Con el
espíritu sobrecogido tras los atentados de París y Beirut –y tantos otros- me
asomo a la noche que me rodea, intentando hallar algo de paz. Y me llegan
sonidos y sensaciones que otras veces me molestaban: el ruido del tráfico, la
contaminación extrema de Madrid, el autobús que ruge… y que, sorprendentemente,
actúan como un bálsamo sobre mi alma herida. Porque son sonidos y sensaciones
que pertenecen a mi civilización, a ese
Occidente libre –con sus defectos, sí- pero que me permite expresarme en
libertad. Que me permite plasmar mis pensamientos sin temor ninguno. Y hago
mías esas palabras que Marcello Pera escribió hace ya más de diez años en un
pequeño libro –Sin Raíces-, un
inteligente y profundo diálogo con Joseph Ratzinger:
“Afirmo los principios de la tolerancia, la
convivencia y el respeto, hoy característicos de Occidente, pero sostengo al
mismo tiempo que, si alguien rechaza la reciprocidad de estos principios y nos
declara hostilidad, o la yihad, entonces debe quedar claro que se trata de
nuestro adversario. En pocas palabras, rechazo la autocensura de
Occidente".
Occidente
debe decir basta ya, con voz clara y potente. Hacer caso omiso de esos
demagogos que, a pesar de la gravedad de la situación, siguen haciendo ruido.
Resulta incomprensible que haya quien siga pensando que la culpa de todos los
males del mundo la tiene Occidente. Quizás las palabras de Pera escapen a su
inteligencia. Así que a estos demagogos les digo que se fijen en algo tan
evidente como que el éxodo se produce desde los países islamistas a Occidente,
nunca al revés -¡oh, casualidad!-. Y creo que con eso está dicho todo.
Anhelando
la paz, busco en los recovecos de mi alma esos instantes en que la he sentido
de manera profunda. Y me vienen a la memoria momentos de recogimiento en una pequeña
iglesia. Entonces resuenan en mi mente unas palabras: «porque la paz que he sentido en ciertos monasterios, soy sólo la
sombra de la luz…», palabras que pertenecen a la canción L’ombra della luce, con las que Battiato abrió un concierto al que asistí
hace pocas semanas, y que sonaban casi como una plegaria.
«Defiéndeme de las fuerzas contrarias,
En el sueño nocturno cuando no soy consciente
Cuando mi sendero se hace incierto
Y no me dejes nunca más.
Devuélveme a las zonas más altas
A uno de tus reinos de calma
Es tiempo de escapar de este ciclo de vida
Recuérdame lo infeliz que me siento
Lejos de todas tus leyes».
Una tras otra, las canciones
siguen llegando. Y me recreo en ellas.
«Sulle strade al mattino il troppo traffico mi
sfianca
Mi
innervosiscono i semafori e gli stop
E la sera
ritorno con malesseseri speciali
Non servono
tranquillanti o terapie
Ci vuole
un’altra vita».
Siempre me he sentido identificada
con estas palabras. Como si Battiato las hubiera escrito para mí. Siempre he
deseado huir de esta gran ciudad que nunca he logrado sentir como mía. No le
pertenezco. Como el autor, mi anhelo es cambiar de vida, rebajar la velocidad a
la que me muevo día tras día. Poder disfrutar de los pequeños momentos en
otro lugar, más humano, más a la medida del hombre.
Y aunque sé que en el fondo
siempre lo sentiré así y aunque sé que nunca me atreveré a cambiar de vida, hoy
me vuelvo a asomar a la noche, al rumor del tráfico, al rugido del autobús, a
las miles de luces que me deslumbran, y soy capaz de encontrar la belleza que hasta
ahora se me había escapado. Y quiero que siga siendo así y quiero poder seguir
viviendo en un mundo libre, en mi Occidente libre, donde puedo seguir rezando a
mi Dios en libertad. Donde puedo seguir escribiendo sobre amores imposibles.
Noviembre 2015
«Y te vengo a buscar
Aunque sólo para verte o hablar
Porque requiero tu presencia
Para entender mejor mi esencia
(…) Debería cambiar el objeto de mis deseos
Sin conformarme con las alegrías cotidianas
Hacer como un ermitaño que renuncia a sí
(…) E ti vengo a cercare
Con la escusa di doverti parlare
Con la escusa di doverti parlare
Perché mi piace ció che pensi e che dici
perché in te vedo le mie radici
(…) E ti vengo a cercare
Perché stó bene con te…».
(Franco Battiato, E ti vengo a cercare del álbum Fisiognomica, 1988)
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