lunes, 9 de noviembre de 2015

UNA NOCHE DE NOVIEMBRE




Las luces y la lluvia deformaban la escena, daban otra forma a la realidad. La estación estaba débilmente iluminada en aquella fría y oscura noche de noviembre. Había estado lloviendo todo el día, una eternidad parecía. Los pasajeros que esperaban la llegada de los trenes se agolpaban en la pequeña sala de espera. De vez en cuando se oía a lo lejos el sonido de un tren que se acercaba.

Entonces, algunas personas se levantaban lentamente, como si les costara salir al frío de la noche. Cargaban sus bolsas, sus paraguas, se calaban los sombreros, se subían el cuello del abrigo y se asomaban al andén con cara de resignación. Durante unos minutos se podía respirar con más libertad en aquella sala, pero, poco a poco, volvía a llenarse con nuevos viajeros. El tren que Charlie esperaba llevaba ya más de una hora de retraso. Las últimas indicaciones aseguraban que en tan sólo unos minutos efectuaría su entrada en la estación. Durante todo este tiempo había podido entretenerse, a falta de algo mejor que hacer, en observar a los personajes que le rodeaban e inventarse las historias que había detrás de cada uno de ellos. Había despertado su interés, muy especialmente, una bella joven que había entrado en la sala pocos minutos después de que él lo hiciera. Quizás bella no fuera exactamente la palabra adecuada, no. Interesante, atractiva… Había algo en ella difícil de describir. Sí, Charlie la encontraba interesante y atractiva, a pesar de su cabello empapado y una gabardina demasiado grande que se había quitado al entrar en la sala. El rostro de la joven era dulce y expresivo, en contraste con la dureza que transmitía el suyo. 
Por fin, el altavoz anunció entre interferencias y pitidos la llegada del tren. Charlie se incorporó, sacudió las piernas, cogió su maleta y se dirigió hacia la puerta. La joven del cabello empapado también se puso en pie. 

- Perdone –dijo dirigiéndose a ella-. Creo que olvida su gabardina.

Ella se giró, miró hacia donde indicaba Charlie y sonrió mirándole a los ojos: 

- Sí, es mía. Muchas gracias. 

Él le cedió el paso y la siguió. Una expresión risueña alcanzó su mirada, suavizando la dureza de su rostro. Ella se dirigía hacia su mismo vagón. 

- Déjeme que la ayude a subir el equipaje. 
 
Ella volvió a sonreír, con una sonrisa que iluminaba la oscuridad de la noche. Y Charlie la siguió hacia el interior del vagón, agarrando fuertemente su equipaje, como deseando no desprenderse nunca de él…
 
 

Noviembre 2015
 
 
 



 

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