domingo, 29 de noviembre de 2015

GUERRA CONTRA LOS APACHES



Los indios apaches constituyen uno de los siete los grupos atapascanos: chiricaua, jicarilla, kiowa-apache, lipan, mescalero, navajo y apaches occidentales. Ocupaban un gran territorio: parte del este de Arizona, casi todo Nuevo México, sur de Colorado, oeste de Oklahoma y parte de Texas. Los siete grupos compartían muchos aspectos comunes, pero presentan también algunas particularidades propias. Existe poca información etnográfica fiable anterior a 1900, aunque a principios del siglo XX se llevaron a cabo estudios cuyos resultados han permitido reconstruir la cultura apache en torno a 1850 (G. Gordon en Basso 1983). Los datos referentes a la guerra e incursiones están tomados en su mayor parte de testimonios directos del siglo XVIII. En cualquier caso, es preciso señalar que apenas se conocen datos de los apaches anteriores a 1600 por la ausencia de contacto con los españoles hasta esa fecha.

            Los apaches occidentales ocupaban parte de Arizona y Nuevo México y se dividían a su vez en cinco grupos: Northern Tonto, Southern Tonto, Cibecue, White Mountain y San Carlos. Todos ellos hablaban la misma legua, de la familia atapascana, con ligeras variantes (Opler 1983: 368).

El aspecto bélico de los apaches condicionó la vida de la frontera septentrional de Nueva España desde el inicio del contacto. Varios factores contribuyeron al éxito de sus ataques: política militar española poco efectiva, práctica ausencia de presidios -y los que había poco guarnecidos-, retirada de la población española hacia el centro de Sonora y traslado de los indios sobaipuris en 1762 del valle de San Pedro a las misiones del valle de Santa Cruz para reforzar éstas, dejando abierta la entrada a los apaches por esta zona. Pero también hay que buscar la causa de sus victorias en su propia táctica y organización. Ya en la época, los españoles se preguntaron sobre el porqué de la dificultad de vencer a este pueblo. Un militar, buen conocedor de la zona y de los apaches, elaboró una interesante y completa relación en torno a 1762 en la que comienza hablando de su constitución física, de su alimentación a base de frutas y carne asada, y de su religión.

            El autor[1] considera que la dificultad de vencer a los apaches se basa en varios factores: se hallaban en su hábitat natural, eran valientes por naturaleza, destacaba su agilidad a caballo que superaba a la de los europeos -a pesar de ser un elemento nuevo para ellos-, y habían desarrollado una gran resistencia a la sed, el hambre y la intemperie. El autor realiza una interesante consideración en cuanto a su actitud ante la muerte, pues relata asombrado que, a diferencia de los europeos, los apaches morían sin expresar ningún temor e incluso entonaban cantos. Señala que el motivo que llevaba al apache a guerrear no era sólo el odio, sino también la utilidad porque «no siembran, ni cultivan la tierra, ni tienen crías de ganado (…). Desde que en los Españoles encuentran por medio del hurto, lo que necesitan». Parece que los ataques frecuentes a las misiones y poblaciones españolas no tenían como objeto ampliar su territorio o expulsar a los españoles, sino que era una forma de obtener durante todo el año alimentos, ganado y caballos. Constituían, por tanto, su modo de subsistencia. Probablemente por este motivo nunca cometieron asesinatos en masa (Basso 1986: 466). Aunque hay autores que opinan que otro de los motivos de los ataques apaches, especialmente en la segunda mitad del siglo XVIII, habría que buscarlo en el hecho de que deseaban vengarse y a la vez defenderse de los españoles que les sometían a la esclavitud (Weber 2000: 272-273). En cualquier caso, la guerra constituía un elemento fundamental de la cultura apache.

          A pesar de que los ataques fueron en aumento a medida que avanzaba el siglo XVIII, ya se producían mucho antes del contacto, y no sólo como fuente de subsistencia, sino también como resultado de su posterior expansión hacia el oeste (Hernández 1957, 43 y 50; Jorgensen 1983, 695, 699 y 707). Ya desde los primeros contactos de europeos se hace referencia a los ataques permanentes de los apaches. Los primeros testimonios escritos corresponden al padre Kino[2] y al capitán Mange[3]. En su visita a las ruinas de Casa Grande junto al río Gila a finales de siglo XVII, los pimas les informaron de que este asentamiento había sido abandonado por sus antiguos pobladores –los hohokam- más de dos siglos antes, debido a los ataques apaches (Mange 1926, 253; Kino 1989, 29). Por otra parte, el movimiento hacia el oeste fue ocasionado por los comanches a principios del siglo XVIII, quienes a su vez retrocedían desde Nuevo México ante el avance de sus enemigos los pawnee, ocupando así territorio apache, obligando entonces a éstos a introducirse en Arizona.

            Los ataques eran más frecuentes en invierno, cuando escaseaba la comida, ya que la subsistencia de los apaches occidentales se basaba principalmente en la recolección, la caza y, en menor medida, en la agricultura, tanto producida directamente como resultado del robo a sus vecinos pimas, pápagos y maricopas. Cuando el objetivo era el robo iban en un grupo reducido, pero si querían destruir pueblos, entonces se unían varios grupos para llevar a cabo el ataque. En ambos casos un hombre tomaba el mando y siempre iban a caballo. Se movían en silencio para atacar por sorpresa, a menudo de noche, se arrastraban con destreza, eran capaces de imitar perfectamente el canto de aves nocturnas, el aullido de los lobos, coyotes y otros animales.

                 «No cabe en explicación decir la rapidez con que atacan, el ruido con que  pelean, el terror que derrama en nuestra gente, ni la prontitud con que dan fin a todo» (Noticias y reflexiones c. 1790, 250v).

            Es necesario distinguir entre dos tipos de ataques: incursiones y guerras. El objetivo de las primeras era obtener botín -especialmente alimentos, ganado y caballos- y se trataba de evitar el enfrentamiento y el derramamiento de sangre. Los apaches eran cazadores y recolectores, aunque la ganadería y agricultura se convirtió en una base importante para los navajos. Entre los apaches occidentales, las incursiones se organizaban cuando las  provisiones escaseaban. En estos casos el jefe de un grupo local hacía un llamamiento para que voluntarios se unieran a la expedición. Podían participar todos los hombres que hubieran superado el período de instrucción, que se llevaba a cabo como parte de un rito de paso entre los jóvenes. Estos grupos estaban formados normalmente por un número reducido, de cinco a quince hombres, puesto que gran parte del éxito dependía de que el grupo viajara sin ser visto. Las incursiones se realizaban generalmente de madrugada y dos o tres hombres sacaban el ganado de la forma más silenciosa posible y emprendían la huida velozmente hasta alcanzar la seguridad de su territorio. En cambio, el objetivo de la guerra era vengar la muerte de algún apache, lo que implicaba derramamiento de sangre. Mientras que los participantes en las incursiones eran sólo hombres de un único grupo local, las expediciones de guerra estaban compuestas por diferentes grupos relacionados entre sí. Una vez tomada la decisión de organizar una expedición, el jefe del grupo local de la víctima mandaba mensajeros a otros grupos locales invitando a los familiares a participar. Los hombres se reunían y tomaban parte en un ritual previo al ataque. Estos grupos estaban formados por unos doscientos hombres bajo el mando de un único jefe. Se prefería atacar la ranchería de los que habían matado a los suyos, pero si no se sabía con seguridad quién había sido el autor de la muerte bastaba atacar cualquiera. Por la noche, en silencio, se rodeaba el objetivo y se atacaba de madrugada, matando el mayor número posible de enemigos (Basso 1983, 476;  Anza 1729 en Polzer y Sheridan 1997, 303).

            Los apaches solían atacar los pueblos españoles durante la celebración de la misa y más en invierno que en verano, al ser en invierno las noches más largas y poderse así proteger por la oscuridad, además de ser la época en que más escaseaban los alimentos. La Pimería[4] era insegura por estos ataques a pueblos y también por los ataques en los caminos. Esta situación de inseguridad fue causa del perjuicio económico para la zona, pues los apaches robaban cada año cientos de cabezas de ganado y caballos.

                  «Antiguamente rica y poblada se halla oy en mucha decadencia, sea porque  se han agotado los planes de sus labores de minas o por las continuas hostilidades  de los indios enemigos» (Nentuig 1785, 10r)[5].

            Para los misioneros que trabajaron en la Pimería, los apaches siempre fueron motivo de preocupación y eran definidos como enemigos jurados de pimas y ópatas. Los informes de los jesuitas de mediados del siglo XVIII constituyen fuentes importantes sobre la situación de la frontera norte y sus habitantes. En ellos denuncian la inseguridad de la zona y manifiestan la intención de colaborar en la reconstrucción de la región y aportar soluciones para su defensa. Con el objetivo de intentar paliar la situación, la Corona decidió construir un presidio en la frontera, pero los apaches superaban a los soldados en número, por lo que no siempre era posible mantenerlos a raya. De hecho, la línea defensiva de presidios resultó siempre poco efectiva.

                       

Bibliografía
 

BASSO, Keith H. (1983). «Western Apache» en Handbook of North American Indians,  vol. 10, Southwest,  Alfonso  Ortiz,  ed., pp. 462-488. Washington: Smithsonian Institution.

BANNON, John F. (2001). The Spanish Borderlands Frontier, 1513-1821. Albuquerque: University of New Mexico Press.

BURRUS, Ernest J. (ed.) (1963). Misiones norteñas mexicanas de la Compañía de Jesús  (1751-1757), Biblioteca Histórica Mexicana de Obras Inéditas, 25. México: Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos, Sucs.

HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Mario (1957). La última expansión de España en América. Madrid: Instituto de Estudios Políticos. 

JOHN, Elizabeth (1988). «Bernardo de Gálvez on the Apache frontier» en Journal of Arizona History  29, pp.427-430.

JORGENSEN, Joseph G. (1983).«Comparative Traditional Economics and Ecological  Adaptations» en Handbook of North American Indians, vol. 10, Southwest, Alfonso Ortiz, ed., pp.684-710. Washington: Smithsonian Institution.

KINO, Eusebio Francisco (1989). Las misiones de Sonora  y Arizona  (comprendiendo:  la crónica  titulada «Favores celestiales» y la «Relación diaria de la entrada al Noroeste»), Francisco Fernández del Castillo, versión paleográfica e índice; Emilio Bose, prólogo. México: Porrúa. (El documento original se conserva en el Archivo General y Público en México, Sección de Misiones, tomo 27).

MANGE, Juan Mateo (1926). Luz de Tierra Incógnita en la América Septentrional y  Diario de las Exploraciones en Sonora, versión, notas e índice alfabético por Francisco Fernández del Castillo. Publicaciones del Archivo General  de la Nación, tomo X.  México:  Talleres Gráficos de la Nación, «Diario  Oficial». (El documento original se conserva en el  Archivo General de la Nación en México, volumen 393, Historia, ff.47r-95v).

NAVAJAS JOSA, Belén (2011). Aculturación y rebeliones en las fronteras americanas. Las misiones jesuitas en la Pimería y el Paraguay. Cuadernos Americanos Francisco de Vitoria, vol. 13. Madrid: Universidad Francisco de Vitoria. 

NENTUIG, Juan de (1785). «Descripción geográfica, natural y curiosa de la Provincia de Sonora por un amigo de el servicio de Dios y deel Rey Nuestro Señor. Año de 1764». Madrid: Museo Naval. Ms. 567,Virreinato de Méjico, tomo I, doc.2, ff.6v-34v. (Es copia de los capítulos I y II de la Descripción de Nentuig).

NOTICIAS Y REFLEXIONES (c.1790). «Noticias y reflexiones sobre las guerras que se mantiene con los indios apaches en la N.E.». Madrid: Museo Naval. Ms. 567, Virreinato de Méjico, tomo I, doc.11, ff.246r-270r. (Fuente anónima. Podría tratarse de una copia del marino Antonio de Pineda de un documento original de Bernardo de Gálvez)[6].

OPLER, Morris E. (1983). «The Apachean Culture Pattern and Its Origins» en Handbook  of North American Indians, vol. 10, Southwest, Alfonso Ortiz, ed., pp. 368-392. Washington: Smithsonian Institution.

POLZER, Charles W. y Thomas E. SHERIDAN (1997). The Presidio  and  Militia  on the Northern Frontier of New Spain. The Californias and Sinaloa-Sonora, 1700-1765,  Volume  Two,  Part  One. Tucson: The University of Arizona Press.

ROBLES, Vito A. (notas) (1939). Relación del viaje que hizo a los Presidios Internos situados en la frontera de la América Septentrional perteneciente al rey de España. México D.F.: Pedro Robredo. (Se trata del diario de 1768 del ingeniero Lafora. Documento original en la biblioteca de D. Pedro Robredo).

SPICER, Edward H. (1962). Cycles of Conquest. The Impact of Spain, Mexico and the United States on the Indians of the Southwest, 1533-1960. Tucson: University of Arizona Press.

WEBER, David J. (2000). La frontera española en América del Norte. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

 





[1] Se trata del documento que hemos titulado Noticias y reflexiones. En la ficha del Museo Naval pone «parece letra de Pineda», aunque aparecen tres tipos de letra diferente a lo largo del documento, pero la mayor parte corresponde al tipo de escritura que correspondería a Pineda. Por otra parte, un pequeño fragmento de este texto, en inglés, aparece en Weber (2000: 297) quien a su vez dice que Elizabeth John señala como autor del documento a Bernardo de Gálvez en su artículo «Bernardo de Gálvez on the Apache frontier» (JAZH 29, 1988, pp.427-430). Sobrino de José de Gálvez, nació en la provincia de Málaga en 1746. Pasó a Nueva España en 1762 y destacó por su campaña contra los apaches. En 1776 fue nombrado gobernador de Luisiana, en 1781 fue el héroe de la victoria de Pensacola (Florida) contra los ingleses y en 1785 sucedió a su padre como virrey de Nueva España. Murió un año después en México. Por tanto, es posible que el documento del Museo Naval sea una copia de Pineda, en torno a 1790, del texto original de Bernardo de Gálvez que habría sido redactado alrededor de 1762. En cualquier caso, el texto sería obra de un militar activo en las campañas contra los apaches.


[2] Eusebio Francisco Kino nació en Segno (Trento, Italia) en 1645. Entró en la Compañía de Jesús en 1665. Tras tener que renunciar a su sueño de misionar en Oriente, pasó a México en 1681. Participó en la expedición del almirante Atondo a California, de cuyas primeras misiones permanentes es fundador. Allí hizo su profesión en 1684. En 1687 fundó la primera misión de la Pimería Alta, Nuestra Señora de los Dolores, donde permaneció hasta su muerte en la misión de Magdalena, el 15 de marzo de 1711. Gracias a sus mapas, a sus escritos y a sus expediciones descubrió que California era isla, la América Septentrional se dio a conocer al mundo y avanzó la frontera norte del Imperio español.


[3] El aragonés Juan Mateo Mange fue compañero de Kino en muchas de sus entradas por la Pimería, algunas de las cuales reflejó en sus relaciones Luz de tierra incógnita y Diario de las exploraciones en Sonora.


[4] La región de la Pimería se situaba en el extremo norte de la frontera española. Limitaba al sur con el río Magdalena, al norte con el río Gila, al este con el río San Pedro y al oeste con el Golfo de California y el río Colorado. Ocupaba parte de los actuales estados de Arizona y Sonora.


[5] La Descripción de Sonora del padre Nentuig de 1764 es el relato más completo que existe sobre la provincia de Sonora, todavía gran desconocida en esas fechas. Posterior a la expulsión de los jesuitas, de 1785, es esta anotación, que aparece en el margen del documento conservado en el Museo Naval, que recoge parte de la obra de Nentuig, y señala el estado de decadencia en que había entrado la provincia.

 


[6] Más información sobre la posible autoría en nota 1 y Navajas 2011: 116.

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