Todo empezó en ese momento. Te miré, me miraste y el mundo se
detuvo. Unos segundos. Es increíble cómo unos pocos segundos bastan para
cambiarte la vida entera. Empecé a mirar nerviosa a mi alrededor. Me giré.
Quizás había alguna mujer estupenda detrás y yo me estaba equivocando. No había
nadie detrás, sólo un camarero gordo con bigote y no creo que le miraras a él,
no. Respiré hondo y me volví a girar. Seguías allí, no eras un espejismo.
Entonces sonreíste y sentí un nudo en el estómago. Esas molestas maripositas
que de repente no te dejan respirar. Hacía mucho que no me visitaban, pero era
capaz de reconocerlas perfectamente. Es como montar en bicicleta. Por mucho
tiempo que pase, no se olvida. Las maripositas tampoco. Llevaban años reposando
en el fondo de mi estómago y de pronto habían vuelto a la vida. Me las
imaginaba de todos los colores, revoloteando alegremente. Se me secó la boca y
no pude contestar a tu sonrisa. Claro síntoma de falta de entrenamiento.
-
Marta…
¡Marta! ¿Me quieres hacer caso?
Mi amiga me
tiró de la manga para captar mi atención. Y la captó, claro. Había debido de
estar contándome algo y no me había enterado. Aterricé y la miré.
-
Si,
perdóname. ¿Decías?
-
¿Cómo
que decías? ¿Se puede saber dónde estabas?
Di un trago a mi refresco. En ese momento se nos unió Patricia,
que llegaba casi sin respiración.
-
Chicas,
disculpad el retraso. Me ha llamado mi madre justo cuando estaba saliendo y se ha
alargado la conversación –dijo mientras nos daba un par de besos-. ¿Me he
perdido algo? Voy a pedir una cerveza.
Le cedí mi sitio y me quedé de espaldas al chico de la
sonrisa. Llamó al camarero y, unos instantes después, ya con la cerveza en la
mano, se giró y se apoyó contra la barra. De repente sonrió y levantó el brazo
como saludando a alguien. Me di la vuelta y vi que el amigo del chico de la
sonrisa también levantaba el brazo. Los dos comenzaron a acercarse.
-
¿Quién
es? –pregunté nerviosa en voz baja.
-
Es
Paco, un compañero del trabajo. Muy simpático y soltero, por cierto. El otro ni
idea –le dio tiempo a decir.
Después de exclamaciones, fíjate qué casualidad y
presentaciones, se decidió que pediríamos al camarero una mesa para picar algo.
-
Mientras
se vacía una mesa ¿queréis algo? Voy a pedir –preguntó el tal Paco.
Miré a mi refresco. Necesitaba algo más fuertecito que una Coca-Cola.
-
Una
copa de rosado, por favor –acerté a decir.
Ya con la copa en la mano, sentí que recuperaba la serenidad,
aunque todavía no le había dado ni un trago, y logré levantar la cabeza y mirar
al chico sin nombre. Parecía cómodo hablando con mis amigas.
-
Marta
¿estás aquí o en la luna? –preguntó Patricia-. ¿Te pasa algo?
-
Hoy
está en la luna –respondió encantadora mi otra amiga por mí.
Las miré y respondí con una media sonrisa que no se
preocuparan por mí, que ya estaba en fase de aterrizaje. El chico de la sonrisa
salió en mi auxilio.
-
Pues
a mí me gustan las chicas que están en la luna. Seguro que has encontrado algo
interesante por allí ¿verdad?
Paco y Patricia no paraban de contar batallitas del trabajo que,
con el desparpajo de ella, resultaban amenas. Unos minutos después, el camarero
del bigote señalaba una mesa. Los cinco nos dirigimos hacia allí y él retiró
una silla para mí. Había topado con un caballero andante. Mis mariposas seguían
revoloteando. Azules, rosas, blancas… hasta había algunas de un color verde
brillante. Me acomodé en la silla que me ofrecía y se sentó a mi lado. Y ahora
sí que le devolví una sonrisa. Con un retraso de una media hora, de acuerdo, pero
se la devolví. Y el chico sin nombre seguía sonriéndome.
Abril 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario