Claro, no recordaba que eras amigo de Pablo. Y si Pablo celebraba una fiesta a lo grande por su cincuenta cumpleaños, no iba a dejar de invitarte. De hecho, lo conocí por ti. Pero no se me había ocurrido, no se me había pasado por la cabeza ni por un momento. Hace mucho tiempo que desapareciste de mi mente. Es curioso cómo alguien que ha sido tan importante en tu vida puede desaparecer sin dejar rastro. Bueno, un poco de rastro sí, durante muchos meses. Tardé en arrancarte de mi cabeza. Fue un proceso lento, pero poco a poco tu imagen se fue diluyendo, haciéndose borrosa hasta disolverse. Como si no hubieras existido nunca. Todo esto soy capaz de pensarlo en cuestión de segundos, los que los dos necesitamos para recuperar el movimiento y la respiración.

Supongo que se me ha quedado la misma expresión que la que estoy viendo reflejada en tu rostro. Más bien diría que no hay expresión, te has convertido en una piedra. Y yo en otra. Tienes canas, has engordado un poco, no demasiado, y los ojos un poco más pequeños, aunque conservan el brillo que de repente recuerdo. Reaccionamos casi a la vez. Me voy convirtiendo en tu espejo. Sonríes, y yo sonrío. Avanzas un paso, y yo otro. Abres la boca, y yo lo intento pero no se abre. Y todo el rato me llega machaconamente una frase desde algún rincón de mi cerebro. ¿Por qué no te diste la vuelta?

Avanzas otro paso. Yo ya no soy tu espejo y me quedo clavada después de mi primer paso.

-          ¡Eva! ¡No puede ser! ¿Eres tú? –exclama envolviéndome en un abrazo. Me dejo abrazar, mis brazos pasan de mis órdenes y se quedan colgando a ambos lados de mi cuerpo.

Se aparta un poco y me observa. En silencio. Empiezo a ser consciente de cada una de mis más leves arrugas. ¿Cómo me encontrará? Han pasado veinte años. Esboza una media sonrisa, con algo de timidez.

-          Estás… preciosa –dice casi en un susurro-. Apenas has cambiado.

-          Sí, bueno, ya, tan educado como siempre -¡He recuperado el habla!

-          No, no es educación, te lo aseguro. Estás como te recuerdo. Igual, con veinte años más, pero para mí estás igual.

No sé qué decir. Sonrío con timidez y miro al suelo. A ver, nena, ¿quieres subir la cabeza que ya eres una mujer de mediana edad? Entonces consigo levantar la cabeza y volver a mirarle. ¿Por qué no te diste la vuelta?

-          Yo tengo aquí una acumulación de grasa que antes no estaba –dice golpeándose el estómago.

Me río.

-          Estás igual, Charlie. Vale, te ha salido un poco de tripa, con veinte años más, pero igual.

-          ¿Vamos a pedir algo a la barra? Bueno, si te apetece, quiero decir… -se calla.

-          Claro que sí. Habrá que brindar ¿no?

Se pide un gin-tonic en copa de balón. No, en eso no ha cambiado. Yo pido un rosado. Me mira extrañado. Sí, yo he cambiado. «He dejado el alcohol duro», le digo bromeando. Nos acomodamos en la barra y me pregunta qué ha sido de mi vida. ¿Te has casado? ¿Cuántos niños tienes? En fin, lo típico. No, no me he casado y no tengo niños, no. Qué le vamos a hacer. Me vuelve a mirar extrañado, él sabe lo mucho que deseaba ser madre, pero no estaba de Dios, así que para qué lamentarse... ¿Por qué no te diste la vuelta?

-          Yo tengo dos.

-          Enséñame alguna foto.

-          No, no quiero aburrirte.

-          Venga, no te hagas de rogar. De verdad quiero saber qué has sido capaz de producir.

Suelta una carcajada y va despareciendo la tensión. Enciende el móvil y me enseña a sus niños. Dos chicos muy guapos con cara de pillos.

-          Se te parecen. ¿Qué edad tienen?

-          Ocho y seis. Me casé hace diez años. Un poco tardío. -Da un sorbo largo a su copa y cuando va a hablar, cambia de opinión y se vuelve a llevar la copia a los labios. Por fin la nombra-.  Marga no ha podido venir porque el pequeño estaba con fiebre y ha preferido no dejarle con la canguro.

Manifiesto mi preocupación y seguimos bebiendo en silencio, en compañía. ¿Por qué no te diste la vuelta? Se van acercando amigos, se suceden las exclamaciones, los encuentros y las risas. Alguien pide otra ronda y me encuentro con una segunda copa de vino en la mano. Suena a todo volumen el Cumpleaños feliz, se apagan las luces del bar y alguien saca una tarta llena de velitas y bengalas. Aprovecho para escabullirme a fumar. El silencio y el fresco de la noche me hacen bien. Todavía llueve. Suspiro y cierro los ojos. Los abro inmediatamente. No me había dado cuenta de que se me estaba subiendo el vino. Una voz a mi espalda me sobresalta.

-          ¿Me das uno?

Me giro pero ya sé que es él.

-          ¿Sigues fumando?

-          No, lo dejé hace doce años, cuando conocí a Marga. Pero después de ver a toda la panda y de tararear todas las canciones de los ochenta, me apetece uno.

Le alargo el paquete, saca uno y le acerco el mechero encendido. Se apaga. Vuelvo a encender y él sujeta mis manos para que la llama no se apague. Y de repente surge como de la nada una pregunta que estalla en mis oídos.

-          ¿Por qué no te diste la vuelta?

Ha sido él, ha sido Charlie quien ha hablado. Esta vez no he sido yo ni mi cerebro que lleva toda la noche machacándome con la frase dichosa. Nuestras manos siguen entrelazadas pero la llama se apaga.

-          ¿Cómo dices? –acierto a balbucear.

-          Sí, que por qué no te diste la vuelta. El día que nos despedimos –suelta mis manos y con el pie golpea el suelo-. Ahora todo sería distinto.

No puede ser. Empiezo a entender su pregunta... ¿Por qué no te diste la vuelta?

-          Entonces ¿te diste la vuelta? –susurro.

Me mira y sacude la cabeza, como si le hubiera dado una bofetada.

-          Entonces ¿te diste la vuelta? –susurra.

Los dos asentimos con la cabeza, lentamente. Nos miramos como nos mirábamos hace veinte años.

-          ¡Te diste la vuelta! –exclamamos a la vez.

¡Pero yo me giré y tú seguiste caminando como si nada! Yo igual, me di la vuelta y tú como si no te importara nada, ¡te alejabas tan tranquilo! Hablamos atropelladamente, interrumpiéndonos y diciendo lo mismo. Me quita el mechero de las manos y se enciende el cigarrillo. Exhala el humo lentamente y lo va siguiendo con la mirada. Pasa su brazo por mi hombro y así, en silencio, contemplamos el humo que se desvanece entre los reflejos de la lluvia a la luz de las farolas.

Me alegra saber que te diste la vuelta, aunque sea veinte años después, aunque ya no cambie nada.

-          ¿Entramos? No va a quedar tarta –le digo.

Y entramos juntos, en silencio, en compañía.



Marzo 2018

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